El Estado todo poderoso no es la patria

Se ha vuelto costumbre pegarle la etiqueta de “patriótico” a casi cualquier ocurrencia que, según el “buen criterio” del político de turno, “defiende la patria”. El problema no es sólo semántico: es ético. Cuando todo se pinta de azul, blando y rojo, se deja por fuera la evaluación con reglas claras. Por eso, antes de discutir, definamos la cancha. La patria —dice la RAE— es la “tierra natal o adoptiva” a la que nos atan vínculos jurídicos, históricos y afectivos. El patriotismo es “amor a la patria” y también una conducta concreta; lo patriótico, “lo relativo al patriota o a la patria”. Lo demás es patrioterismo: “alarde propio del patriotero”. Y no confundamos con nacionalismo: “sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación”. Con estos cimientos, pasemos del eslogan a la sustancia: si alguien invoca la patria, que se note en libertades, en reglas iguales y en cuentas claras.

La teoría política apunta en la misma dirección. La definición común de patriotismo como “amor a la propia patria” (Stanford Encyclopedia of Philosophy) sirve de arranque, pero queda corta para evaluar políticas si no se aterriza en conductas verificables: afecto real por Costa Rica, identificación con sus reglas de libertad, preocupación efectiva por su bienestar y disposición a sostenerlo con hechos (cumplir contratos, respetar libertades, rendir cuentas y evitar privilegios). Ahí está la diferencia con el nacionalismo: se puede amar a Costa Rica sin exigir un molde único de país dictado desde arriba ni un Estado cada vez más grande, en otras palabras, el amor al país se demuestra cuando el ciudadano puede vivir y emprender sin chanchadas… no cuando se multiplica la ventanilla y se aplaude la fila.

Ese estándar no es capricho: está en la Constitución. El artículo 11 obliga a evaluación de resultados y rendición de cuentas en toda la Administración, con responsabilidad personal de los funcionarios; y el artículo 18 manda observar la Constitución y las leyes, servir y defender la patria, y contribuir a los gastos públicos. O sea: amor a Costa Rica con métricas y con recibo, no con consignas. Y sí, indigna tener que recordarlo cada vez que alguien intenta tapar con símbolos lo que no quiere explicar con indicadores.

Con el marco claro, vamos a los “nombres y apellidos”. Partido Liberación Nacional (PLN): se presenta como socialdemócrata hablando de “rescatar la patria” con un Estado conductor, omnipresente: retórica compatible con un rol estatal protagónico. Frente Amplio (FA): se ubica en la izquierda, socialista/progresista; ha impulsado más cargas a grandes contribuyentes y gravámenes a dividendos en zonas francas, una ruta de mayor recaudo y dirección estatal. Conclusión provisoria: hay un bloque socialdemócrata/izquierdista que tiende a vender “más Estado = más patria”. Tienen derecho a su tesis; lo que no tienen es derecho es a vaciar de contenido la palabra “patriotismo”.

Antes de aplaudir cualquier cosa como “patriótica”, apliquemos el estándar ciudadano —el test que uno haría entre un casado y un café—. Si predominan los , hablemos de patriotismo cívico; si no, huele a patrioterismo (símbolo sin sustancia):

  • ¿Deja trabajar? Menos sellos y vueltas, trámites integrados, plazos claros (idealmente con silencio positivo).
  • ¿Raya la cancha con reglas parejas? Competencia abierta, sin privilegios ni pliegos “a la medida”.
  • ¿Cuida la plata ajena? Costo/beneficio, presupuestos realistas, compras íntegras.
  • ¿Mide y rinde cuentas? Indicadores públicos, auditoría independiente, evaluación de resultados (art. 11).
  • ¿Fortalece sociedad civil? Familias, emprendedores, asociaciones con más libertad efectiva, no más dependencia.
  • ¿Genera valor sostenible? Empleo, productividad, seguridad jurídica —no sólo ejecución de gasto—.
  • ¿La solidaridad es inteligente? Focalizada, temporal, con puerta de salida; no clientelismo ni padrones eternos.
  • ¿Respeta libertades? Expresión, asociación y emprender sin mordazas ni chanchadas.

Aplicado así, la conversación cambia de banderas a resultados. Y sí, molesta porque desnuda la trampa de usar “patria” como coartada para pedir más presupuesto o más trámites. Lo patriótico de verdad se prueba con el estándar constitucional y cívico: libertad efectiva, reglas iguales, evaluación independiente y cuentas claras. Si una política acorta la fila, deja trabajar, publica sus metas y se deja auditar, bienvenida. Si sólo agita símbolos para ampliar planilla y poder, es patrioterismo, aunque venga envuelto en la tricolor. Quien crea valor sin chanchadas, cumple contratos, fiscaliza con respeto y datos, hace patria. Lo demás son cuentos —y ya cansan.

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