La ideología de género y la campaña electoral que viene

La posibilidad de superar la crisis que arrastramos y que la pandemia agravó, está directamente ligada a la decisión que tomemos en las próximas elecciones presidenciales y legislativas.

Prácticamente están definidas las candidaturas del 2022, y de momento la mayoría de ellas lucen vacías.

Quienes aspiran a gobernar deben abordar temas complicados, directamente ligados a decisiones indispensables para equilibrar la situación fiscal, reducir el endeudamiento público y la presión sobre el IVM de la CCSS, reactivar la economía, atraer inversión, generar trabajo y superar el rezago educacional. Sucede, sin embargo, que se trata de cuestiones tan delicadas que algunos políticos, una vez candidatos, prefieren no arriesgarse con ellas, recurriendo a todo tipo de evasivas.

La competencia entre un número de candidaturas sin mayor propuesta, hace predecible que algunos traten de manipular la Campaña con viejos trucos. En este sentido, debemos tener claro que las trampas electorales de la ideología de género seguirán a la orden del día, como lo demuestran los esfuerzos por convertir el aborto en una cuestión de esta campaña.

Los promotores de la ideología de género se valen de trucos argumentales que manipulan la preocupación por la desigualdad y los esfuerzos por erradicarla, hasta convertir todo en protestas histéricas en apoyo de demandas controversiales. Pretenden al mismo tiempo atraparnos en falsas dicotomías por las que si no apoyamos sus disparates, nos acusaron de racistas, machistas, xenófobos, homófobos, etc. Y claro, todo esto se hace con objetivos políticos afines a la izquierda.

La discriminación es inaceptable. No debemos tolerarla. Sin embargo, para no quedar atrapados en aquellas dicotomías, debemos tener claro que rechazarla no equivale a apoyar las tesis de quienes aplican el libreto de la Ideología de Género.

Al mismo tiempo, nuestra respuesta debe acompañarse de algunas precauciones, de tal forma que tampoco se confunda con la tozudez de quienes caen fácilmente en las provocaciones de la Izquierda.

La flexibilidad requerida para aquello, se le atraganta a muchos que se autodefinen como conservadores, haciéndolos rechazar todo avance, incluyendo medidas que deberían recibir con normalidad. Esta fue, por ejemplo, la razón por la que Costa Rica ignoró todos los proyectos de ley destinados a reconocer las denominadas “sociedades de convivencia”, que habrían solucionado los problemas civiles y patrimoniales que condicionan las relaciones estables entre personas del mismo sexo, sin ofender la tradición que entiende el matrimonio como la unión de hombre y mujer. Por el contrario, los sectores que se opusieron al matrimonio igualitario, se cerraron sin aceptar alternativas, creyendo que podían plantarse como un muro. Algo que en democracia es prácticamente imposible. Acabamos metidos en una controversia que terminó con la imposición de aquella figura por un tribunal internacional del cual hasta discutimos ingenuamente la posibilidad de abandonarlo.

Ahora bien, estemos o no de acuerdo con el matrimonio igualitario, hoy es una realidad, y lo es gracias en buena parte a la tozudez conservadora que con su oposición estridente y falta de estrategia, le pavimentó el camino, dejándonos en la segunda ronda de las presidenciales de 2018 atrapados entre 2 alternativas por las que muchos no votamos en la primera.

Hoy, uno de esos movimientos parece haber evolucionado en la dirección correcta, modernizando su organización y propuesta; mientras el otro continúa insistiendo en todo lo dicho aquí, entregado al mayor fariseísmo en la conducción de los asuntos públicos.

Me valgo de la experiencia citada, para que no se tergiverse el sentido de este comentario. Hemos permitido que nos distraigan de temas urgentes de los que depende la viabilidad de todos los demás asuntos relevantes para nuestro desarrollo. Dejamos que las luchas contra la discriminación y por las justas reivindicaciones de las minorías, se manipulen de forma politiquera, siguiendo un libreto que hoy conocemos. La ideología de género es el moderno nutriente de una Izquierda que a punta de inflamar diferencias, exagerar abusos y desacreditar los avances en materia de derechos humanos y erradicación de la violencia,  promueve la disolución de nuestro sentido de pertenencia a una Patria que heredamos de padres y abuelos y de la que somos deudores de nuestros hijos y nietos. La Izquierda lo hace para evitar que hablemos de las reformas necesarias para equilibrar la situación fiscal, reducir el endeudamiento público y la presión sobre el IVM de la CCSS, reactivar la economía, atraer inversión, superar un desempleo del 18% y superar el bien documentado naufragio de la educación pública, en un medio seguro, libre de la amenaza del narcotráfico, el crimen organizado y la delincuencia común. Se trata de una perversión de la democracia, de la justicia social y de los derechos humanos, promovida desde plataformas internacionales como el Foro de Sao Paulo.

Como ciudadano de un país con una trayectoria en materia de democracia y desarrollo humano que la Izquierda menosprecia, creo que el verdadero progresismo debe basarse en la convicción de que todos los costarricenses somos iguales, tenemos deberes y derechos que compartimos, los cuales coexisten en medio de diferencias que son fuente de una riqueza social, económica y cultural que conviene a la democracia y al desarrollo de Costa Rica. Una convicción muy diferente al conjunto de manipulaciones promovidas por la ideología de género, para dividirnos y sabotear la construcción de una voluntad nacional. Una sin la cual será imposible reunir los apoyos transversales necesarios para eliminar los privilegios de una casta entronizada en la política, en el gran capital y en el funcionariado estatal. Una casta que carga, mediante impuestos, tramitología y burocracia, el costo de sus abusos en las espaldas de los pequeños y medianos empresarios, de los trabajadores privados, de los empleados públicos que no pertenecen a la aristocracia estatal, de los profesionales independientes, de los agricultores y de las familias, es decir, sobre los hombros de la Costa Rica que “la pulsea”. Una Costa Rica cuyas voluntades debemos reunir bajo la bandera patria, para emprender la gran transformación que libere el potencial construido a lo largo de décadas.

Ciertamente, este planteamiento es denso y parece abstracto, pero tiene una dimensión práctica, cuya utilidad surge cuando pensamos en la campaña electoral que viene.

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.

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