Hacia una política de la esperanza

» Por Esteban J. Beltrán Ulate – Profesor universitario

Un gran desafío enfrentamos ante los impactos derivados de la pandemia, aunado a las diferentes dimensiones de la crisis económica que venimos arrastrando desde antes de la ruptura del bipartidismo. Sería un gran error derramar la culpa de nuestra situación únicamente a un virus, a un partido específico, o a una figura política. Lamentablemente, en el mar de facilidad que otorgan las redes sociales para la exposición de opiniones, se descubre una tormenta de críticas llenas de miopía, producto de una insuficiente educación política.

El ensanchamiento de las desigualdades de oportunidades, la radicalización de focos de captación de riqueza, las grietas por las que se escapa el producto de la fuerza de trabajo ciudadana, son algunos de los tantos factores que propician la fractura del Estado Social de Derecho. Esta herida social, se descubre a nivel nacional, regional y local; es aquí donde descubrimos una debilidad ciudadana: “la culpabilización al gobierno central de las acciones y omisiones que atañen a práctica política local”; en este escenario, debemos comprender que el abordaje de los desafíos debe ser dinámico: Nuestros problemas, son multidimensionales, transgeneracionales y con una flecha directa a la ética de nuestra nación.

El problema que enfrentamos como nación es estructural y responde, también, a fuerzas internacionales, no podemos ser tan ilusos, de que la resolución se desprenda de una ruta cuatrienal en manos de un personaje ungido; lo anterior no implica, que se deba abandonar la empresa de alcanzar un Estado de Bienestar para todos y todas, que supere las constantes dicotomías que se desprenden del modelo político imperante, que ha demostrado su ineficacia para un desarrollo integral. El verdadero progreso demanda un proceso de transición mediado por las formas democráticas vigentes, para lograr una superación del modelo político que sobrepone el tener sobre el ser. La política no es un acto precoz, es una labor a largo plazo.

En medio, de este escenario, que suele resultar desalentador para los corazones desesperanzados, surgen voces de odio, grupos sectarios con agendas egoístas, lobos vestidos de oveja aromatizados con vanidad, proyectos de carácter populista, conglomerados fundamentalistas con desprecio a la diferencia, entre muchas otros más; pero también, contrario a la cizaña, crecen brotes de trigo, surgen propuestas esperanzadoras. Estas esperanzadoras no piensan la riqueza por encima de la humanidad, no piensan el progreso que opaca los gemidos de ese pueblo que se siente disconforme con tanta desigualdad.

Estos grupos de esperanza, que pretenden la construcción de una propuesta política integral, que responda a nuestros desafíos como sociedad, deben tener el cuidado de no permitir el florecimiento de “odios e intolerancia” ante aquellos grupos que tacha como “grupos de odio e intolerancia”. No debemos olvidar, “también nosotros somos los Otros de los Otros” y nunca podremos construir una propuesta que tenga el ser humano como eje si nos convertimos en los lobos de los demás. El desafío nos convoca, ahora vale la pena preguntar a nuestro corazón, si aún hay esperanza por la cual seguir trabajando sin desmayar, por la nación que merecemos, con un corazón con una ética que nos lleve a responsabilizarnos por los otros, por nosotros y por el medio que habitamos.

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