Estos días no puedo dejar de sentir una profunda frustración y enojo hacia la cúpula de nuestro partido. Lo que se vivió en las últimas asambleas del Partido Liberación Nacional es un claro reflejo de cómo se han distanciado de las verdaderas necesidades y preocupaciones de la base y, en especial, de nuestra juventud.
La última asamblea fue la gota que derramó el vaso. Se nos negó la entrada de manera directa y descarada. Y no solo a mí, sino a todos aquellos que queríamos participar como observadores, buscando comprender qué acuerdos se estaban tomando —o evitando— entre los delegados.
Este desaire, esta actitud de cierre y secretismo, no es solo un agravio personal; es una señal de desprecio hacia todos los liberacionistas que realmente se preocupan por el rumbo de nuestro partido.
He hablado con varios dirigentes y compañeros liberacionistas, y lo que escucho es la misma indignación. Todos coincidimos en que este secretismo, esta manipulación y estas “matráfulas” entre unos pocos han secuestrado al partido, haciéndolo prisionero de sus intereses personales. ¿Hasta cuándo vamos a permitir que dos o tres caciques acomoden las reglas para su conveniencia, aunque eso implique enterrar los valores y principios que nos deberían guiar?
La juventud liberacionista, por su parte, ha demostrado tener el coraje y la decisión que estos “líderes” parecen haber perdido. Ellos, con determinación, han exigido una asamblea abierta, un proceso transparente y una convención en la que cualquier persona, sin excepciones, pueda elegir a nuestro candidato a la presidencia. Sin embargo, ¿qué reciben a cambio? ¿Cómo es posible que la dirigencia del partido le niegue el espacio a aquellos que representan el relevo generacional, aquellos que deberían ser nuestro futuro y nuestra esperanza?
Es una verdadera hipocresía que en los discursos hablen de los derechos y deberes de la juventud, de su papel en la renovación del partido, y a la hora de la verdad, cuando se trata de sentarlos a la mesa, les quitan las sillas. Basta de discursos vacíos, basta de promesas huecas. Necesitamos transparencia y coherencia. Si algunos dirigentes dijeron que se iban a ir a casa, ¡que realmente lo hagan y nos dejen construir un partido que nos represente a todos, no solo a un puñado de oportunistas!
Es hora de acabar con esta doble moral. Si queremos un partido fuerte, si realmente queremos un cambio, debemos abrir las puertas, escuchar a todos y, sobre todo, dar el lugar que merece la juventud. Porque ellos, con su valentía y visión, son quienes verdaderamente pueden salvar a nuestro partido de este abismo de egoísmo y falta de transparencia.