A menudo escucho decir que los problemas de Costa Rica se resolverían con la desaparición del PLN. Pero esa afirmación, aunque comprensible desde la frustración ciudadana, revela un error de diagnóstico. Porque incluso si el PLN desapareciera del mapa político, el modelo de desarrollo socialdemócrata seguiría intacto. Y mientras ese modelo perdure, los problemas estructurales de nuestro subdesarrollo continuarán reproduciéndose bajo nuevas siglas y rostros.
El verdadero obstáculo no es un partido, sino una cosmovisión política que pone al Estado por encima de la persona. La socialdemocracia, heredera del estatismo europeo del siglo XX, sostiene que las instituciones deben guiar y planificar la vida social, bajo la premisa de que el ser humano, por sí solo, no es capaz de actuar solidariamente sin la tutela del Estado.
Esta es la antropología negativa que subyace en su ideología: el ciudadano visto como un ser esencialmente egoísta, incapaz de cooperar, y necesitado de un Estado “social” que lo moralice y lo obligue a ser solidario.
Pero esa visión es falsa y profundamente contraria a la dignidad humana.
El ser humano no necesita coerción para ser virtuoso; la verdadera solidaridad nace de la libertad, no del mandato estatal. Cuando el Estado sustituye la virtud individual por la obligación legal, destruye el fundamento moral de la sociedad y convierte la solidaridad en un acto burocrático sin alma.
Como advirtió Frédéric Bastiat, “El Estado es la gran ficción mediante la cual todos intentan vivir a costa de los demás”.
Y Friedrich Hayek complementó esta idea al señalar que “ningún sistema puede ser libre si descansa en la presunción de que los hombres no saben lo que más les conviene”.
La libertad no solo es un principio económico, sino una verdad antropológica: el ser humano está dotado de razón, conciencia y responsabilidad, y por eso puede —y debe— hacerse cargo de su propio destino y del bienestar de los demás sin intermediación estatal.
Por eso, la Tercera República que propone el Partido Creemos solo será posible cuando Costa Rica abandone el paradigma socialdemócrata y abrace una visión de desarrollo basada en la antropología positiva del liberalismo clásico: aquella que reconoce en cada persona un ser moralmente autónomo, capaz de crear, cooperar y prosperar en libertad.
Como escribió Alexis de Tocqueville, “la grandeza de los pueblos libres no está en el tamaño de su Estado, sino en la virtud de sus ciudadanos”.
Y en palabras de Ludwig von Mises, “la cooperación social es fruto de la libertad, no de la planificación”.
Solo cuando entendamos esto, Costa Rica podrá fundar una nueva República —una que ponga, por fin, la dignidad humana por encima del Estado.