¡Sin formación y catequesis no se conoce la fe! Y, si no se conoce, no se puede vivir y dar testimonio de la fe que es vida.
Hago este llamado, especialmente al pueblo católico, para que tomemos conciencia de nuestra responsabilidad cristiana de formarnos, de cuidar la fe que una vez nuestros padres nos transmitieron y que, como regalo de la Iglesia, fuimos incorporados a ella, por medio del sacramento del Bautismo.
Ya el apóstol Pedro, desde antiguo, invitaba a los primeros cristianos a dar razón de la fe. “Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen” (1 Pedro, 3, 15).
La catequesis no es un proceso para cumplir requisitos, o para vivir un acto social. Lamentablemente, vemos como muchas veces al culminar un proceso, por ejemplo, cuando un niño realiza la Primera Comunión, los mismos padres terminan ahí este proceso de formación para sus hijos, y no es sino, hasta que venga la Catequesis de Confirmación, que vuelven a la Iglesia para formarlos. En el mejor de los casos, muchas veces esos niños, una vez adultos, vienen a “cumplir” un requisito, años después, para acceder al Sacramento del Matrimonio.
La responsabilidad es grande y exigente también, no solo con la Iglesia, sino con Dios, quien infunde su aliento y nos da el don de la fe, para que la cuidemos, y crezcamos en ella a fin de dar testimonio.
Muchas veces he insistido, y lo hacía en mi II visita pastoral a la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, en La Tigra, hace algunas semanas, que la fe no debe vivirse individual o privadamente, sino en comunidad, porque la Iglesia es comunidad. Es urgente reivindicar y reforzar la formación, el compromiso debe ser efectivamente desde las comunidades, desde la Parroquia; debe asumirse en las familias, y con ello, lanzarnos al mandato de Jesús de ir por el mundo a proclamar la Buena Noticia (Marcos 16, 15).
En nuestro tiempo, como cuando el apóstol Pedro exhortaba a dar razón de nuestra fe, es especialmente necesaria la formación para no apartarnos de la enseñanza evangélica, para ser fieles a Cristo, para no caer en relativismos que agobian nuestra sociedad y la separan de sus valores fundamentales. Debemos hacer patente el amor de Dios, su misericordia y su Evangelio. Debemos transmitir el mensaje que se nos ha dado, con alegría, con verdad y con valentía: se nos llama a ser sal en la tierra, nuestra fe no es para esconderla.
La formación cristiana, católica, doctrinal, catequética y general en la fe, es también especialmente necesaria para dialogar con el mundo, para hacer contacto con aquellos que no profesan nuestra fe, para buscar caminos de encuentro que nos ayuden a aportar a la sociedad. La Iglesia tiene todo un itinerario de formación en la fe, para que permanezcamos unidos a este proceso constante y permanente, a fin de alimentarnos y fortalecernos.
Hago un llamado especialmente a los padres de familia, para que asuman su compromiso de formar en la fe a sus hijos, esta es una tarea que no acaba. Animo también a los catequistas y aquellos laicos que asumen un rol en sus comunidades de guiar a otros desde el Evangelio. Hoy más que nunca, urge que este servicio que prestan lo sigan haciendo con alegría y con verdadero compromiso por el bien presente y futuro de sus hijos.
Pidamos a Dios que nos ilumine nuevas formas de crecimiento personal, familiar y comunitario, para madurar en la fe y dar testimonio del Evangelio.
—
Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, fotocopia de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr.