Según Plinio El Viejo, los antiguos creían que el avistamiento de los lobos hacía daño. Es más, el historiador romano asegura que, en aquellos tiempos, era común la creencia de que ver o ser visto por un lobo provocaba la pérdida de la voz. En el mismo relato, Plinio cuenta de algunas otras fabulaciones licantrópicas y lanza una frase que, en mi opinión, es reveladora: “Resulta asombroso ver hasta dónde llegan los griegos en su credulidad”. Y digo que es reveladora porque la cuna de la democracia es nada menos que la cuna de la credulidad.
Recuerdo que sobre los tijos se decían cosas así de fantásticas. Mi abuelo me contaba que nuestros antiguos, si cabe tal término, creían que los tijos eran acreedores de extraordinarios poderes. Tenían, según se decía, un sentido de la vista tan agudo y potente que eran capaces de cegar a sus enemigos y reventar las ligas de las flechas (resorteras) de quienes intentaban darles caza.
Una vez me pasó.
Lo juro.
Yo estaba con Diego por el TEC. Era el año 95 y andábamos matando zanates. Cabe decir que esa es una costumbre que hoy, a casi treinta años, me resulta atroz y repugnante. Aunque reconozco que, sin haber sido el aprendiz de cazador que fui, nunca hubiera desarrollado el furioso amor por la naturaleza que hoy me lleva a concluir que más vale una mancha de charral, un palo de poró y un nido de yigüirro que mil graduados universitarios.
La cosa es que era el año de la muerte de Kurt Cobain y nosotros nos encharralamos.
Del vivero para bajito.
Por donde pasaba el tranvía.
Y, de repente, vimos un tijo parado en el poste de una cerca.
Ahí estaba.
Imponente.
Magnánimo.
Con ese perfil aguileño a medio camino entre Serge Gainsbourg y el granívoro más voraz.
Primero fue Diego.
Luego, yo.
De manera repentina ambos terminamos con las ligas de las flechas irremediablemente reventadas. Y el tijo, incólume, parado en el poste, nos enjachaba ufano como un diputado emplumado.
Éramos, quizás, un país más crédulo.
Y por eso, seguramente, los grandes analistas y académicos de hoy dicen que, también, éramos un país más democrático.