Hay historias que, aunque parezcan cuentos infantiles, nos revelan verdades profundas. Una de ellas es la del rey vanidoso que desfiló desnudo por las calles mientras su pueblo, por miedo al ridículo, fingía ver un traje que no existía. Solo la voz clara de un niño rompió el hechizo colectivo. Esa historia no es solo una fábula: es un espejo de lo que ocurre cuando las sociedades dejan de cuestionar lo evidente.
Hoy, en Costa Rica, vivimos momentos donde este espejo resulta incómodamente actual. En muchas instituciones, en espacios públicos y privados, y en la vida política en general, asistimos a puestas en escena donde lo importante no siempre es el contenido, sino la apariencia. Se repiten discursos sin fondo, se toman decisiones sin rumbo, se eligen liderazgos por simpatía más que por capacidad. Y a menudo, todos lo vemos… pero pocos lo dicen.
No se trata de señalar con el dedo, ni de caer en el pesimismo. Al contrario, se trata de abrir los ojos. De reconocer que hay dinámicas instaladas que ya no funcionan, que no nos llevan a donde queremos estar como sociedad. Que hemos normalizado la mediocridad en algunos espacios y que, sin darnos cuenta, aplaudimos trajes inexistentes solo para no desentonar.
El riesgo no está solo en quienes lideran, sino también en quienes eligen, en quienes callan, en quienes miran hacia otro lado. El verdadero peligro es la costumbre de aceptar lo que no sirve, de repetir fórmulas gastadas, de premiar el espectáculo por encima de la sustancia.
Estamos entrando en una etapa clave para el país. Vienen procesos electorales en múltiples niveles: poder ejecutivo y legislativo, universidades, entre otros.
Y aunque parezca rutina, cada elección es una oportunidad. La pregunta es: ¿la aprovecharemos para hacer las cosas diferente?
Este es un buen momento para dejar de lado la pasividad y preguntarnos, con honestidad: ¿qué tipo de personas queremos al frente de nuestras instituciones? ¿Estamos escogiendo por méritos o por amistades? ¿Estamos valorando ideas o solo apariencias? ¿Estamos apostando por lo que conviene a todos o solo a unos pocos? ¿Votamos por la esperanza o por el odio?, ¿votamos con alegría o basados en el enojo?
Elegir bien es más que votar. Es observar, informarse, comparar trayectorias, cuestionar discursos vacíos, exigir transparencia. Es romper la comodidad del aplauso fácil y apostar por el liderazgo que escuche, que construya, que sepa decir la verdad incluso cuando no sea popular. Costa Rica no necesita grandes oradores ni figuras perfectas. Necesita personas íntegras, que piensen más en el futuro colectivo que en la vanidad personal.
El cuento del emperador desnudo termina cuando alguien se atreve a decir lo que todos piensan. En la vida real, el cambio ocurre cuando muchos dejan de fingir, cuando la verdad se vuelve más poderosa que la simulación. No se trata de gritar ni de destruir. Se trata de recuperar el valor de lo auténtico, de lo que funciona, de lo que realmente transforma.
Como ciudadanos, tenemos más poder del que creemos. No dejemos que el cansancio o la desconfianza nos roben la oportunidad de decidir con criterio. Participar, opinar, cuestionar y proponer son formas de cuidar la democracia, de evitar que el desfile del vacío siga su curso sin resistencia.
Hay un país entero esperando que asumamos con seriedad este momento. Que pasemos de la crítica a la acción. Que pongamos sobre la mesa ideas y personas con visión, con experiencia, con compromiso verdadero. Que dejemos de fingir que todo está bien, cuando sabemos que podemos hacerlo mejor.
Y sobre todo, que aprendamos la lección del cuento: no todo lo que brilla es oro, ni todo lo que se aplaude tiene valor. Que no nos vuelva a pasar lo del emperador. Que no tengamos que esperar a una voz solitaria que diga lo evidente.
Que seamos todos con respeto, con firmeza, con conciencia, quienes digamos: ya es hora de cambiar el traje.