La constante histórica de Costa Rica en la época decimonónica, se enmarcó en un cúmulo de vicisitudes, que no le eximieron de transitar por el camino del escepticismo. No obstante, la vida pos-independentista no fue tan magnánima como se suele creer, igual costó sangre y mucho sacrificio de nuestros ancestros, quienes tuvieron que cerrar filas en varias ocasiones, para contrarrestar la soberbia y ambición desmesurada de grupos hegemónicos que amenazaron con exfoliar y pisotear las fibras más sensibles de la dignidad y la soberanía nacional.
Aunque quizás este tipo de situaciones puedan parecer trágicas y desafortunadas dentro de una concepción histórica idílica oficial; cierto es, que este carácter y compendio de reacciones oportunas tomadas por el pueblo sirvieron a la postre, de fuente inspiradora para el forjamiento de la nacionalidad y enrumbar la forma de vida de los costarricenses. En tanto, este listón de desencuentros son los que justamente, ayudaron a dar sentido y carácter a los elementos identitarios que van a distinguir, cohesionar y adherir de manera voluntaria, a aquellas personas que se van a considerar costarricenses.
En virtud de lo anterior, no debe sorprendernos el ingente coraje que adquiere el pueblo costarricense cuando se mancilla los valores más loables del Estado soberano, libre e independiente. Bien sirve de ejemplo entre un listón de hechos históricos, el actuar concienzudo e inteligente emprendido ante la peor amenaza de subyugación y enajenación que registra la historia patria. Así dentro de este marco, el mercenario estadounidense William Walker y su camarilla, que pretendía esclavizar la región centroamericana, fue desafiado y aniquilado por un pueblo sencillo que decidió sacrificar su vida por el bien común costarricense.
En general, el éxito obtenido por esta heroica acción denominada Campaña Nacional entre 1856 y 1857, se explica, en el amplio sentimiento nacional e identificación que los diferentes sectores de la población adquirieron por la causa libertadora. En particular, el sentimiento promovido e impregnado a sus conciudadanos por Juan Rafael Mora, Presidente de la República; fueron factores determinantes para movilizar un ejército expedicionario cercano a los nueve mil hombres, lo cual significó una verdadera hazaña, para un país que apenas superaba los 100 mil habitantes.
Dentro de esa lógica, la Campaña Nacional contra los filibusteros debe entenderse como la gesta heroica más gloriosa y la equivalente a las guerras de independencia que libraron otras naciones latinoamericanas contra el poderío opresor hegemónico y colonial. Asimismo, en el que gracias a las proezas de los antepasados y de la efectividad del verdadero diálogo, lograron derrotar bajo la sombra de una solo bandera, a las fuerzas invasoras filibusteras.
En razón, el espíritu de los 56 es un símbolo inmortal sin parangón, que no debe ser raptado por los políticos de turno. Pues con una visión simplista y plagada de sesgos impresionantes, este proceso histórico tan excelso y sagrado se tiende a desvirtuar. En tanto, el manoseo populista encrespa e indigna cuando osadamente, el actual presidente de la República equipara sus actos políticos con la gesta heroica de Don Juanito, que confió su accionar en la alta participación ciudadana, el respeto a “la voluntad popular” y “las mayorías” del pueblo costarricense.
Evidentemente, se nota ignorancia de su parte cuando desconoce que los actos de heroísmo y sacrificio acontecidos en aquel momento, no fueron producto de la imposición y soberbia de una persona y unos pocos, sino de toda una nación, que creía y confiaba en un líder nato que el mismo diario norteamericano The New York Times le vanagloriaba por su gran notoriedad como gobernante, honesto y brillante, lo cual le valió ser presidente varias veces.
Por ende, resulta un sacrilegio atreverse a comparar su gestión en el marco de un conglomerado social que según las encuestas le rechaza en su gran mayoría, por considerar que el país se encuentra sumido en la más deplorable abyección de la incredibilidad, desconfianza, pesimismo, miedo, impunidad, corrupción, desigualdad social y que favorece la hegemonía indiscutible de algunos sectores socioeconómicos.
Que osadía, cuando por el contrario, el malestar e indignación va en aumento y se tiende a debilitar y violentar la institucionalidad democrática que configuró un Estado capaz de propiciar la movilidad socio-económica de grupos históricamente desasistidos. En principal, resulta absurdo esta posición ególatra cuando se avecina un mal llamado reformismo laboral, que reduce, limita y lacera los derechos de los trabajadores; en especial, que precarizan la actividad laboral, destruye el empleo y excluye, entre un sinfín de nefastas medidas que no vislumbra por ningún lado la activación económica efectiva.
Ilógico resulta está autoproclamación presidencial cuando se carece de una estrategia de diálogo nacional garante, serio, responsable y democrático, que permita enrumbar al país hacia un norte inclusivo, justo y solidario. Empero, mientras no se tenga humildad para negociar y escuchar a todos colectivos nacionales por igual, jamás se podrá lograr acuerdos duraderos e integrales.
Visto así, el diálogo profundo es uno de los rasgos más convincentes y valiosos de la esencia y vitalidad del Estado costarricense que más se extraña en la presente administración. En tanto, son numerosos los pasajes en la historia patria que dan fe del pacto, la concordia, el acuerdo, entre otras formas parecidas para dar termino a la incomprensión, la desidia, la soberbia, el egoísmo político y económico, entre un sinfín de problemas que afectan la sociedad costarricense.
Ante todas estas situaciones, esta efeméride de la historia patria debe llamar la atención del papel como actores sociales, ante los proyectos que se ciernen sobre nuestra sociedad, pues inspirados en la lucidez de los 56 urge escuchar a la ciudadanía en su totalidad.
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