Fue a la periodista Cristina Martín Jiménez a quien escuché decir por primera vez que los Diez Mandamientos constituyen un marco ético y moral dados en una época de distopía similar a la actual, como la describen los escritores británicos George Orwell y Aldous Huxley.
Según el reconocido economista español Emilio Carrillo, el pueblo hebreo recibió las tablas con los Diez Mandamientos en un momento en que le habían dado la espalda a ese código y a la divinidad. En concreto: se habían olvidado de creer.
Es decir, en un momento de distopía.
Según Carrillo, la esencia de los Diez Mandamientos de la tradición cristiana también se puede encontrar en otras tradiciones como el budismo, el hinduismo e incluso el zoroastrismo.
La ciencia del estudio comparativo de las tradiciones espirituales confirma que existen mandamientos similares en la ciencia del Yoga, por ejemplo en los Yoga Sutras. Los yoga sutras prescriben yamas y niyamas, es decir, prácticas de moderación y observancia en nuestras vidas. Estos incluyen la no violencia, la veracidad y el no robar.
Lo mismo con el budismo. Hay paramitas en dos versiones: 7 y 10.
En otras tradiciones menos conocidas como el zoroastrismo encontramos algo muy similar. Lo cual es lógico, nos dice Carrillo, porque son parte de una práctica de vida espiritual que es coherente con la idea de vida trascendente con la divinidad presente. Y eso es coherente con la propia condición humana.
Hay un código ético básico y general en todos estos mandamientos. De lo contrario, la vida sería sólo una distopía, sin ninguna esperanza en absoluto. Sin significado.
Además de la espiritualidad metafísica del “amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas”, existe un “te amarás a ti mismo” bastante similar.
Pero más terrenal, no mentirás, no robarás y por supuesto no matarás.
También hay otros mandatos que ayudan a evitar que nuestra vida diaria tenga tantas tensiones y tanto drama. Son prácticas de vida que te dicen que si mientes, por ejemplo, estás introduciendo una práctica en tu vida que te está llenando de tensión, perturbación y turbulencia tanto desde el punto de vista emocional como mental. Y eso te aleja del camino de la conciencia. En resumen: no te estás amando a ti mismo.
Los códigos morales sin duda pueden mantenernos conectados al camino de la conciencia.
Desterrar la divinidad de nuestras vidas —lo que Friedrich Nietzsche llamó “matar a Dios”— implica expulsar lo trascendente o lo divino de nuestras vidas. ¿Y qué pasa cuando el ser humano elimina lo divino de su vida? Es reemplazado por el “becerro de oro”, nos advierte Carrillo. Un nihilismo, un materialismo extremo, un individualismo “carpe diem” sin sentido.
Eso no sucede tan fácilmente cuando se respeta un código moral claro y muy humano.
El peligro del que advirtió Nietzsche es uno del que estamos siendo testigos estos días. Nos dijo que nuestra sociedad había matado a Dios. Y Dios, o la trascendencia o la conciencia, como quiera que se la vea, bien pueden comenzar con el respeto a un código moral ilustrado.