El verano del cohete

» Por Homer Dávila - Presidente de Cambiemos

Ocurrió en enero de 1999. «Un minuto antes era invierno en Ohio; las puertas y las ventanas estaban cerradas, la escarcha empañaba los vidrios, el hielo adornaba los bordes de los techos, los niños esquiaban en las laderas; las mujeres, envueltas en abrigos de piel, caminaban torpemente por las calles heladas como grandes osos negros.

Y de pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire cálido, como si alguien hubiera abierto de par en par la puerta de un horno. El calor latió entre las casas, los arbustos, los niños. El hielo se desprendió de los techos, se quebró, y empezó a fundirse. Las puertas se abrieron; las ventanas se levantaron; los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres se despojaron de sus disfraces de osos; la nieve se derritió, descubriendo los viejos y verdes prados del último verano.

El verano del cohete. Las palabras corrieron de boca en boca por las casas abiertas y ventiladas. El verano del cohete. El caluroso aire desértico alteró los dibujos de la escarcha en los vidrios, borrando la obra de arte. Esquíes y trineos fueron de pronto inútiles. La nieve, que venía de los cielos helados, llegaba al suelo como una lluvia tórrida.

El verano del cohete. La gente se asomaba a los porches húmedos y observaba el cielo, cada vez más rojo. El cohete, instalado en su plataforma, lanzaba rosadas nubes de fuego y calor. El cohete, de pie en la fría mañana de invierno, engendraba el estío con el aliento de sus poderosos escapes. El cohete creaba el buen tiempo, y durante unos instantes fue verano en la tierra…» Así iniciaba Ray Bradbury la descripción de los últimos momentos de la humanidad sobre la Tierra antes de abandonarla definitivamente con destino a rehacer la vida en el planeta rojo. La humanidad ha caído víctima de odios irreconciliables y estalla una guerra que pondrá fin a la vida como la conocíamos.

Mientras la humanidad desata una fiera lucha contra un ser solo visible ante los microscopios, allá arriba en la inmensidad dos cometas nos hacen recordar lo efímero de la existencia y la conexión entre nuestra existencia y el todo.

La alerta roja se ha presentado veintiún años después, y no como una tercera guerra mundial, sino como una pandemia y originada por diversos factores, como son el deseo desmedido e incontrolable de China por ser la superpotencia mundial y no atender las críticas del resto del mundo con respecto a sus mercados tradicionales de animales salvajes. Bien por la inevitable corrupción que ha permeado organismos internacionales como la OMS para callar cuando debe alzar la voz. Bien por la confianza desmesurada y ciega del mundo occidental que en aras de ganar dinero, termina ensalzando una dictadura que lo vigila todo, cual si fuese el Gran Hermano chino.

¿A qué debemos el estar envueltos en este problema global? La carencia de visión histórica del hombre es la principal razón de los problemas que vive la humanidad. Todo análisis del ser humano se ha desarrollado con una minúscula base del tiempo en que el hombre ha transitado por la Tierra. Esta no alcanza siquiera los 5 mil años.

El reduccionismo de la clase política y su denotada ignorancia nos ha demostrado que algo anda mal en las sociedades “modernas”. Aún no se ha logrado comprender que el hombre, el individuo es más que un Estado, que a la postre, la figura imaginaria llamada Estado no es más que una multitud de individuos, que la función de la política es la de no entorpecer el perfeccionamiento de la vida y de proteger a los individuos que necesitan de la ayuda pero no a costas de la destrucción de otros individuos.

La especie humana y sus mil batallas

Hace unos 130 mil años atrás el Homo erectus dio origen al Homo sapiens: nosotros. Pero a pesar de la aparición de nuestra especie hace tan corto tiempo desde el punto de vista geológico, las sociedades actuales solo insisten en ver el mundo con una perspectiva de 50 siglos.

Las pérdidas que la humanidad ha enfrentado en los últimos 50 siglos son pequeñas en comparación al esfuerzo por la supervivencia de la especie que durante decenas de miles de años tuvo que competir con otras especies de homínidos como el hombre de Cromañon, o los Neanderthales también emparentados con nuestra especie, cuando no existía ciencia ni tecnología. Inclusive el Homo habilis quedó extinto en tiempos en que el Homo erectus empezó a dispersarse desde África. Somos una especie que desconoce sus orígenes y por tanto pone en riesgo su presente.

Tras el avance de la pandemia del SARS-Cov-2 pocos se dan cuenta que la celebración de pequeñas victorias o grandes derrotas en cualquier país del globo, representa una derrota o una victoria para el género humano, para la especie.

No es EE.UU., Italia, España, Taiwán, Alemania o Perú el que está enfrentando la guerra contra una nueva peste. No es una guerra de países ricos o países pobres. Tampoco es una guerra de la ciencia contra la religión. Simple y llanamente es una guerra de la especie humana por la supervivencia. Moralmente estamos obligados a la cooperación mutua para poder derrotar a un virus.

El abandono de un país ante la crisis sanitaria mundial es una afrenta a nosotros mismos. Deberíamos sentir vergüenza el decir que estamos mejor que otro país porque contamos con un sistema privilegiado de salud. Pero la gente inconsciente ¿cómo va preguntarse esto si son capaces de alabar y amar a quien los empobrece y los maltrata?.

No veamos este reto como una competencia por demostrar lo que no somos. Veamos esta situación como lo que es; una amenaza seria contra el individuo y a fin de cuentas contra la especie misma. Si bien es muy difícil derramar lágrimas por la muerte de una persona que vivía a miles de kilómetros o a tres puertas de nuestra casa, sí estamos llamados por lo menos a la reflexión.

Total, “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.”

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