Es cierto que el país y el mundo viven horas complejas. Se estima que actualmente hay 56 conflictos distribuidos en 92 países. Odio, egoísmo, violencia física y verbal, enfrentamientos e intereses en pugna, marcan a diario el reloj de los tiempos. Unos personajes que se llaman buenos, acusan a otros de malos, y a su vez los llamados malos, acusan a los supuestos buenos, también de malos. En medio de semejante enredo los pueblos confundidos y divididos, toman partido con fundamento en los insumos interesados provenientes de las redes sociales y de discursos emocionales, mientras se profundizan las condiciones lamentables de los excluidos, de los pobres, de los marginados, de las clases medias, y de los sectores productivos debilitados, por un mundo que ha logrado ensanchar la desigualdad como nunca. Al mismo tiempo, los intereses de distintos grupos fragmentados, se mueven con opacidad para sacar partido a su favor, aprovechando el desorden y el caos, al margen de un proyecto país que no les importa, porque además no existe.
En este contexto se empieza a hablar del 2025 como año pre electoral y de las elecciones de febrero del 2026, así como de los liderazgos que puedan presentarse a dichos comicios. Pensar desde ya en los líderes del futuro, y sobre quienes nos representarán es una responsabilidad ciudadana. Reflexionar sobre el perfil de liderazgo que requiere Costa Rica en momentos tan complicados debe ser un ejercicio que se inicie desde ahora. El país está tan lleno de enjambres y colmenas que pareciera que requiere liderazgos llenos de sabiduría.
Los líderes que necesitamos deben tener la capacidad de escucha sincera, de tender diálogos pacientes y permanentes con todos aquellos que piensan diferente. Deben tener la habilidad para construir sobre la esencia que nos une, y de convencer no con el garrote, sino con la bondad y con la sabiduría que se requiere para afrontar los graves problemas que tenemos.
Nadie edifica una familia feliz a partir de la división, del insulto o de la confrontación permanente entre sus miembros. Nadie puede construir un país sobre el conflicto diario, la descalificación rutinaria, o el empoderamiento de mi verdad como única narrativa.
El país requerirá en el 2026 quizás un líder que fomente un triple pacto; el pacto de la no agresión, el pacto de la construcción por medio del diálogo, y el pacto de la firmeza pero con respeto.
La cosecha solo es buena y sostenible cuando se siembra con amor y magnanimidad, es decir, cuando se ejerce un liderazgo sano y edificante que sirva también para educar. El líder es aquel que sabe que su comportamiento puede incluso ser clave para el desarrollo del clima de inversiones, pues las empresas gustan de examinar permanentemente el entorno político, para contextualizar su seguridad jurídica.
Un jefe no siempre es un líder, y a menudo un buen líder no es ni siquiera el jefe, es tan solo un buen líder, y un buen líder es aquel que guía a los demás con sus conocimientos, sus habilidades, sus valores, su lenguaje, su modo de relacionarse con los otros, su capacidad para tomar decisiones, su entusiasmo, y su respeto a la dignidad de todos.
El líder que necesita el país, no es alguien que simplemente aspire, sino que inspire.
No se trata de un líder que aspira a controlar todo, sino que inspira a su pueblo, y que marca caminos y dibuja horizontes. Es una persona que combate los abusos creando nuevos usos, alguien que incluso puede reprender, pero con lenguaje decente, que acepta sus errores sin reservas, que construye su mandato a diario con su ejemplo, con humildad, sin maltratar a los demás y sin crear temores. El verdadero líder es el que potencia a sus colaboradores, no el que les achica su dignidad.
No es el regañón, el burlón, el ególatra, ni el que todo lo sabe, no es el que confunde la firmeza con el avasallamiento público y privado.
El buen líder es el que orienta desde el poder, no el que simplemente conquista el poder, el que posibilita que las cosas se hagan porque es capaz de convencer, no de vencer, el que predica con el ejemplo, con los hechos, no con las palabras, el que usa su liderazgo con prisa, pero con pausa, para proponer y resolver los problemas de su tiempo, el que entiende finalmente que su misión es ayudar a crear bienestar y no malestar.
En fin, líder es el que respeta a los demás, porque se respeta a sí mismo.
Ojala el 2026 nos produzca un liderazgo lleno de sabiduría. El país realmente lo necesita.