Era una mañana fría, un día diferente, aquel estudiante de tan solo quince años, cuyos compañeros conocían por “Saúl”, preparaba los últimos detalles para su discurso, del cual dependía su nota final, nacería una nueva oportunidad para ser escuchado, pero al mismo tiempo, sin darse cuenta, marcaría el inicio de una retórica de vida, una lucha constante entre la persuasión y la decepción, entre el ser y el deber ser, entre el actuar y el justificar, un hito de consciencia sobre su entorno, equilibrio e impacto.
Saúl no oscilaba en escuchar y acatar las recomendaciones de último minuto de su profesor de español, dicción, timbre, postura, gestos; elementos clave, cuyo acertado manejo influiría potencialmente en el éxito o fracaso del arte de hablar en público, informando o conmoviendo sobre el tema del concurso de oratoria: “Biodiversidad y Sostenibilidad”, aquel tema del cual, solo existía una vaga noción, bases alimentadas a través de una educación informal, de las cuales fácilmente se concluía que algo no estaba bien con el sistema, pero a profundidad se mantenía aquella constante, ¿Cómo llegamos a esto?, ¿Por qué nuestro planeta se está cayendo a pedazos?.
Enrique Leff (Leff, 2000) apunta que “La crisis ambiental, es la crisis de nuestro tiempo”, recurrentes situaciones demuestran la gravedad del asunto. Tal y como lo indica el Informe de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Organización de las Naciones Unidas (Organización de las Naciones Unidas, 2016) el estrés por la escasez de agua afecta a más de dos mil millones de personas en todo el mundo, una cifra que se proyecta que aumentará; En el 2014, casi la mitad de la población urbana en todo el mundo estaba expuesta a niveles de contaminación del aire, al menos 2,5 veces mayores a las normas de seguridad establecidas por la Organización Mundial de la Salud; El cambio climático y sus efectos extendidos sin precedentes desproporcionadamente afectan a los más pobres y vulnerables.
Estamos cruzando la frontera de posibilidades de nuestro planeta, no se trata de una frontera imaginaria, como aquellas que dividen países, hablamos del límite de capacidad de carga de los recursos naturales, mal llamados “nuestros”, aquellos elementos esenciales para la vida, el agua, el aire, ciclos biológicos, que diferencian este planeta en nuestro sistema solar. Entender cómo llega la humanidad a este punto, no es tarea simple, y gran parte de esta labor es asumida por lo que hoy llamamos educación ambiental.
Sin embargo pareciera que existe una tendencia a la evasión del origen de esta crisis, múltiples foros y mesas de discusión en paneles internacionales, están saturados de conceptos como “mitigación” y “compensación” de impacto ambiental, pero que en su trasfondo no son mas allá que una réplica de aquellas prácticas que nos indujeran hacia esta crisis.
El crecimiento acelerado de la producción de bienes y servicios, los avances en medicina, que en cierta manera contribuyen a la sobrepoblación, y los patrones irracionales de consumo que poseen los países de “primer mundo”, no se acercan ni a la punta del iceberg (el cual también está desapareciendo), del posible origen del desequilibrio.
Nuestras culturas y civilizaciones antiguas entendían y poseían un conocimiento profundo de esta relación dialógica y transitiva del ser humano y su entorno, aquél principio para el pueblo Bribri establecía “cuiden a la montaña y la montaña cuidará de ustedes”, una ilustración más allá del mutualismo ortodoxo, una conexión profunda con su origen, su tierra, su vida.
Ninguna revolución del pensamiento inicia sin detractores, aquellos puntos incómodos que sobresalen de manera indeseada, señalamientos que apuntan hacia el poder utilizado de manera represiva en detrimento de la vida; líneas subversivas como las del discurso del aquel estudiante, fueron las que de alguna manera calaron o conmovieron en aquel público de esa mañana, pues no solo se centraban en describir esta problemática, sino en el cuestionamiento profundo que implica reflexión y el llamado a la rebelión anti sistémica, aspecto que nunca agradaría a ninguna marca comercial que patrocinara tal actividad.
Acciones simples como las de este joven, son utilizadas por la educación ambiental informal, la cual va a dirigida a las masas, mediante eventos, conciertos, actividades culturales, o como en este caso, un concurso de oratoria, la cual no solo va orientada a la reflexión, sino con un importante componente de llamado a la acción, en aquella oportunidad, un llamado a la desobediencia de la cultura del consumo, mismo patrón inducido por la sociedad “desarrollada” que acaba a un ritmo de tres o cinco veces la cantidad de recursos disponible en el planeta. Ritmo absurdo generado en latitudes con mayor poder adquisitivo, que al mismo tiempo tiene un alto precio para latitudes más pobres del planeta, los efectos del cambio climático hoy en día son más palpables en los desastres naturales que golpean a los países pobres, donde a veces nunca llegan a sobreponerse por su pésima capacidad de resiliencia.
Nuestra región Latinoamericana se ha caracterizado por una extensa complejidad de caracterización genérica, tal y como lo señala Gonzalez Gaudiano (Gonzalez, 2001) “recibía el influjo de un entramado discursivo lleno de antagonismos y desencuentros en materia educativa, desde el positivismo (de corte nacionalista) y la racionalidad instrumental hasta la pedagogía libertaria latinoamericana”, es clara una evidente dominación en la historia moderna en la región, lla cual hoy en día continúa presente como receptora de la influencia de las consecuencias del irracional comportamiento consumista del cual también es parte.
La comunidad internacional hace un llamado para concretar acciones y esfuerzos en el combate del cambio climático, principal amenaza al “desarrollo”, pero a la vez es un llamado hipócrita, Edgar Morín (Morín , 1999) nos señala que “la mundialización es realidad unificadora, pero hay que agregar inmediatamente que también es conflictiva en su esencia”; no es el mismo precio y consecuencias que pagan en Europa que en Latinoamérica o África; aquellos primeros con sus riquezas, robadas de otras latitudes desde periodos de la conquista al presente, pues no se conformaron con llevarse nuestro oro y violar a nuestras mujeres, hoy toman el aire puro que producen nuestros bosques y a cambio recibimos los índices de contaminación más altos producidos por sus fábricas y su alto costo de vida, bajo un esquema económico llamado “compensación”, el cual no es más que una falacia insostenible, pues su impacto siempre va en aumento y no existe a futuro ninguna esperanza de que un ridículo monto en dinero pueda restaurar el desequilibrio atroz al que hemos llegado.
Hace dos años, en la Cumbre de París, todos los estados miembros de las Naciones Unidas, por primera vez a nivel histórico, se comprometieron a contribuir a mejorar el desarrollo económico, ecológico y social global. ¿Lo están llevando a cabo? o sería esto simplemente una alternativa más para evadir la realidad y continuar con el voraz capitalismo que destruye nuestro planeta.
En aquel momento la Agenda 2030, globalmente incluía a todos los estados miembros, a comprometerse con acciones que en la jerga de las Naciones Unidas, se les llama “Objetivos de Desarrollo Sostenible” (ODS), sin embargo es evidente la carencia de compromiso de los países industrializados, en los cuales sus ciudadanos y gobiernos no están realmente dispuestos a renunciar a sus estilos de vida, mucho menos a reducir su consumo. Pues los mismos autores del Índice de ODS señalan que los países industrializados “ocasionan con frecuencia costes a los países en vías de desarrollo y emergentes debido al consumismo, a la insuficiente contribución económica a la cooperación al desarrollo y a la protección de paraísos fiscales. Estos efectos colaterales frenan a los países más pobres a la hora de lograr sus objetivos hasta 2030” (Wenkel, 2017).
Esta doble moral esta evidenciada históricamente en las zonas de conflicto, los países desarrollados poseen una poderosa carrera armamentista, la cual para sostenerse, necesita la constante floración de conflictos en las zonas pobres, tal como fue el caso de Centroamérica en las pasadas décadas de golpes de estado, actualmente Medio Oriente y África son los principales receptores de armas fabricadas en Israel, Rusia Noruega, Estados Unidos, Francia y Alemania, situación que solo ayuda a reforzar estas crisis, y para nada contribuye al compromiso simbólico en el papel de los ODS.
Así mismo el sistema financiero internacional, ha sido diseñado para acrecentar las desigualdades, desde el origen del mismo, los sistemas de deuda pública y el establecimiento de Bancos Centrales, solamente han fortalecido las relaciones de esclavitud e imperialismo del primer mundo sobre el tercer mundo. El caso reciente de los “papeles de Panamá”, fue otra prueba más del descarado accionar de estos países ricos con doble moral, donde no solamente artistas, empresarios, futbolistas y bancos de todo el mundo aparecen en la larga lista de clientes del bufete Mossack Fonseca, sino también políticos y líderes de alto rango, según lo dio a conocer el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, en inglés)[1] ,pues el dinero de sus arcas públicas fluye hacia paraísos fiscales, y el sostenimiento de estos origina los más altos costes de producción, “Suiza es el país menos transparente en cuestión de negocios financieros, porque permite, por ejemplo, las cuentas bancarias ilegales” (Wenkel, 2017).
Aquella noción de sustentabilidad, que tanto se aplaudió en la Convención de París, por tantos políticos y líderes mundiales, se quedó solamente en el discurso, pues en la práctica, tal y como lo describe Gudynas (Gudynas, 2009), la “ideología del progreso, metas de crecimiento económico, artificialización del ambiente, rechazo a los límites ecológicos” describe un patrón de desarrollo que no incorpora la sustentabilidad.
Hace 15 años el discurso del joven “Saúl”, parecía un poco paranoico, y exagerado, hoy en día la crisis del cambio climático, no se considera paranoia para la comunidad internacional, que si bien es cierto, no concreta acciones, al menos reconoce su estado de crisis, camino a la destrucción irreversible del entorno.
Sin embargo la esperanza de algunos colectivos no desfallece, esfuerzos reales, de gente real, está marcando la diferencia, hoy en día conceptos como la economía circular, representan la oportunidad para transformar los modelos de producción y consumo desde la primera revolución industrial de hace 250 años. La economía circular reúne elementos interesantes, como la innovación, el impulso de la resiliencia de las pequeñas economías, el soporte hacia las pequeñas comunidades los cual podría significar un aporte significativo hacia el cumplimiento de los ODS y nos hacen un llamado a la reflexión de la posibilidad de un cambio de modelo y paradigma.
En conclusión, la crisis global, es algo más allá que una crisis del desarrollo sostenible, es una crisis de la doble moralidad, se exhiben declaratorias internacionales de compromisos por construir un sistema sustentable, cuyas acciones quedan plasmadas únicamente en el papel.
Los sectores poderosos del globo rehúsan a cambiar sus modelos de consumo y estilos de vida, trasladando la tercerización de costos a las poblaciones más pobres del planeta, es claro el mensaje que trasmiten con sus acciones, la crisis ambiental, es la crisis del tercer mundo.
Si queremos como humanidad realizar verdaderos cambios, a partir de la educación ambiental esto es posible, a través de pequeños pero a la vez múltiples esfuerzos, sin embargo, solamente será factible si empezamos a trabajar desde nuestra conciencia, si volvemos a entender aquel principio que establece que el planeta puede ser capaz de suplir nuestras necesidades, no nuestros caprichos.
Bibliografía
Gonzalez, G. (2001). Otra lectura a la historia de la educación ambiental en América Latina. (E. d. UFPR, Ed.) Desenvolvimento e Meio Ambiente,(3), 141-158.
Gudynas, E. (2009). DESARROLLO SOSTENIBLE: POSTURAS CONTEMPORÁNEAS Y DESAFÍOS EN LA CONSTRUCCIÓN DEL ESPACIO URBANO. Recuperado el 04 de 07 de 2017, de www.gudynas.com: //www.gudynas.com/publicaciones/GudynasDesaSustVPopular09.pdf
Leff, E. (2000). La complejidad ambiental. Ciudad de México.: Siglo veintiuno editores, S.A. de C.V.
Morín , E. (1999). LOS SIETE SABERES NECESARIOS A LA EDUCACIÓN DEL FUTURO. París.: Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
Organización de las Naciones Unidas. (2016). Informe de los Objetivos de Desarollo Sostenible. Recuperado el 01 de 07 de 2017, de Organización de las Naciones Unidas: https://unstats.un.org/sdgs/report/2016/The%20Sustainable%20Development%20Goals%20Report%202016_Spanish.pdf
Wenkel, R. (2017). G20: egoísmo nacional y objetivos globales. Recuperado el 04 de 07 de 2017, de www.dw.com: //www.dw.com/es/g20-ego%C3%ADsmo-nacional-y-objetivos-globales/a-39579282
[1] https://www.icij.org/
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