Tradicionalmente, cada vez que un líder comunista ha visto su permanencia en el poder en peligro, ha utilizado una de éstas alternativas para enfrentar el problema: (1) “Fabricar” una crisis con otro país o (2) imponer un estado de emergencia interna.
La táctica de crear una crisis con otro país usualmente ha “obligado” a los demás miembros de la cúspide política y a los mandos militares a “alinearse” con el líder y respardarlo en sus decisiones para presentar un frente unido ante el otro país. Esa inyección de autoridad y poder es la que esos líderes en peligro han usado para “ganar tiempo” y resolver los problemas económicos o las diferencias con otros miembros de la nomenclatura comunista.
La otra táctica, la imposición de un estado de emergencia, la han usado tradicionalmente cuando el país ha enfrentado protestas populares de envergadura que el líder comunista no ha podido resolver. Las medidas excepcionales del estado de emergencia son las que le han permitido lucir “fuerte y en control del país” ante los demás miembros de la élite de poder que podrían estar pensando en sustituirlo.
Estas tácticas las usaron en diversas ocasiones Mao Zedong, Kim Il Sung, Josif Bros “Tito”, Erick Honecker y Nicolae Ceausescu entre otros. En Cuba, Fidel Castro tuvo a la población en “estado de guerra” durante más de 25 años esperando una “invasión” yankee que nunca ocurrió y que el acuerdo Kennedy-Jruschov, entre EEUU y la Unión Soviética, garantizaba que no ocurriría.
Actualmente esa situación de peligro para el poder que ostenta un líder comunista, parece estar sucediendo en China. La situación interna que confronta Xi Jinping es muy compleja y de amplio espectro. La economía empeora cada día más. A la crisis inmobiliaria, donde China encara pérdidas en hipotecas por valor de unos $350 billones de dólares (peor que la del 2008 en Estados Unidos), se le suma la crisis bancaria derivada de ella y a ambas se le agregan las paralizaciones laborales por el cierre de ciudades debido al resurgimiento de contagios masivos de las variantes del coronavirus.
Las medidas que Xi ha impuesto: períodos de “gracia” en el pago de las hipotecas y extensiones de crédito, no han producido resultados. En enero pasado, Xi ordenó inyectar liquidez al sistema bancario. Primero fueron $32 billones de dólares y, una semana después, $291 billones más, un record sin precedentes en la economía china. (https://www.bloomberg.com/news/articles/2023-01-20/china-injects-record-amount-of-cash-this-week-before-holidays).
Sin embargo, no se perciben impactos positivos en la compleja situación económica y financiera de China. En enero pasado, el Profesor de la Escuela de Negocios HSBC de la Universidad de Beijing, Christopher Balding, considerado una autoridad en temas económicos chinos, dijo que “el total de la deuda de China equivale al espeluznante 833% de su Producto Interno Bruto. Este 833% significa unos $116.6 trillones de dólares”.
Si los políticos estadounidenses están asustadísimos con los $32 trillones de su deuda, es fácil comprender la magnitud del problema que tiene en sus manos Xi Jinping con más del triple de deuda que los norteamericanos.
A todos esos problemas económicos hay que sumarle los gigantescos gastos militares en que está incurriendo Xi y que la prensa internacional ha destacado mencionando solamente el aumento del 7.2% en sus gastos militares, sin explicar que esa cifra no incluye los gastos en investigaciones y desarrollo de nuevas armas y equipos militares.
Una clara indicación de la severa crisis económica de China es la significativa caída de sus inversiones y comercio con América Latina, una región de sumo interés estratégico para Xi Jinping por su cercanía a los Estados Unidos. La CEPAL, organismo económico de la región, reflejó esa caída en su reciente informe anual.
Hay razones muy sólidas para que el liderazgo político alrededor de Xi Jinping deba estar extremadamente preocupado y posiblemente preguntándose, si deben forzarlo a que cambie el rumbo de su gobierno, sus políticas económicas y militares, o sustituirlo.
Adicionalmente debemos añadir otros problemas de políticas exteriores de Xi tratando de infiltrar universidades e instituciones norteamericanas y espiando sus empresas tecnológicas, los vuelos de globos espías sobre territorio estadounidense y la guerra comercial que ha desatado contra Australia. Todas esas acciones tienen consecuencias políticas que están erosionando seriamente la imagen internacional de China.
Un análisis inclusivo de toda esta compleja situación es el que nos lleva a preguntarnos si esta crisis externa que Xi Jinping está creando con Estados Unidos, incluida las amenazas contra Taiwán, son parte de las tácticas comunistas mencionadas anteriormente para desviar la atención de la debacle económica interna y obligar así a la élite política china a respaldarlo incondicionalmente.
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