En los últimos años, el país ha visto un preocupante incremento en el sicariato, especialmente entre jóvenes y niños reclutados por el crimen organizado. Ese fenómeno ha generado un debate nacional sobre las posibles soluciones: algunos sectores abogan por endurecer los castigos legales, mientras que otros proponen enfoques más rehabilitadores, que busquen comprender mejor las causas del fenómeno y ofrecer alternativas efectivas.
En este contexto, es crucial entender las raíces profundas de esa problemática, definir el perfil de la población vulnerable y proponer soluciones que ataquen los problemas de fondo.
Factores que explican el fenómeno
El reclutamiento de jóvenes y niños en el sicariato responde a una combinación de factores sociales y estructurales. Entre los más destacados están la pobreza extrema, la desintegración familiar, la falta de oportunidades educativas y la violencia intrafamiliar. Según el Informe Mundial sobre la Violencia contra los Niños de UNICEF (2021), los menores que crecen en condiciones de pobreza tienen un 70% más de probabilidades de verse involucrados en actividades delictivas, ya que el crimen organizado se aprovecha de su desesperación y falta de oportunidades.
El crimen organizado no solo explota esas carencias económicas, sino también el vacío emocional que enfrentan muchos de estos jóvenes. A menudo, las organizaciones criminales les ofrecen un sentido de pertenencia, estatus y poder que no encuentran ni en sus familias ni en sus comunidades. A través de promesas de dinero rápido y un lugar en su estructura jerárquica, los menores ven el crimen como una vía de escape de la marginalidad. En ese sentido, la pobreza material y emocional es la base sobre la cual se construye el fenómeno del sicariato juvenil.
El perfil de la población vulnerable y el ciclo de violencia
Los menores que son reclutados por el crimen organizado suelen compartir un perfil marcado por la vulnerabilidad y el sufrimiento. Son niños y adolescentes que han sido abandonados desde temprana edad, víctimas de abuso físico y emocional, y que a menudo han crecido en entornos de extrema violencia y desnutrición.
Diversos estudios han demostrado que esta exposición constante a la violencia no solo deja huellas profundas a nivel emocional, sino también neurológico.
El Instituto de Estudios Criminológicos de América Latina señala en un informe de 2022 que los menores que han vivido situaciones de abuso prolongado y abandono desarrollan alteraciones cognitivas que afectan su capacidad para regular sus emociones y tomar decisiones racionales. Además, la constante exposición a la violencia los insensibiliza, llevándolos a reproducir esa misma violencia en su comportamiento.
Un estudio de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) revela que los niños que han sido víctimas de violencia tienen hasta un 60% más de probabilidades de actuar con violencia extrema en el futuro, ya que desarrollan patrones de respuesta agresivos como mecanismo de defensa ante el dolor y la frustración acumulados. Ese ciclo de violencia es uno de los aspectos que más aprovecha el crimen organizado. Al canalizar el resentimiento y el odio de estos jóvenes, las organizaciones criminales los transforman en ejecutores de actos violentos, donde la falta de empatía y el distanciamiento emocional juegan un papel clave.
En este sentido, el sicariato no es solo un trabajo para ellos, sino una salida al dolor y el vacío emocional que han experimentado desde su niñez.
El papel de los sistemas de salud y educación
Los sistemas de salud y educación juegan un rol fundamental en la prevención del reclutamiento de menores por el crimen organizado. Sin embargo, en muchas comunidades vulnerables, estos sistemas fallan en ofrecer alternativas efectivas para estos jóvenes. La falta de acceso a una educación de calidad y la ausencia de programas psicosociales adecuados son factores que contribuyen al aislamiento y la marginación de estos menores. El Centro Internacional para el Estudio del Desarrollo Infantil (2020) ha identificado que los niños expuestos a traumas y violencia en los primeros años de vida tienen una mayor predisposición a desarrollar trastornos emocionales y de comportamiento. Esos trastornos, si no son tratados adecuadamente, se convierten en un caldo de cultivo para la delincuencia y la violencia. Asimismo, un informe de Human Rights Watch (2020) revela que en América Latina más del 40% de los adolescentes en riesgo no tienen acceso a programas educativos o laborales, lo que aumenta su vulnerabilidad frente a las redes criminales.
El sistema educativo, además de ser una herramienta para el desarrollo de habilidades, debe convertirse en un espacio de detección y prevención. Sin embargo, la realidad es que muchas escuelas en zonas vulnerables carecen de los recursos necesarios para atender las necesidades emocionales de estos jóvenes.
Además, el sistema de salud debe ser fortalecido con programas de atención psicológica y rehabilitación, que brinden apoyo integral a los menores que han vivido situaciones traumáticas.
Propuestas para una solución integral
Para abordar el problema del sicariato en jóvenes y niños, es necesario implementar soluciones multidimensionales. Si bien es tentador pensar que el aumento de las penas puede disuadir a los jóvenes de participar en actividades delictivas, esta medida no ataca las causas subyacentes. Es crucial que se fortalezcan las políticas de prevención, empezando por mejorar el acceso a la educación en las zonas más vulnerables.
Las propuestas deben incluir la creación de programas educativos y de formación técnica que ofrezcan alternativas reales y sostenibles a los jóvenes. Asimismo, los sistemas de salud deben enfocarse en la atención integral de los menores que han sufrido abusos y violencia, proporcionando tratamiento psicológico para sanar las heridas emocionales que los empujan hacia la delincuencia.
En paralelo, se debe desarrollar una política de rehabilitación efectiva para aquellos jóvenes que ya han sido reclutados por el crimen organizado. En lugar de simplemente castigarlos con cárcel, que a menudo perpetúa el ciclo de violencia, es necesario implementar programas de reinserción social, donde se les ofrezcan oportunidades laborales, educativas y psicosociales.
Conclusión
El fenómeno del sicariato en jóvenes y niños refleja las profundas desigualdades y carencias del sistema social. Los factores que empujan a esos menores hacia la delincuencia están profundamente arraigados en la pobreza, la violencia y la falta de apoyo psicosocial.
Solo a través de políticas integrales que incluyan prevención, educación, rehabilitación y atención emocional, podremos romper el ciclo de violencia que atrapa a tantos jóvenes. Para ellos, más allá del castigo, es crucial ofrecer oportunidades reales de cambio y un futuro lejos del crimen.