Hemos visto con estupor la noticia de que el ministro de Enlace con el Sector Privado, André Garnier, propietario de 4 apartamentos en Guanacaste, contradice al ministro de Hacienda indicando que NO debe pagar el impuesto que le corresponde amparándose al artículo 2 de la ley del impuesto solidario para el fortalecimiento de programas de vivienda conocido popularmente como “impuesto a las casas de lujo”.
Garnier expresa que las viviendas no están habitables y por ende no paga los impuestos que los demás costarricense si pagamos.
Este señor Garnier suma una irresponsabilidad más. No es la primera vez que encontramos a este jerarca realizado abusos en beneficio de su propio bolsillo.
Irrespeta el orden público y se pone por encima de la ley. Como miembro del gobierno es incongruente entre lo que se dice y lo que hace. Este el gobierno del desorden.
El PAC acostumbrado a que rijan sus imposiciones y criterios de moral ahora las incumple todas.
Decía un expresidente del PAC que no es lo mismo verla venir que bailar con ella. Es cierto. Dicen una cosa y hacen otra. Lo impuestos se exoneran y préstamos como piñata para los “amigos” del gobierno.
¿Será que los amigos del presidente Alvarado Quesada son intocables?
André Garnier, si posee vergüenza, debe apersonarse, no solo a actualizar el valor real de estas propiedades, sino también a pagar como ciudadano que es.
El gobierno de la República no es el gobierno para una minoría ni para amigos, es para todos y todas y en igualdad de condiciones.
Parece que el PAC no conoce de estos valores o tiene unos para los amigos y otros valores que aplican para los demás costarricenses.
¿Cómo podemos hablar de un país que quiere meter en cintura a miles de ciudadanos y que sus ingresos y gastos sean fácilmente trazables mediante planilla, mientras existan “tagarotes “ de este calibre?
Señor Garnier si le queda algo de decencia debe renunciar.
Presidente Carlos Alvarado si Garnier no renuncia exijo que le destituya.
Costa Rica merece una dirección moral apegada a la ley, a las buenas costumbres y al rigor de los gobernantes.
Nadie está por encima de la ley. Ni Garnier ni nadie.
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