Ética, política y sociedad

» Por Mauricio Ramírez Núñez - Profesor de Relaciones Internacionales

En Villanueva, Honduras, Darwin, de 16 años, se sienta en la clase que compartía con su amigo Henry. Henry se suicidó en septiembre de 2016. Según la profesora, los dos amigos habían sido acosados. UNICEF / Adriana Zehbrauskas

Los último hechos sociales y políticos acaecidos en Costa Rica han demostrado que nuestra democracia se encuentra en peligro. Hace unos días, a propósito del triunfo en Brasil del radical evangélico de derecha, Jair Bolsonaro (recordemos su lema: Buey, Bala y Biblia), el pensador portugués, Boaventura De Sousa Santos, escribía un artículo titulado: “Las democracias también mueren democráticamente”, donde mencionaba que, en el mundo actual, una de las vías que abre las puertas al autoritarismo y los extremismos, no son necesariamente los golpes de estado, las revoluciones o las primaveras de colores, como bien se ha conocido con anterioridad. Hoy, esto sucede por las vías electorales, donde la mayoría democráticamente decide optar por la opción que se presenta como anti-sistema o como algunos dicen, “outsider”, que plantea un discurso autoritario, de poco respeto por las minorías, los derechos humanos, el ambiente y la democracia.

Evidentemente, es un fenómeno que surge en respuesta a una forma de gobernar y dirigir las sociedades que se ha querido disfrazar de democracia, pero que en realidad ha sido el gobierno de pequeños grupos de poder u oligarquías que existen y que no representan realmente la voluntad popular. Me refiero a sindicatos, empresarios y partidos políticos, en el caso concreto de Costa Rica. Cabe mencionar que no por ello, ninguno deba descartarse o desecharse, ya que todos son parte fundamental e indispensable para el funcionamiento de una buena y robusta democracia social, nos debemos confundir la gordura con la hinchazón, pero sí debemos tener claro que sus excesos degeneran en los hechos políticos que vemos hoy en todo el mundo.

No obstante, dentro de las perturbaciones consumistas, individualistas y meramente materialistas en las que se encuentra perdida la sociedad actualmente, al parecer hemos dejado de lado lo más importante: nosotros mismos. Nos olvidamos de nosotros, no cuestionamos nuestro actuar personal y diario, pensamos que todo es culpa de otro, y que podemos olvidar-nos para arrojarnos al vivir depositando la responsabilidad absoluta de la existencia personal y los acontecimientos políticos a factores “meramente objetivos”, casi como si fuesen dependencia pura del destino, dejando de lado, ya sea al propio o de forma inconsciente a los progenitores de tales hechos, nosotros los humanos.

Hoy los discursos han perdido su valor y los valores que dice defender la sociedad se han convertido en discursos flexibles y aplicables a discreción, que se mueven al son de lo que las necesidades de la economía demanda. Llegan a ser tan flexibles y versátiles como la innovación misma, lo que ha ocasionado una pérdida de rumbo, de contenido y de certezas en la persona. Tampoco podemos desligarlo del fenómeno de la globalización, ya que parte de sus objetivos estratégicos ha sido el de vaciar de contenido al ser humano y convertirlo en una especie de lo que muchos sociólogos han denominado “zombie social” u hombre masa, que solamente responda a estímulos primitivos básicos con el fin de crear consumidores fieles, no ciudadanos con principios y preocupaciones políticas que tengan criterio propio, interesados en una democracia social real, fuerte e inclusiva.

Esta profunda crisis de identidad en la que nos encontramos hace que las contradicciones en las actuales luchas políticas sean cada vez más insostenibles y conduzcan inevitablemente al enojo y desencanto ciudadano, dando con el surgimiento de líderes y movimientos políticos enemigos de la democracia. El filósofo Immanuel Kant hablaba sobre los conceptos de autonomía y heteronomía moral, ambos opuestos, ya que el primero hacía referencia a la persona como ser racional y capaz de actuar de manera correcta por voluntad propia y sin necesidad de un ente exterior que ejerza un castigo contra su persona si actúa de forma distinta. Por su parte, la heteronomía hacía referencia a que precisamente la ley moral no viene de la propia razón o la conciencia sino de una autoridad externa: Dios, Estado o Ley. En este caso la persona se somete a algo exterior a ella misma. Si nos ponemos a realizar un análisis sobre la actualidad nacional, podemos afirmar que hemos llegado al extremo nocivo de la heteronomía moral, sin que necesariamente se estén resolviendo los problemas más importantes que tenemos.

Me refiero a que el extremo de ésta, lo entiendo precisamente como la judialización absoluta de la vida en sociedad, tanto en lo público como en lo privado. Sino se hace y se pone ley, nadie mueve un dedo para nada, a tales extremos que, aunque vea a un semejante en condiciones complejas, sino hay una ley que me diga que debo actuar y cómo tengo que hacerlo, no lo voy a hacer. Ya que eso “no me corresponde a mí”. Si lo llevamos a la parte privada, podemos ver el reflejo de lo que sucede en lo político a gran escala. Los diferendos entre parejas, relaciones comerciales y demás, son cada vez más, resueltas en los tribunales, un juez termina diciendo quién paga los costes del choque, quién se deja la custodia de los hijos, cuánto debe de pagar por pensión, etc. Igual sucede entre instituciones públicas, poderes del Estado, diputados, sindicatos, empresarios y demás. Hemos perdido la capacidad de dialogar, negociar, ponernos de acuerdo y no nos importa más que mi beneficio personal o gremial, por lo tanto, los demás, que resuelvan como puedan, no es asunto mío, en lugar de ser mi prójimo, tiene más características de enemigo. Aunque seamos todos y el país en general quién pague las consecuencias de nuestras actitudes irresponsables.

Así las cosas, nos desentendemos de lo macro, ya que somos incapaces de entender la realidad más allá de mis intereses y mis narices. De esta manera se puede ir a huelga indefinida, argumentando la defensa legítima de valores concretos, pero en la praxis lo que se ve es una completa contradicción, ya que en nombre de unos ideales nobles se justifican acciones que precisamente atentan contra lo que dicen defender, pero que al final, como todo depende de un juez, yo me libero de culpa y me justifico, simplemente hago ejercicio pleno de mis derechos, dejando de lado deberes y verdaderos principios.

Existen múltiples ejemplos tanto en lo público como en lo privado que podemos mencionar. En este caso utilizaré lo que ocurre en el Ministerio de Educación Pública. Nunca puede estar el derecho a huelga por encima de un derecho humano como es la educación, no hay principio humanista que se oponga al humanismo y que mucho menos justifique lo injustificable, no es posible que niños que solamente pueden comer una vez al día en los centros de educación, no lo hagan desde hace más de dos meses, no es admisible que se le haga bullying a educadores que sí cumplen con su deber a pesar de que comparten la posición de su gremio de estar en contra del gobierno respecto al proyecto de plan fiscal, no es posible que se quiera privar a miles de estudiantes a pasar a primer año de colegio o universidad por una huelga que a hoy sigue y yo ni siquiera veo una marcha en la calle. ¿Dónde están? Así se construyen extremismos, no democracia.

Si lo quieren ver en tintes político-ideológicos, les puedo afirmar que es daño lo que hacen a la izquierda en general, al propio movimiento sindical y con todo esto lo que generan son las condiciones para que el fantasma del radicalismo de derechas se pueda manifestar con fuerza para las próximas elecciones y ahí si amenazar de forma autoritaria sus derechos legítimos, recuerden el caso de Brasil. Esto no puede ser ni entenderse como una lucha de poder, ese no es el sentido último de una democracia, siéntense a negociar, manifiesten su descontento, luchen, pero cumplan con su deber.

Todos tenemos claro que contamos con derechos justamente adquiridos, pero hay deberes y no es necesario un juez para que les obligue a cumplir con sus deberes, tenemos autonomía, somos seres que contamos con la capacidad de pensar y racionalizar, entender que tiene mucho más valor humanista y social aquel que está preparando el almuerzo de los chicos, que quien pone un candado a una institución de educación so pretexto de defender la democracia y el Estado Social de Derecho. Volvamos a nosotros mismos, reencontrémonos, empecemos a trabajar juntos, como sociedad, y a darle contenido real a nuestra ética personal para actuar en consecuencia por nosotros, nuestro país y el futuro de nuestra democracia. La solución no está fuera, está en nuestras manos, ya lo decía la entrada del famoso Oráculo de Delfos en la antigua Grecia: “Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses”.

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, fotocopia de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr.

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