Se ha vuelto común escuchar a algunos políticos decir que Costa Rica tiene una institucionalidad fuerte, que vivimos en una República sólida con separación de poderes, con leyes que garantizan derechos, con organismos de control y con todo un Estado diseñado —en teoría— para servir al pueblo, pero cuando salimos a la calle y vemos lo que realmente pasa, esa idea se desmorona.
Mientras pretenden reforzar la idea de que debemos confiar en las instituciones, las instituciones parecen estar ocupadas en protegerse a sí mismas. ¿Dónde está la justicia cuando denuncias un abuso y nadie te responde? ¿Dónde está la salud cuando una cita supera tu necesidad? ¿Dónde está el valor de tus impuestos cuando cada día te alcanza para menos? Lo que debería ser un sistema al servicio del ciudadano, se convirtió en una estructura que gira en torno a su propia supervivencia.
Y así se normalizó una mentira peligrosa: que cuestionar a las instituciones es una amenaza para la democracia. No, lo verdaderamente peligroso es no exigirle a ese aparato estatal que rinda cuentas, que devuelva valor por cada colón que extrae del bolsillo del ciudadano, porque lo que duele no es solo cuánto te quitan en impuestos, sino lo poco que recibís a cambio.
En este contexto, hablar de “valor público” suena bonito, pero se queda en retórica. El ciudadano de a pie lo que quiere es ver resultados: calles sin huecos, escuelas funcionando, seguridad real, salud accesible. El ciudadano de a pie no quiere que le regalen nada, solo pide que, si le exigen tanto, al menos le devuelvan algo con dignidad.
Entonces llega la gran disyuntiva: ¿seguimos premiando la politiquería de siempre o apostamos por algo distinto? Porque hay dos caminos: seguir maximizando nuestras diferencias y alimentar el caos, o unirnos en lo esencial y reconstruir la República desde sus cimientos, poniendo al ciudadano —de verdad— en el centro.
No estamos hablando de utopías, estamos hablando de lo mínimo decente: que el Estado deje de velar por su existencia y empiece a velar por su propósito, que los tres poderes de la República dejen de actuar como castillos aislados y empiecen a responder por el dolor que vive la gente, que el funcionario deje de ver su rol como una zona de confort y lo vea como lo que debería ser: una vocación de servicio.
La verdadera revolución que necesita Costa Rica no se grita con pancartas, ni se firma con discursos, se construye con conciencia, con valentía y con sentido común, con ciudadanos informados que deciden dejar de tolerar lo intolerable, que ya no se conforman con votar cada cuatro años, sino que vigilan, exigen y se involucran.
No venimos a decir que tenemos todas las respuestas, pero sí venimos a decirte que ya es hora de dejar de fingir que este sistema funciona, que el cambio real empieza cuando vos y yo dejamos de buscar culpables afuera, y empezamos a asumir el rol que nos corresponde como soberanos.
Porque la institucionalidad no es un tótem intocable, es una herramienta y si ya no cumple su función, entonces hay que transformarla.