Me opongo profundamente a la Eutanasia

» Por Luis Antonio Aiza - Diputado de la República

Sonnenstein, Alemania, fue el lugar escogido por los Nazis para aplicar la Eutanasia a personas con discapacidad y personas enfermas, consideradas incurables.

15.000 personas, desde niños hasta adultos en situación de vulnerabilidad, fueron llevados a cámaras de gas, y luego cremadas como en los campos de exterminio.

En este caso no se trataba de discriminación racial, sino contra personas de raza aria, pero que se consideraban inservibles y que no tenían ninguna esperanza de superar la enfermedad, la vejez o la discapacidad.

Fue en otro campo de exterminio, en el de Auschwitz, en que encerraban al médico neurólogo y psiquiatra judío Viktor Frankl, quien vivió los horrores del campo de concentración, y pudo poner a prueba y desarrollar la logoterapia.

Para Frankl, el sufrimiento es parte de la existencia humana, y para lograr vencer en la batalla contra el sufrimiento, es indispensable encontrarle un sentido.

De hecho, él observó que los prisioneros que lograban sobrevivir los terribles sufrimientos del campo eran los que tenían una razón para soportarlos.

Su trabajo como psiquiatra era tratar de que todos encontraran el sentido para seguir viviendo, y por lo tanto, le encontraran el sentido al sufrimiento.

A todos nos toca sufrir, y a los médicos, además de experimentar los propios sufrimientos, nos corresponde acompañar a muchas personas sufrientes.

Tratamos de aliviar el dolor, y de sanar.  Nos toca ver en los ojos del paciente, el dolor y la angustia, pero intentamos que pasen, y cuando no podemos, aliviamos.

Siempre acompañamos y tratamos de que el paciente en fase terminal sea capaz de existir plenamente en esos momentos.

Nunca ha tenido tanta oportunidad de ser humilde, de sentirse limitado, necesitado.  Y si la persona ha tenido ocasión de determinar cuál es el sentido de su vida y de su sufrimiento, nos toca ver en esos momentos de dolor, un despliegue maravilloso de dignidad humana.

Sobretodo cuando en el seno de su familia y con sus amigos, es acompañado en estos momentos tan importantes de la vida.

Muy distinto es quien se suicida.  Éste ha perdido la esperanza, o se siente solo, o abandonado, o se siente una carga, o está confundido y tiene miedo al sufrimiento.  Por eso, nuestra reacción normal es la de evitar que se suicide.  Lo asistimos, le decimos que no está solo, que no lo haga.

Todos estos pensamientos se me vienen a la mente cuando se ha planteado en este Congreso la posibilidad de aprobar un proyecto de Eutanasia.

La Eutanasia puede ser de dos tipos:  la PASIVA, que es dejar de suministrar lo esencial y básico que requiere la persona para vivir, como puede ser el agua o el alimento; o la ACTIVA, como sería aplicar una inyección letal.

En ambos casos, se trata de un homicidio o de un suicidio asistido, de una persona inmensamente vulnerable, que ha perdido el sentido de su vida o que sus allegados han perdido el sentido de la vida del enfermo.

En cualquiera de los casos, consiste en matar en nombre de la compasión. Matar, disponer de la vida de otro o de sí mismo para huir del sufrimiento, físico o mental.

Esta disposición de quitar la vida no le corresponde a nadie tenerla, por la dignidad -el valor- que tiene cada vida humana, especialmente de quien sufre.

No muere dignamente el que huye de la experiencia de la enfermedad y del dolor.

Digna y profunda es la muerte de quien le encuentra sentido a la vida a pesar de todo.

Por eso uno de los libros de Frankl se ha denominado: “a pesar de todo, decirle sí a la vida”.

Me opongo profundamente a la Eutanasia.  No soy nadie para quitarle la vida a nadie (de hecho, he jurado no hacer daño), y no soy nadie para quitarme la vida a mí mismo, porque yo no me la he dado, y porque no puedo renunciar a mi vocación humana de encontrar el sentido último de mi existencia.

Pero esto, no quiere decir que esté de acuerdo con el encarnecimiento terapéutico, esto es, dar terapias desproporcionadas para evitar el proceso natural de la muerte.

No se puede permitir que las personas se les mantenga artificialmente en vida a toda costa, también hay que respetar el proceso normal de la muerte, que es parte de la vida.

Ante los dolores y la enfermedad terminal, se levanta la alternativa de los cuidados paliativos, que se han desarrollado tanto en el mundo como en Costa Rica en los últimos años.

Se caracterizan éstos por dar un enfoque integral.  Por acompañar, por hacer soportable el dolor y dar oportunidad de que quienes pasan por esos duros momentos se reconcilien consigo mismos, con los demás y con Dios.

Para que sigan teniendo la experiencia humana de la lucha y el coraje, y que los familiares los puedan acompañar constantemente, con todo su amor.

No vamos a convertir a Costa Rica en otro Sonnenstein, sino que lucharemos por encontrarle sentido al dolor y al sufrimiento.  No buscaremos salidas rápidas, ni permitiremos que se mate en nombre de la compasión.

Si como país le abriéramos las puertas a la Eutanasia, ¿con qué autoridad nos opondríamos al suicidio?

¿Qué le diríamos a un joven con múltiples problemas para que siga adelante?

¿El fracaso y la desesperación tienen la última palabra?  ¿Abriremos las puertas a que se maten niños, adolescentes, adultos mayores, personas en estado de coma porque consideramos que ya su vida no vale?

Si creemos que con esto avanzamos estamos equivocados.  Ya los Nazis nos lo demostraron.

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