El embrión es persona humana

» Por Mons. José Manuel Garita Herrera - Obispo de Ciudad Quesada

“El Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús. Acogido con amor cada día por la Iglesia, es anunciado con intrépida fidelidad como buena noticia a los hombres de todas las épocas y culturas” (Evangelium Vitae, numeral 1).

Así como exponía San Juan Pablo II, ante la centralidad de la misión de la Iglesia en la defensa de la vida, se hace necesario, como indicaba en Fermento la semana anterior, que nos formemos para dar razón de nuestra fe. Por ello, es importante, dar algunas luces, precisamente, de lo que la Iglesia cree y le corresponde predicar sobre la vida.

En cuanto al inicio de la vida humana, se considera la concepción como el comienzo de la misma, el principio de un nuevo ser. Mediante la concepción, aquel que no era ya es. La vida individual de una nueva criatura humana surge de los dos elementos que la constituyen. El óvulo y el espermatozoide contribuyen a la preparación de esta nueva vida, sin que se dé ningún momento intermedio; por esto, hablar de “óvulo fecundado” puede dar la impresión de que la concepción se trata sólo de un cambio en el estado del óvulo, de no fecundado a fecundado, cuando en realidad con el cigoto inicia la existencia de un nuevo ser humano irrepetible.

Hoy sabemos que el cigoto y el embrión se desarrollan no sólo en dirección del individuo humano, sino que se desarrollan desde su inicio como individuo humano. Lo que no es humano no podría llegar a serlo. El embrión humano es un único y mismo ser humano, idéntico a sí mismo que lleva potencialmente todas las predisposiciones de su posterior desarrollo que es un proceso continuo y que, en cuanto persona como nosotros, de acuerdo con las leyes de la igualdad y la reciprocidad, debemos el mismo respeto que pretendemos para nosotros. Aquí no caben seres humanos de segunda categoría, aquí todos y cada uno de nosotros, únicos e irrepetibles, a imagen y semejanza de Dios, hemos sido dotados de dignidad en cuanto seres humanos que somos.

Por consiguiente, el embrión humano no es una cosa, sino que es alguien que, poco a poco, podrá decir “yo” uniendo su propia existencia con sus inicios en el seno materno. La identidad de cada ser humano, desde el aspecto genético hasta el psicológico, es una realidad que en cada uno de nosotros sabemos iniciada en la concepción. Así, en nuestro hablar ordinario consideramos el inicio de nuestra existencia en la concepción de cada uno, pues, antes de ésta, no existíamos. Cuando fuimos concebidos no estábamos presentes, pero una vez concebidos nos hicimos presentes. Nadie niega su propia identidad con la del embrión que un día fue en el seno materno.

Todo el proceso del desarrollo del embrión debe entenderse no sólo como un puro proceso biológico, sino como un proceso biológico-humano. Desde la concepción, la existencia humana es un proceso continuo que se subdivide en varias fases que forma una única y misma persona, idéntica a sí misma.

En cualquier momento de su vida, antes o después de su nacimiento, el ser humano tiene delante de sí todas las posibilidades de su propio futuro. No reconocer al embrión este derecho, no es más que una terrible arbitrariedad.

Tampoco se comprende por qué el derecho a la individualidad y a la personalidad se deba reconocer sólo después del nacimiento, si ya antes se es el mismo individuo, la misma persona. El feto no es una persona potencial, sino que es ya un ser con innumerables potencialidades, aunque no totalmente desarrolladas ni actualizadas. Por tanto, la realidad del feto no se trata de un desarrollo hacia el ser hombre, sino del desarrollo de un ser humano. Todo el camino que sigue es humano.

Ante la realidad compleja y profunda de la vida, como cristianos, nuestra misión es defenderla, es estar siempre a favor de lo que Dios mismo ha creado y espera que cuidemos desde siempre.

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