San José, la capital de Costa Rica, cuyos ríos fluyen transportando deshechos abundantes y surtidos, cuyas casas en las orillas están a punto de derrumbarse y; cuyo Teatro Nacional, la joya y el orgullo de todos los costarricenses, necesita y espera; desde hace un buen tiempo, una restauración urgente, antes que ocurra un percance, que no queremos lamentar. Declarado Símbolo Nacional en estos días.
Un solo y mísero día ha resistido el estreno de la ciclovía en las proximidades del hospital San Juan de Dios, cuyos postes de protección; estamos seguros, de que no fueron robados, puesto que se encontraron, más que su desaparición fue una protesta referente ¿a la fluidez del tránsito?; somos partidarios del uso de los velocípedos, que pese a su precio astronómico, la gente del campo los usa con preferencia para trasladarse al trabajo y; contadas veces concurren a la ciudad so pena de muerte.
Todos los que vivimos en la urbe, somos; sin excepción, infractores, a veces, reincidentes al no respetar los semáforos, las señales viales, el paso de los trenes en las intersecciones, los ciclistas en las orillas de las calles y los de a pie, no usan los puentes peatonales que nos vuelven futuros suicidas, todo por unos “pinches” minutos.
Siguen las dichosas rotondas, una idea genial del pasado, que nadie dude; son el resultado de las impaciencia y la ira de los automovilistas, un problema que podría haberse evitado desde el inicio si se hubieran colocados unos semáforos. Con toda humildad y sin tapujos, antes que sea demasiado tarde, tenemos, en buen tico: “que ponernos las pilas”. “San José locuta, causa finita” el cambio de urbe es de nuestra cosecha.
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