En tiempos donde el liderazgo político y espiritual parece estar en crisis, figuras como José “Pepe” Mujica y el papa Francisco han representado una rara convergencia ética en medio del desencanto global. Desde esferas distintas —la política laica y la Iglesia católica— ambos encarnaron un compromiso profundo con la justicia social, la sencillez de vida, y una crítica abierta al capitalismo salvaje que domina las estructuras contemporáneas.
Más que líderes tradicionales, fueron referentes morales que, con autenticidad, devolvieron dignidad a la idea de servicio público.
Mujica: coherencia, austeridad y humanismo
José Mujica, presidente de Uruguay entre 2010 y 2015, construyó su liderazgo desde la experiencia de la resistencia. Exguerrillero tupamaro, sufrió 13 años de prisión, muchos de ellos en condiciones de aislamiento extremo. Al asumir la presidencia, eligió no vivir en la residencia oficial, sino en su chacra modesta a las afueras de Montevideo, donando la mayor parte de su salario y manejando un viejo Volkswagen Escarabajo. Su estilo de vida austero no era una estrategia política, sino una forma de coherencia vital: “El que no es libre con pocas cosas, no es libre con muchas”, afirmaba.
Su principal legado fue la recuperación de la política como ética del cuidado y la comunidad. Como señaló el politólogo argentino Atilio Borón, “Mujica no vino a gestionar el capitalismo, sino a humanizarlo desde sus márgenes”.
En foros internacionales, Mujica se destacó por sus discursos breves, sinceros y profundamente filosóficos. En la conferencia Río+20 dijo: “El desarrollo no puede ser en contra de la felicidad. Tiene que ser a favor de la felicidad humana, del amor, de las relaciones humanas, de cuidar a los hijos, de tener amigos, de tener lo elemental”. Esta visión ética del desarrollo lo acercó a corrientes como el buen vivir, proenientes del pensamiento indígena andino.
Francisco: una Iglesia desde las periferias
Jorge Mario Bergoglio, elegido papa en 2013, también encarnó una ruptura: el primer pontífice latinoamericano, el primero jesuita y el primero en elegir el nombre Francisco, evocando al santo de Asís, símbolo de pobreza y entrega.
Desde su elección, Francisco eligió gestos que comunicaban un mensaje claro: renunció al uso del palacio apostólico, se trasladó a vivir en la Casa Santa Marta y usó vehículos sencillos. Pero no fue solo el gesto, sino el contenido lo que marcó su pontificado.
Su encíclica Laudato Si’ (2015) se convirtió en una referencia mundial al denunciar la crisis ambiental y el modelo económico depredador que la provoca. En ella afirma: “La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”. A su vez, en Fratelli Tutti (2020) profundizó una crítica social y política, señalando que “el mercado solo no resuelve todo, aunque a veces nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal”.
Francisco impulsó una “Iglesia en salida”, comprometida con los excluidos, los migrantes, los trabajadores informales, los descartados del sistema. En sintonía con la teología de la liberación —aunque con un tono pastoral propio— rescató el papel de las periferias como lugar de verdad evangélica y crítica estructural. En sus palabras y acciones se percibe la influencia de teólogos como Leonardo Boff, quien escribió: “La gran contribución de Francisco es demostrar que una espiritualidad liberadora puede convivir con una opción radical por los pobres” (La voz del arco iris, 2015).
Convergencias éticas en un mundo fragmentado
A pesar de sus diferencias institucionales, Mujica y Francisco compartieron una matriz ética común: la del compromiso con los más humildes, la denuncia del sistema capitalista excluyente y la vivencia coherente de una vida austera. En un contexto global dominado por liderazgos tecnocráticos o populistas, ambos ofrecieron una alternativa radical: la autoridad basada en la coherencia, no en la imposición; en el testimonio, no en el espectáculo.
Ambos articularon una crítica no sólo al capitalismo como sistema económico, sino como lógica de vida. Como advierte el filósofo Byung-Chul Han: “El neoliberalismo ha conseguido algo inaudito: explotar al sujeto a través de su libertad” (La sociedad del cansancio, 2010). Mujica y Francisco se alzaron contra esta colonización de la conciencia, recordando que la libertad verdadera no es la del consumo, sino la del compromiso con el otro.
Sus vidas invitan a una relectura profunda del poder: ¿para qué sirve? ¿a quién beneficia? ¿cómo se ejerce sin alienación? Como lo planteó el propio Mujica: “Triunfar en la vida no es ganar, es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae”.
Legado y horizonte
El fallecimiento de José Mujica y de Francisco nos enfrentan al reto de preservar su legado más allá de la memoria. No se trata de imitarlos superficialmente, sino de asumir que el poder, cuando es ético, puede ser transformador. Ambos mostraron que es posible ejercer cargos de alta responsabilidad sin perder la humanidad ni la coherencia con los valores que se predican.
Frente a la banalización de la política y la colonización del alma por el mercado, su ejemplo representa una forma de resistencia ética. En palabras de Leonardo Boff, “la única utopía realista hoy es la de un mundo más justo, más compasivo, más humano. Y eso sólo es posible si rescatamos la ternura como fuerza política”.
Francisco y Mujica no cambiaron el mundo por decreto, pero lo hicieron desde el ejemplo. Su convergencia ética en tiempos de desencanto es una invitación urgente a repensar nuestras prioridades como sociedades y como especie.
Demasiadas similitudes para un Papa, y un ateo.