En Costa Rica, uno de los países que históricamente ha presumido de su inversión en educación como un pilar del desarrollo humano, se vive una paradoja dolorosa y persistente: conviven, bajo un mismo escudo y una misma bandera, dos realidades educativas profundamente distintas.
Una brecha que empieza desde la cuna
La desigualdad en la educación costarricense no comienza en secundaria ni en la universidad. Se gesta desde la primera infancia. De acuerdo con datos del Estado de la Educación (2023), mientras en algunas zonas urbanas el acceso a servicios de cuido y educación preescolar es cercano al 90%, en comunidades rurales y costeras como la Zona Sur, la Península de Nicoya o Talamanca, la cobertura en educación preescolar puede rondar apenas el 50%.
Esta diferencia marca el inicio de una carrera desigual: quienes acceden a estimulación temprana, lenguaje, motricidad y socialización formal en sus primeros cinco años, ingresan a primaria con ventajas sustanciales frente a quienes no tienen acceso ni siquiera a un kínder de jornada completa.
Primaria: Entre la excelencia y la supervivencia
En primaria, la brecha se ensancha. Según datos del MEP (2024), la deserción en zonas urbanas ronda el 3%, mientras que en territorios indígenas y rurales puede superar el 10%. No es solo un asunto de asistencia: la calidad de los centros educativos también varía drásticamente. Mientras algunas escuelas privadas y públicas urbanas ofrecen laboratorios, bibliotecas, acceso a tecnología y apoyo psicosocial, otras —especialmente en zonas rurales— luchan con techos de zinc corroídos, falta de acceso a agua potable y hasta carencia de docentes en materias clave.
A esto se suma la desigualdad digital: aunque Costa Rica lideró en su momento el proyecto de conectividad escolar con la Fundación Omar Dengo, hoy existen más de 1.200 centros educativos sin acceso estable a internet, según la Defensoría de los Habitantes (2023). Los niños y niñas de zonas como Los Chiles, Matina o La Cruz enfrentan barreras de conexión que limitan seriamente su aprendizaje en un mundo cada vez más digitalizado.
Secundaria: El punto de quiebre
Es en secundaria donde las dos Costa Ricas educativas se hacen más visibles y crudas. De un lado, están los estudiantes de colegios científicos, bilingües, técnicos de alto perfil, que dominan inglés, manejan plataformas digitales, participan en olimpiadas científicas y se preparan para universidades públicas y extranjeras con éxito. Del otro, están quienes asisten a liceos con personal insuficiente, sin laboratorios funcionales y donde las ausencias de profesores se extienden por semanas sin sustitutos.
Los datos no mienten: según CONARE (2024), el 70% de los estudiantes admitidos a la Universidad de Costa Rica y el Tecnológico de Costa Rica provienen de 50 colegios del país, la mayoría de ellos ubicados en el Gran Área Metropolitana (GAM). En cambio, cientos de colegios de zonas rurales, indígenas y costeras a veces no logran colocar ni un solo estudiante al año en estas instituciones.
La prueba FARO también dejó en evidencia las diferencias abismales entre estudiantes urbanos y rurales. La nota promedio en Matemáticas de estudiantes urbanos fue de 73, mientras que en zonas rurales fue de apenas 48.
Educación superior: Un sueño distante para muchos
En la universidad, la brecha se convierte en muro. Las tasas de ingreso a la educación superior están concentradas con mayor fuerza en el GAM, mientras que en regiones como Guanacaste, Limón o Puntarenas, apenas el 30% de los jóvenes logra matricularse en una carrera universitaria. Peor aún, las cifras de deserción universitaria en los primeros dos años superan el 50% en estudiantes de zonas rurales, debido a la falta de recursos económicos, transporte, conectividad o redes de apoyo.
Paradójicamente, en la misma Costa Rica que ostenta premios internacionales por la calidad de su talento humano, hay jóvenes brillantes, con deseos de superación, que terminan sus días trabajando en empleos informales, sin haber tenido la oportunidad de acceder a una formación técnica o profesional.
La Costa Rica pobre … y la más pobre
Hay una Costa Rica donde las notas de admisión a Harvard, Stanford o la Universidad de Costa Rica son motivo de orgullo familiar. Y hay otra donde terminar la secundaria ya es un milagro. Hay una Costa Rica donde el acceso a inglés, robótica, educación emocional y pensamiento crítico es una realidad desde sexto grado. Y hay otra donde el mayor logro es un aula sin goteras y un profesor presente toda la semana.
Esta no es simplemente la Costa Rica rica y la pobre. Es, como diría un sabio campesino, la Costa Rica pobre… y la más pobre. La que vive en las estadísticas que celebran cobertura nacional, pero no hablan de calidad, y la que sobrevive en el anonimato de las cifras que esconden realidades incómodas.
La reforma pendiente: Una decisión ética y política
La transformación educativa no puede seguir siendo un discurso. Debe convertirse en una decisión política audaz y ética, que reconozca la educación no como un gasto, sino como una inversión estratégica que define el futuro de la nación.
No bastan los diagnósticos. Se requieren acciones sostenidas: inversión pública con enfoque territorial, incentivos para retener a los mejores docentes en las zonas más vulnerables, conectividad universal, infraestructura digna y programas de becas que lleguen realmente a quienes más lo necesitan. Pero también hace falta voluntad: un compromiso nacional que supere los ciclos electorales y los vaivenes presupuestarios.
Costa Rica necesita entender que no habrá cohesión social ni paz duradera mientras miles de niñas y niños crezcan con una educación fragmentada, sin oportunidades reales de movilidad social. La brecha educativa es también una brecha democrática. Y cerrarla es, en el fondo, un acto de justicia.
En un país donde todos nos llamamos hermanos y hermanas bajo una misma bandera, no podemos seguir aceptando que el lugar donde un niño nace determine lo lejos que llegará. Si algo define el carácter de una república no es su himno, ni su escudo, sino cómo trata a los que menos tienen. Y en educación, aún tenemos una deuda histórica que urge saldar.