Hace unos días, mi hijo se me acercó con una pregunta que, aunque sencilla, me sacudió por dentro: “Papá, ¿qué es ChatGPT?”
En medio del trajín diario, decidí detenerme, dejar de lado el celular y responderle con calma. Le hablé de la inteligencia artificial, de sus beneficios, de cómo puede ayudarnos a estudiar, a trabajar mejor y hasta a resolver problemas complejos. Pero también le advertí algo que considero esencial: que ninguna herramienta sustituye el criterio, la lectura, la comprensión ni el esfuerzo. Le dije que para saber si una respuesta es útil o correcta, hay que tener base, conocimiento, contexto. Que la tecnología sin pensamiento crítico no transforma, solo distrae.
Esa conversación me dejó reflexionando profundamente. ¿Estamos educando a nuestras nuevas generaciones para sacarle provecho a la inteligencia artificial o, por el contrario, estamos sembrando miedo, desconfianza o simple ignorancia? ¿Será que en nuestras escuelas y colegios seguimos viendo estas herramientas como amenazas y no como oportunidades?
Hace unos meses publiqué en ElMundoCR un artículo sobre la importancia del sector cooperativo en la educación costarricense. En ese texto reflexionaba sobre cómo las cooperativas no solo han sido motor económico en muchas comunidades rurales, sino también actores fundamentales en la formación integral de nuestras juventudes. Las cooperativas han promovido valores como la solidaridad, el trabajo en equipo y la participación democrática. Sin embargo, me sigue preocupando que no estemos aprovechando ese potencial educativo al máximo.
En las zonas rurales —como la mía, como tantas en nuestro país— necesitamos más campamentos, talleres, clubes de ciencia, actividades que mezclen creatividad, tecnología y espíritu cooperativo. Espacios donde nuestros niños y jóvenes vean que la IA no es solo cosa de las grandes ciudades, sino una herramienta que también puede nacer desde una finca, una escuelita rural o una sede cooperativa.
Y en medio de todas estas preguntas, reafirmo una convicción: quiero trabajar por el futuro de este país, sumar esfuerzos con educadores, líderes cooperativos, profesionales, instituciones públicas y privadas. Porque solo uniendo sectores y voluntades podremos transformar la educación que tanto necesitamos.
Como profesional con estudios superiores y comprometido con el desarrollo de mi país, sé que muchos como yo queremos sembrar esperanza y aportar con acciones concretas, especialmente en las regiones que más lo necesitan. Pero para lograrlo, se requieren más espacios de participación, más oportunidades de ser escuchados y, sobre todo, una visión nacional que valore el conocimiento como motor de cambio.
La inteligencia artificial es una herramienta poderosa, pero sin una educación sólida, crítica y equitativa, no podremos aprovecharla verdaderamente.
Porque al final, sin educación no hay futuro. Sin educación, no hay avance. Y sin avance, perdemos la posibilidad de construir el país que soñamos para nuestras hijas e hijos.