La campaña política sucia solo divide a electores

» Por Luis Fernando Allen Forbes - Director Ejecutivo Asociación Salvemos el Río Pacuare

La campaña electoral recién terminada en la que tanto José María Figueres y Rodrigo Chaves fueron los actores principales tuvo algunas semanas de intenso apogeo, porque estuvo cargada de improperios, descalificaciones groseras, insultos y ofensas sin límite ni recato.

En este contexto, la difamación y la calumnia proliferaron en las redes sociales y en casi todos los medios de comunicación. Expertos difamadores de ambos bandos y otros grupos políticos fueron mostrando poco a poco su arsenal infame de insultos y groserías.

Está claro que la calidad de una campaña electoral sirve, entre otras cosas, para medir el nivel de la cultura política de los participantes. Si el insulto sustituye las ideas y la calumnia reemplaza la propuesta, la calidad de la campaña reflejará un bajo, bajísimo nivel de cultura democrática.

La ausencia de ideas creadoras, junto a la proliferación de vituperios y groserías, muestra, como en un espejo, el sensible déficit de cultura política tolerante, plural y moderna.

Los que seguimos de cerca el desarrollo de esta campaña electoral hemos podido comprobar, con mucha desilusión y molestia, el peligroso rumbo que va tomando la estrategia publicitaria de los diferentes actores. Unos más, otros menos, casi todos los autollamados “estrategas” tienden a descalificar al adversario en lugar de promover sus propios planteamientos y propuestas.

El ataque personal, la descalificación grosera y el insulto descarado, con lenguaje soez y procacidad abundante, parecen ser algunos de los instrumentos preferidos por estos mal llamados “estrategas de campaña”. Algunos de ellos, extranjeros incluidos, se ufanan de sus malas prácticas y pregonan, sin pudor ni disimulo, la experiencia acumulada en campañas similares y el dominio perfecto del arte de difamar.

Su objetivo es descalificar al contrario y exponerlo al público con sus reales o falsos defectos y minimizando al máximo sus reales o falsas virtudes. Se trata de liquidar al candidato, no de refutar sus ideas.

A lo largo de la transición democrática, prolongada y siempre inconclusa, los ciudadanos hemos ido a las urnas y en esta segunda ronda casi recurrente y un tanto extensa y onerosa, hemos ido aprendiendo poco a poco, con tropiezos y desilusiones sobre nuestra cultura electoral.

Seguimos siendo víctimas del fraude y la manipulación, seguimos siendo simples votantes, sin lograr convertirnos plenamente en electores. Votamos, pero no elegimos. Otros lo hacen por nosotros. Y, como si fuera poco, con frecuencia pareciera que en lugar de avanzar retrocedemos.

La campaña sucia que ya ha comenzado es una prueba evidente de lo que decimos. Al privilegiar la calumnia y la agresividad verbal como métodos preferidos en la estrategia publicitaria, revelamos, sin quererlo, la dimensión del retroceso y la parálisis agobiante que sufrimos en el proceso de construcción de valores y cultura democrática.

Finalmente, la democracia es un conjunto de valores y procedimientos que hay que saber orquestar y equilibrar y por lo tanto es el TSE como ente rector superior en materia electoral, quien debe velar para que la democracia goce de credibilidad, confianza y respeto.

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.

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