Estamos de acuerdo en que Costa Rica, al menos desde los años 50, ha sido reconocida como un país con una gran estabilidad democrática, un sólido sistema institucional y su destacado Estado Social de Derecho. Pero en las últimas décadas ha atravesado un proceso de deterioro institucional y de desconfianza ciudadana hacia los partidos tradicionales y la burocracia estatal. En este contexto, el ascenso de Rodrigo Chaves y la consolidación del llamado “Rodriguismo” (prefiero evitar el término “Chavismo”, ya que se prestaría para malentendidos con la figura del nefasto Hugo Chávez) no es una casualidad ni un fenómeno aislado, sino una respuesta directa y sintomática a la profunda crisis del Estado costarricense.
En los 90 se empezó a romper la confianza en el bipartidismo, principalmente por aquel famoso pacto “Calderón–Figueres” y casos tan cuestionables como lo fue el “Caso Alcatel”. El que más aprovechó ese rompimiento del bipartidismo en primeras instancias fue Ottón Solís, con el ascenso del PAC, su discurso anticorrupción y su narrativa de regresar a la verdadera “socialdemocracia que hizo grande a CR”. Pese a que no llegara él a la presidencia, sí lo hizo el PAC durante 8 años consecutivos. Pero al ensuciarse en las mismas malas mañas políticas del bipartidismo, además de centrarse en discursos de minorías poco relevantes a las verdaderas necesidades nacionales, demostró que no era el cambio que la mayoría de los costarricenses buscaban.
Así vemos el surgimiento del “Rodriguismo”: un fenómeno que demuestra una ruptura con el viejo orden, promoviendo una agenda de cambio, con una fuerte perspectiva “anti-establishment” y sin pelos en la lengua para combatir verbalmente y narrativamente a una Asamblea Legislativa que el pueblo observa como deficiente, partidos tildados de “añejos” y medios “canallas”.
El “Rodriguismo” nace como una reacción frente a lo que muchos consideran el fracaso de las élites políticas tradicionales, dando paso a una enorme cantidad de partidos sin propuestas claras y con altos niveles de clientelismo y corrupción. El sistema estatal se volvió ineficiente, burocrático y distante de las necesidades reales de la población. La falta de resultados en educación, salud, infraestructura y seguridad, así como la creciente deuda pública y el déficit fiscal, generaron un terreno fértil para un discurso reformista y personalista.
En este escenario, Rodrigo Chaves irrumpió como una figura disruptiva. Su estilo directo, sin miedo a la confrontación ante las élites, lo separó rápidamente de la clase política tradicional. Le habló directamente a un pueblo cansado de promesas incumplidas, presentándose como un economista *outsider* con soluciones prácticas y sin ataduras partidarias. El “Rodriguismo”, entonces, no se define por una ideología rígida (no podemos etiquetar que es de derecha o izquierda), sino por una narrativa de acción, eficiencia y ruptura con la política de siempre.
Evidentemente, no podemos dejar fuera de esta fórmula a la figura de Pilar Cisneros. Gracias a su carrera periodística, donde se destacó por su perfil de periodista crítica y frontal, fue convirtiéndose en una figura querida por ser la vocera del hartazgo ciudadano ante la decadencia del Estado costarricense.
Hay que tener claro que el “Rodriguismo” no es un simple apoyo a la figura de Chaves, sino una manifestación política y cultural de una ciudadanía que ha despertado. Un catalizador de la voz de los más excluidos del Estado costarricense, como lo son los sectores productivos, los jóvenes y los trabajadores.
Sin embargo, el fenómeno no está libre de críticas. Algunos analistas consideran que el “Rodriguismo” puede caer en un personalismo excesivo, en prácticas autoritarias y en un populismo de un dictador en potencia. Otros cuestionan la sostenibilidad de un modelo político basado más en la figura de un líder carismático que en estructuras partidarias sólidas. A pesar de esas críticas, es innegable que ha despertado en Costa Rica un nuevo tipo de conciencia política: más pragmática y menos ideologizada.
El “Rodriguismo” es, en última instancia, un síntoma y una respuesta. Un síntoma del desgaste institucional, de la decepción con la política tradicional y del colapso del Estado costarricense. Pero también una respuesta que plantea una nueva forma de hacer política: más directa, más ejecutiva y menos tolerante con la ineficiencia, sumada al sentimiento popular, al lenguaje crítico y a una visión que, aunque polémica para algunos, representa para otros una esperanza real de cambio.
Es una corriente que, para bien o para mal, está reconfigurando el panorama político del país y que plantea interrogantes fundamentales sobre el futuro de la democracia, el papel del Estado y la relación entre los ciudadanos y sus gobernantes.
Ahora, la pregunta que puede surgir es: ¿El “Rodriguismo” será un cometa fugaz que se apagará cuando Chaves abandone el poder, o podrá consolidarse como una nueva corriente política estructurada como lo fue el “calderonismo” o el “figuerismo”? Pregunta que solo el tiempo responderá. La innegable verdad es que, hoy por hoy, lo ames, lo odies o te sea indiferente, no se puede cuestionar que Rodrigo Chaves representa una ruptura al viejo orden político costarricense y ha impactado de forma total a la política costarricense como respuesta a la decadencia estatal.