Hace apenas unos días, el controvertido escritor indio Salman Rushdie fue apuñalado en el cuello en la ciudad de Nueva York, como efecto tardío a la publicación de su libro en versión original “The Satanic Verses”. Considerado un anatema en contra del profeta musulmán Mahoma y millones de sus seguidores, Rushdie ha cargado sobre sus espaldas desde 1988 infinidad de amenazas de muerte y varios intentos fallidos para asesinarlo. Se sumaron a los ataques, librerías, traductores, casas editoriales y sus obras fueron prohibidas en una decena de países. De este hecho de odio en particular sobrevivió al ataque, perdió un ojo, pero no lo perdonan. No le perdonan el hecho de haber señalado -entre otras cosas- a Satanás como el ángel que reveló algunas suras del Corán a Mahoma; tampoco perdonan el hecho de haber llamado meretrices a dos esposas del profeta, entre otras imprecaciones.
Fué en el año 1989 cuando el ayatolá Ruhollahy Khomeini líder iraní de ese entonces proclama una fetua o decreto legal donde se ordena a todo musulmán donde se encuentre, matar al autor de la novela blasfema. En consecuencia, no concibo -atentos lectores- cómo en estos convulsos tiempos, grandes personalidades de la política y de la literatura se presenten públicamente en hermosos asientos de cuero, a quemarle incienso y aplaudir este tipo de publicaciones, como que estuvieran escuchando plácidamente, una estremecedora mazurca de Chopin. A estas alturas del comentario ‘Los versos satánicos’ encabeza el número uno en ventas en la popular tienda electrónica Amazon, llenando cada vez más, los bolsillos del desafortunado autor.
La misma suerte corrió en la lista negra de los infieles, la revista francesa ‘Charlie Hebdo’ en 2015, un pasquín de sátira vulgar que reduce al Profeta – y a quien se le meta entre las extremidades- en una basura y recibe tras un ataque yihadista, la pérdida lamentable de 11 vidas inocentes. ¿Recuerdan al “Yo soy Charly” que pusimos en el profile picture?
Si llamar negro a un afroamericano, chino a un oriental o indio a un indígena pasa por la firme censura de las grandes marcas de las redes sociales en la actualidad, ¿cómo ofensas de esta naturaleza impresas por poderosas editoras internacionales pasan inadvertidas? Vale recordar en estos momentos a ‘Cocorí’, aquel librito para niños escrito por Joaquín Gutiérrez en 1947, donde exorcizaron al personaje por su color y fue desterrado y declarado una aberración racista de la literatura nacional. El hecho adquiere ahora connotaciones especiales gracias a la alharaca que gira en torno al librejo. Las grandes maquinarias literarias del mundo, se han enriquecido a costa del bullyng de la fe. Francotiradores de la pluma matan el alma de millones de creyentes, basureando lo más íntimo de su ser. Se han tomado la libertad como un claro libertinaje, usando un corrupto lenguaje literario/comercial, para llegar a convertirse en un triste bestseller. Por su parte, los medios de comunicación defensores de lo que han llamado ‘libertad de expresión’, hicieron de sus principios editoriales una oda pusilánime para tolerar la intolerancia, y aportando a fanáticos lectores, materia prima para diseminar el odio contra una religión que no es la propia.
Preguntémonos dónde se encuentra el nudo del asunto y así poder echar lo justo, al lado correcto de la balanza. Cuando la fe de los musulmanes -o de cualquier otra religión- es ridiculizada en una malévola diatriba o en una penosa caricatura, se convierte ipso facto en espada de dos filos, la que corta a ambos lados. Este tipo de “literatura” fomenta los más perversos versículos, llenos de odio y burla para millones de quienes profesan la fe musulmana. Por eso no nos extraña que mas de algún fanático de los 1.800 millones de musulmanes alrededor del mundo hayan hecho propio el insulto a su fe, tomando la justicia en sus manos.
En la actualidad los versos satánicos han sido llamados como ‘irónicos’, ‘paródicos’, llenos de ‘realismo mágico’ y una caterva de epítetos literarios que a pesar de tanta muerte y rechazo que han tenido sus publicaciones, muchos han dado su vida por la defensa de lo que llaman fe. Preguntémonos pues, dónde se encuentra el nudo del asunto y así poder echar lo justo, al lado correcto de la balanza.
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