La urgencia de añadir sabiduría a los asuntos políticos en Costa Rica

La idea que quiero desarrollar aquí es que una nación no se debe gobernar únicamente con conocimientos técnicos, científicos e ideológicos, sino también con sabiduría.  Es comúnmente sabido que conocimiento y sabiduría son nociones parecidas, mas no iguales. Conocimiento tiene que ver con el dominio de la información, principios, verdades o hechos. Estos conocimientos se adquieren por educación, investigación y por la experiencia. Por su parte, sabiduría es la habilidad de discernir, de hacer juicios y evaluaciones prudentes para hacer decisiones lo más ajustadas al rumbo correcto a seguir. Estas dos áreas del saber humano no tienen por qué estar divorciadas. Ambas son necesarias. El conocimiento nos aporta los datos técnicos y científicos sobre los cuales podemos hacer decisiones sabias y oportunas.

Sin embargo, en la práctica, cuesta observar que la sabiduría sea una cualidad de quienes están en la actividad política de las naciones y de nuestro país.  Y, por supuesto que habrá excepciones. Mas, cuando uno mira que los debates en la Asamblea Legislativa se convierten en un asunto de gritos, ataques y de insultos personales pareciera que estamos tácitamente aceptando que ese el rol de nuestros legisladores.  Lo mismo sucede en los debates de los aspirantes a la presidencia en periodos electorales. Dichos foros que deberían ser para que cada candidato o candidata exponga en forma razonada sus propuestas políticas y sus estrategias de implementación, en cambio, se han transformado en foros para el ataque personal y para la difamación mutua.  Pareciera que la política hoy se ha convertido en el arte de difamar y de mentir. Necesitamos redefinir y reinventar el modo de hacer política. Nuestra esencia costarricense se resiste a aceptar como normal lo que no debe ser normal en el modo de conducir y realizar los asuntos de la política nacional.

Mi propósito en este artículo no es hacer un análisis de la realidad nacional ni de criticar al presidente actual. La crisis es evidente, pero esa realidad está conectada con administraciones pasadas también. Mi verdadero objetivo es proponer que, dada las crisis en educación, salud, servicios públicos tales como agua y electricidad y otros, más la falta de un plan nacional proyectado, por lo menos hasta el fin de este siglo, necesitamos añadir a nuestra manera de hacer política la virtud de la sabiduría. Mi intuición es que muchos de los problemas nacionales serían resueltos si nuestros líderes políticos nacionales y regionales actuaran con más sabiduría y con menos politiquería. Aunque por todas partes, en los países occidentales observamos que los foros y espacios políticos y sociales facilitados por la democracia sea han convertido en verdaderos espectáculos de irracionalidad y de la insensatez más absoluta, nosotros como costarricenses podemos revertir este patrón. Hay otra manera diferente de hacer política. Esta manera es la senda de la sabiduría.

En la tradición bíblica sapiencial del libro de Proverbios, por ejemplo, sabiduría es, entre otras cosas, el arte de discernir el peligro con anticipación para no caer en él. Además, esta sabiduría incluye la noción de que todo lo que hacemos hoy tendrá efectos mañana. Que, en el último análisis, lo que seremos en el futuro será la suma de lo que estamos haciendo en el presente como personas o como nación. O sea, la ley causa-efecto. Es probable que esta tradición sapiencial haya empezado en el palacio del rey Salomón para entrenar a los hijos de los reyes y de la nobleza en el arte de aplicar principios de sabiduría práctica en la vida personal, en la gestión gubernamental y en la diplomacia internacional.

Por su parte, en la tradición y síntesis filosófica greco-romana, los estoicos consideraban que los cuatro componentes esenciales de la vida virtuosa eran la sabiduría, la justicia, el coraje y la moderación. Por sabiduría querían decir la capacidad de aplicar discernimiento y buen juicio a la vida práctica para vivir la mejor vida posible. Por justicia entendían bondad y juego limpio en las relaciones. Coraje o valentía es dominio sobre el miedo. Moderación es autocontrol y poder sobre los impulsos y deseos irracionales. La meta de la sabiduría estoica era vivir la mejor vida posible, la que ellos llamaban en griego eudaimonia, o sea felicidad como florecimiento humano pleno.

Por otro lado, en el siglo 16, Nicolás Maquiavelo, en su obra El príncipe, da consejos sobre doctrina y estrategia política que es un tipo de “sabiduría” relacionada con la astucia para obtener y mantener el poder por medio del engaño y la crueldad. Su idea era que al enemigo político o militar había que conquistarlo o eliminarlo fulminantemente. Que era mejor que el príncipe fuera temido en vez de amado. Además, que el político debe saber disfrazarse, fingir, mentir y engañar como lo hace el zorro. Que, aunque él sea el autor intelectual y material de atropellos y asesinatos, el príncipe “sabio” debe delegar ese trabajo sucio a sus subalternos y testaferros para aparecer impecable y con las manos limpias ante la opinión pública. Los consejos de Maquiavelo son parecidos a los de Sun Tzu en su obra El arte de la guerra. Es decir, el éxito en la política y en la guerra tiene mucho que ver con el arte y la astucia de engañar al adversario y de manipular al pueblo gobernado. Estas máximas de engaño y crueldad han tenido consecuencias nefastas en la ética pública cuando fueron practicadas por caudillos que han querido conquistar y mantenerse en el poder.

Adicionalmente, cuando examinamos la tradición del pensamiento occidental desde la modernidad hasta el presente, observamos que el mismo ha enfatizado el valor del conocimiento racional, técnico y científico en detrimento de la sabiduría práctica. De tal manera que a los puestos claves de gobierno se lleva a profesionales y técnicos, pero que, por el modo de actuar, algunas veces lucen carentes de prudencia y de buen juicio. Esto se debe, en parte, a la soberbia de la academia de entrenar tecnócratas, intelectuales y profesionales expertos en sus campos, pero vacíos de sabiduría y de grandeza de espíritu.

Lo que estoy diciendo no es para minimizar el valor de la educación y de adquirir conocimientos al más alto nivel. Pero deseo llamar la atención que hoy, como en el pasado, Europa y todo el occidente civilizado, científico e hijo de la Ilustración asiste a la marcha de nuevas hordas bárbaras que bajo caudillos como Nerón y Atila tienen sitiado al mundo y a nuestros países. ¿De qué sirve, entonces, el conocimiento sin sabiduría ni generosidad de espíritu? Me queda claro que el drama y el dilema de la gestión pública es un fenómeno complejo e intrincado, pero lo hacemos más complicado cuando nuestros líderes nacionales y la ciudadanía no actuamos con prudencia y sabiduría.

Por lo tanto, la sabiduría llama a nuestros políticos nacionales en todos los niveles a la humildad, al discernimiento y a la prudencia. Ella invita, no al miedo ni a la cobardía, pero sí a la sensates y al buen juicio en el manejo de los asuntos públicos. La sabiduría discierne y se anticipa al peligro para superarlo. Esta sapiencia busca la felicidad y el florecimiento integral para todas y todos.  Esta prudencia nos debe revelar que tenemos una reserva de políticos (hombres y mujeres) experimentados y sanos en el país que hemos “jubilado”, pero que ahora los necesitamos para que le aporten experiencia, expertise y balance a nuestras nuevas generaciones en la gestión pública. Debemos buscarlos intencionalmente para tener gobiernos que combinen juventud con experiencia en todos los poderes de la república. El discernimiento nos debe dar conciencia del drama y de la crisis política y social en Venezuela y en otros países. Ese caos empezó décadas atrás con gobiernos de un signo y de otro con la mentalidad de Maquiavelo: engañar, mentir y robar los bienes de la patria. Es decir, políticos en el poder utilizando al pueblo para su propio beneficio. No todos son así por supuesto, pero esa es la tendencia.

Como un país sabio, necesitamos anticiparnos y proyectar el presente y el futuro de nuestros niños, niñas y jóvenes, por lo menos hasta el fin de este siglo. Ninguna nación sobrevive bien, sino invierte en sus generaciones jóvenes. Urgimos de un proyecto nación a largo plazo.

No es típico de una nación sabia que vea como normal que sicarios asesinan a sangre fría en bares, en carros y motocicletas a sus ciudadanos. Tampoco es de sabios que hayamos convertido nuestras casas en nuestras propias prisiones, porque el crimen organizado se ha apoderado de sectores de nuestras ciudades. Esta no es la Costa Rica en la que yo nací y crecí.

Tenemos todavía un país maravilloso. Estamos a tiempo de rescatarlo. Solo me pregunto si la clase política actual podrá lograrlo o si deberíamos activar un nuevo movimiento patriótico integrado por personas sabias, de buena voluntad y que no hayan vendido sus almas a ideologías divisivas, fragmentarias y de odio. Un nuevo movimiento nacional cuyo único propósito sea el bienestar de nuestro amado país y de sus habitantes. En definitiva, una nueva corriente que rescate lo mejor de nuestra herencia histórica nacional, combinándola con las innovaciones necesarias para que sirva en el contexto contemporáneo.

Si en el presente combinamos conocimiento con sabiduría en todos los Poderes de la República tenemos razones para la esperanza. Los datos técnicos y científicos solo son la mitad de la ecuación. La otra parte la ponen líderes y lideresas con corazones bondadosos, humildes y sabios. Los costarricenses queremos paz y progreso acompañado con felicidad. Para esto tenemos que añadir sabiduría a la gestión pública. Y si queremos, podemos.

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El autor es profesor de teología y cultura contemporánea Seminario ESEPA, San José, Costa Rica. United Theological Seminary, Dayton, Ohio, USA. Email: kp8115f@gmail.com.

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