Hace pocas horas regresé de un viajé a Israel. No era mi primera vez, pero sí la primera después de los ataques terroristas del 7 de octubre del 2023 y de la Guerra que se desató en Gaza, y por supuesto en medio de las manifestaciones que vivimos hoy en Costa Rica sobre el Tratado de Libre Comercio con ese país.
Uno escucha tantas opiniones que casi parece que todo está dicho. Algunas opiniones dogmáticas de gente que jamás ha pisado Tierra Santa.
Basta poco tiempo allá para darse cuenta de que, a veces, los argumentos más claros vienen de gente que no participa en paneles, ni escribe en redes, ni aparece en conferencias. Vienen de la gente común.
Mi primera conversación interesante no fue con un empresario, ni con un político, sino con Farid, un taxista musulmán que me dio servicio a través de la aplicación israelí Gett que el utiliza y no boycottea. Al subirme al taxi, me preguntó de dónde venía. “Costa Rica”, respondí. Sonrió y dijo en inglés con marcado acento: ojalá que empiecen a venir muchos turistas nuevamente.
Mientras avanzaba el servicio, le pregunté cómo veía él la situación actual, ese tema que todos mencionan pero pocos viven desde dentro: el conflicto, el comercio, las tensiones. No dudó ni un segundo:
“Mire, yo solo quiero trabajar. Y como yo, miles. Si hay comercio, si vienen turistas, si hay movimiento, nosotros vivimos. Cuando la gente se pelea, el que sufre es el que solo quiere ganarse la vida honradamente.”
Otro día, en un hotel de Jerusalén, me atendió Ahmed, también palestino. Hablaba con orgullo de su familia en Jerusalén y de su trabajo. Sin preguntar, lanzó la frase que resumió todo lo que yo había venido analizando por semanas:
“Cerrar puertas nunca ayuda. Nosotros necesitamos más trabajo, no menos. Más comercio, no menos. Más gente, no menos”.
Me quedé pensando en eso. En Costa Rica, algunos se oponen al TLC desde un lugar que parece más ideológico que práctico. Dicen que no deberíamos tener un acuerdo con Israel, pero lo hacen apoyándose en suposiciones, incluso afirmando que Israel ya fue condenado por genocidio, lo cual simplemente no es cierto. Ningún tribunal internacional ha emitido tal condena.
Y, curiosamente, olvidan otro hecho fundamental: la Autoridad Palestina —el propio gobierno palestino— mantiene cerca del 70% de su balanza comercial con Israel, por decisión propia (fuentes: Banco Mundial – Palestinian Economic Monitoring Reports; UNSCO; Palestinian Central Bureau of Statistics). En otras palabras: quienes viven la realidad en carne propia saben que cerrar puertas no resuelve nada. Lo único que hace es quitar ingresos, empleo y dignidad.
Mientras desayunábamos, Ahmed me repitió algo que podría servirle a nuestro debate nacional:
“Cuando hay comercio, hay vida. Nosotros lo sabemos. Ustedes deberían saberlo también”.
Y tenía razón. Porque cuando uno vuelve a ver los números, se confirma lo que él intuía. Costa Rica pasó de exportar apenas 5,2 millones de dólares a Israel en 2020 a 53,6 millones en 2024, y dejamos atrás un déficit histórico para registrar un superávit de 17,7 millones el año pasado.
Ese crecimiento, que coincide con el proceso político del TLC, no solo beneficia al país: beneficia a miles de familias. Piñeros, trabajadores de dispositivos médicos, exportadores de electrónica y fruta congelada, productores que dependen de mercados estables y de mejores precios.
Por eso resulta tan desconectado que algunos insistan en cerrar las puertas cuando incluso quienes viven en territorios más marcados por la tensión —como Farid y Ahmed— piden exactamente lo contrario. Quieren movimiento, quieren turistas, quieren comercio. Quieren lo mismo que queremos nosotros: oportunidades para vivir mejor.
Volví a Costa Rica con esa idea rondándome la cabeza. A veces, para entender los tratados comerciales hay que hacer más que leer cien páginas de los análisis técnicos.
Basta escuchar a un taxista que lleva largas horas trabajando para mantener a sus hijos, o a un salonero que sabe que cada cliente nuevo significa un día más con la mesa servida en casa.
Ellos lo tienen claro: cuando las puertas se abren, la vida mejora.
Costa Rica también debería tenerlo claro.