La educación siempre ha sido un proyecto en construcción, jamás un fin consumado. Es una aspiración que tiene múltiples orígenes: fue concebida como un camino moral en la Antigüedad, conocimiento universal para el progreso en la Ilustración y derecho humano para una vida digna en la sociedad actual. Un emprendimiento con múltiples conquistas, con la mirada puesta en un horizonte. Por eso, nunca ha existido una época dorada de la educación costarricense.
La educación del país tiene orígenes humildes, y su caminar ha sido de menos a más. Veamos el siguiente dato como ejemplo: en 1930 la matrícula escolar era el 9,9% y en 1950 el 13,3% (Salazar, 2009). Este año 2021, de acuerdo con el Departamento de Análisis Estadístico del MEP, la tasa neta de escolaridad para primer ciclo es un 95%. Es decir, como sociedad estamos mejor que antes, pues casi hemos universalizado el acceso a la educación primaria, la cual es gratuita.
A pesar de este y otros logros en el campo educativo, hay quienes prefieren hablar de carencias, debilidades y hasta de que la educación del país no sirve. Pues en la visión miope de estos, no se vale tomar como criterio de referencia el propio progreso, sino fijarse en el progreso de los otros. Exigen a la educación del país el logro de otros países, sin darle los recursos que la educación nacional necesita. Argumentan que somos los que más “gastamos” en educación en la OCDE, con el 8% del PIB; pero en realidad “invertimos” cerca de $4000 anuales por estudiante, mientras que el promedio de la OCDE es de $9000 (Murillo 2021). Desean una educación de calidad como en los países top del ranking de PISA, pero no están dispuesto a valorar la labor de los docentes como hacen en esos países. Prefieren echarles la culpa de los problemas estructurales, burocracia y las malas decisiones de políticos que han sido los verdaderos tomadores de decisiones en educación.
Frente a este discurso de desinformación que pretende dividir, en vez de unirnos en torno al proyecto educativo, es menester volver la mirada al camino que hemos hecho, y construir un pensamiento autóctono sobre la educación del país tal como lo hicieron Carmen Lyra y Omar Dengo. Pues en educación no existen recetas universales para la solución de los problemas, ningún organismo internacional tiene un manual de instrucciones. Las soluciones se construyen con pensamiento colectivo a partir de la identidad y el bienestar de la mayoría. Además, en este proceso de construcción colectiva se debe tomar como referencia una educación basada en evidencia, pues ya no hay margen para improvisación y las ocurrencias.
La defensa de la educación costarricense es una defensa del pensamiento autóctono, de la cultura del país, de los vínculos sociales por los que vale la pena luchar y trabajar. Una visión muy diferente que querer importar e imponer algún modelo educativo descontextualizado, que termina siendo como dejar caer una gota de aceite en medio del agua: una isla o parche incapaz de crear la sinergia que necesitamos.
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