Nuestros bosques desempeñan un papel vital a la hora de alimentar al mundo. Los bosques sustentan a miles de millones de personas y a la biodiversidad al ofrecer desde alimentos silvestres hasta agua dulce, desde cobijo hasta energía.
Sin embargo, seguimos perdiéndolos a un ritmo alarmante debido a la deforestación y la degradación de la tierra. Entre 2015 y 2020, se perdieron unos 10 millones de hectáreas de bosques al año, una superficie que equivale aproximadamente a la de la República de Corea. Por otra parte, la intensificación de los incendios forestales y los brotes de plagas amenazan aún más estos valiosos ecosistemas.
Según varios estudios, uno de los principales factores subyacentes que impulsan la deforestación es la necesidad de satisfacer las demandas de una población mundial cada vez mayor. Al conmemorar el Día Internacional de los Bosques con el tema “Bosques y alimentos”, debemos abordar con urgencia la cuestión de cómo podemos garantizar la seguridad alimentaria para todos al tiempo que protegemos los bosques que son tan fundamentales para nuestros sistemas agroalimentarios.
La respuesta radica en adoptar soluciones que combinen la agricultura y los bosques.
Podemos hacer que los terrenos sean más productivos mediante la intensificación agrícola sostenible, sistemas integrados de producción y economías circulares. Aprovechando tanto la innovación como los conocimientos tradicionales, podemos limitar la ampliación de las superficies cultivables a la vez que producimos los alimentos que necesitamos.
Por ejemplo, en el marco del programa de la FAO Acción Contra la Desertificación, se ha estado trabajando en la región del Sahel en África para garantizar que los conocimientos tradicionales y los intereses de las comunidades rurales ocupen un lugar central en las iniciativas dirigidas a restaurar tierras degradadas. Esto ha alentado la selección y la plantación de numerosas especies silvestres de alimentos con un alto contenido de micronutrientes. Como resultado, no solo han mejorado las tasas de regeneración y crecimiento de las plantas, sino que también ha disminuido la inseguridad alimentaria.
En Colombia, donde los Pueblos Indígenas y las comunidades locales gestionan el 53 % de la tierra y los bosques, se está poniendo en práctica un nuevo modelo de gestión forestal comunitaria que ayuda a detener la deforestación y mejorar la coordinación entre la agricultura y la actividad forestal. Gracias al establecimiento de viveros, sistemas agroforestales y medidas de restauración y a la promoción de incentivos financieros y del uso de productos forestales maderables y no maderables, el nuevo modelo ha revitalizado las empresas forestales comunitarias y ha aumentado el acceso a los mercados, con lo que ha mejorado la calidad de vida de muchas personas de las zonas rurales.
Estos ejemplos muestran cómo la integración de bosques, arbustos y pastizales con nuevos cultivos puede mejorar la producción de alimentos.
Los bosques proporcionan un hábitat a los polinizadores y albergan la mayor parte de la biodiversidad terrestre del mundo, necesaria tanto para aumentar la producción de alimentos como para mejorar la sostenibilidad.
Los bosques nutren los suelos, regulan la temperatura y ofrecen sustento y sombra al ganado. Pueden actuar como barreras naturales contra el viento para los cultivos y suministrar agua dulce a más del 85 % de las grandes ciudades del mundo.
Los bosques son los almacenes de la naturaleza, ya que proporcionan una fuente directa de hortalizas, frutas, semillas, raíces, tubérculos, hongos, miel, hierbas naturales y carne de animales silvestres con alto contenido proteico a las comunidades rurales y alimentos funcionales en las zonas urbanas. Más aún en tiempos de crisis, cuando los bosques sirven como red de protección alimentaria de emergencia.
La agroforestería —es decir, la incorporación de árboles a la agricultura— puede mejorar los ecosistemas, aumentar la resiliencia de los cultivos, restaurar las tierras degradadas y mejorar la producción y la diversidad de los alimentos, así como aumentar los ingresos de los agricultores.
También son importantes los sistemas silvopastoriles, que combinan el cultivo y la restauración de árboles con el pastoreo de ganado y el cultivo de forraje.
Al mismo tiempo, deben redoblarse los esfuerzos por restaurar los más de 2 000 millones de hectáreas de tierras que se calcula que están degradadas en todo el mundo. La buena noticia es que unos 1 500 millones de hectáreas de tierras degradadas son aptas para restaurarse en mosaico, es decir, combinando los bosques y los árboles con la agricultura.
Otros 1 000 millones de hectáreas de tierras de cultivo situadas en terrenos que antes eran forestales se beneficiarían de la incorporación estratégica de árboles que enriquezcan tanto la productividad agrícola como los servicios ecosistémicos.
El camino por seguir exige cambios normativos que reflejen la interdependencia de la agricultura y los bosques. Aunque muchos países han empezado a integrar la agroforestería en sus planes nacionales de acción por el clima, necesitamos un compromiso más amplio con políticas que consideren a los bosques esenciales para la seguridad alimentaria y la diversidad de los alimentos.
Esto también supone que el sector privado se comprometa con la “deforestación cero” en las cadenas de valor agrícolas, y que se garantice que esos compromisos se traduzcan en medidas cuantificables.
Por último, también es esencial educar a los consumidores sobre una alimentación más saludable y una vida sana a partir de sistemas agroalimentarios sostenibles y reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos.
Los bosques son fundamentales para la transformación de los sistemas agroalimentarios mundiales para que sean más eficientes, más inclusivos, más resilientes y más sostenibles.
Cuando los propios bosques, como parte importante de los sistemas agroalimentarios, se consideran indispensables para la agricultura y el bienestar humano, aumentan los incentivos para cuidar de ellos.
Debemos hacer hincapié en que los bosques son un gran puente con el que integrar la ejecución bajo la orientación de las cuatro mejoras: una mejor producción, una mejor nutrición, un mejor medio ambiente y una vida mejor, sin dejar a nadie atrás.
Conservar, gestionar y utilizar los bosques de forma sostenible no es solo un imperativo ambiental, sino una estrategia decisiva en favor de la seguridad alimentaria y la diversidad de los alimentos. Sin ello, se vuelve más difícil alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible 2 de las Naciones Unidas: poner fin al hambre y la pobreza y restaurar los ecosistemas.