Las epidemias… el eterno fantasma que acecha la humanidad

» Por Alonso Rodríguez Chaves - Historiador

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Las enfermedades virales e infecciosas han acompañado al género humano desde su existencia. En especial, en los primeros siglos de la era cristiana, destacan por su alta incidencia las llamadas “pestes o plagas del Reinado de Antonio” de viruela y sarampión; enfermedades infecciosas que fueron propagadas por las tropas imperiales durante las campañas militares emprendidas por los dominios de Roma.

También se adiciona a este compendio de eventos epidémicos, la peste bubónica o “peste de justiniano”, la cual hace referencia al emperador Justiniano I del Imperio Bizantino. La misma se estima que fue importada de los “viveros epidemiológicos” de Asia central y oriente medio. No obstante, por su recurrencia por Europa, Asia y África durante el siglo VI al VIII, esta pandemia es catalogada en el ámbito de la historia demográfica, como una de las plagas más aterradores de todas las épocas.

En general, los altos niveles de contagio y la persistente aparición de rebrotes frecuentes, ha conllevado a la quiebra demográfica de innumerables escenarios;  que por la gravedad de la sintomatología de algunos eventos epidémicos, trascienden en el imaginario colectivo,  como una de las mayores desgracias que han azotado a la humanidad.

Así por la espectacularidad de los estragos que dejó la Peste Negra a su paso a mitad del siglo XIV y hasta  adentrado el XV, aparece entre los eventos epidemiológicos que más han traído muerte y devastación a Europa. El vil escenario que desbordó a esta sociedad en momentos de enorme expansión mercantil y renacimiento urbano, se debió en gran medida, al alto nivel de letalidad de la enfermedad en sus diferentes variedades, capitalmente en la que sus víctimas morían amoratadas por asfixia a escasos días de haberse contagiado.

En efecto, el fantasma epidemiológico se ha convertido en un factor negativo en el proceso de crecimiento demográfico de muchos lugares, en donde por la virulencia de la enfermedad ha llegado a extinguir hasta un 30 y 40 % de la población de gran parte de Europa. En consecuencia, el paisaje geográfico de cientos de localidades fue el vaciamiento poblacional y el abandono de tierras cultivadas, que a la postre se convertían en pantanos atestados de malaria y otras enfermedades infecciosas, que venían a empeorar la situación.

Sin duda, el fantasma epidémico ha sido un factor negativo en el proceso de crecimiento demográfico, más aún, en escenarios donde ha existido una fuerte natalidad y mortalidad, con tasas pequeñas de crecimiento. Por consiguiente, también ha repercutido en el descenso de la esperanza de vida de regiones y continentes, por lo que no es de extrañar que la población joven es la que haya presentado uno de los perfiles epidemiológicos más riesgosos y uno de los grupos etarios que más ha tenido que luchar por existir. Aunado aparecen otros sectores, que ante la carencia de una cultura higienista e imposibilitados en aplicar medidas sanitarias aceptables durante periodos de aislamiento o cuarentena; también han constituido por su vulnerabilidad, víctimas propiciatorias de los virus.

Aunque, la constante epidemiológica ha marcado periodos de aparente tranquilidad luego del evento inicial, esto ha resultado engañoso en la gran mayoría de experiencias; ya que no se logra evidenciar que las  enfermedades virales e infecciosas con alto nivel de contagio se erradiquen o desaparezcan con facilidad. De este modo, las epidemias aparecen en la lógica histórica, como acaecimientos cíclicos y  habituales, que han llegado a manifestarse con ocurrencia y hasta por siglos.

En virtud de lo anterior, aquellas que supuestamente se interrumpían o reducían su incidencia durante algún tiempo, hacían creer que el peligro había cesado, con el  consecuente relajamiento de los cercos epidemiológicos. Ante esa falsa ilusión, el abandono de las medidas sanitarias, el desacato de los distanciamientos, se nota el retorno de brotes, que en demasía, terminaban causando más muerte y desolación, que los eventos que les precedieron.

De conformidad a esa disyuntiva para contener el ímpetu con que se presentan ciertas epidemias, se identifican una variedad de comportamientos; los cuales se pueden interpretar como mecanismos de defensa que han servido para sobrellevar la adversidad.

Para aquellos que consideran las epidemias como un castigo, ha prevalecido la idea de enmendar conductas inmorales e incrementar los actos piadosos; todo con la fe que el riesgo epidemiológico se revertiría. Mientras para otros,  ha sido valido reaccionar con una postura hedonista en la que basados en la  fugacidad de la existencia se despunta la idea de  disfrutar al máximo, el corto tiempo que aparentemente queda por vivir.

No obstante, desde una visión un tanto frívola y pragmática, ha predominado la posición que las epidemias han constituido, un elemento imprescindible, para ayudar a estabilizar procesos desmedidos que han afectado la sobrevivencia del entorno natural. Por consiguiente, las epidemias se han visto por la magnitud de la huella que han dejado, en un mal necesario que ha servido para “equilibrar” las fuerzas demográficas y productivas. De la misma forma, que han descomprimido áreas sobrepobladas de bajo desarrollo o donde los recursos se han tornado saturados.

Empero, con la globalización actual, las enfermedades infecciosas endémicas que afectan a una  zona determinada se convierten en pandemias, debido a la gran facilidad en las que se difunden por todo el planeta, tal y como ocurre con el virus del COVID-19 y el Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS) que en la década recién pasada se convirtió en una pesadilla para algunos países asiáticos.

Por consiguiente, las entidades internacionales rectoras de la  salud como la Organización Mundial de la Salud (OMS) entre otras, estiman que las enfermedades contagiosas pese a todos los esfuerzos que se realicen de prevención, control centinela y avances investigativos en el tema inmunológico, no van a desaparecer.  Por el contrario, la aparición de brotes epidemiológicos serán cada vez más contantes y agresivos, conforme se profundice los efectos del cambio climático, el aumento de la población y la pobreza. Así queda aunar esfuerzos para continuar realizando investigaciones para saberlas enfrentar, reducir su riesgo y salvar la vida de más personas.

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.

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