El presidente Rodrigo Chaves ha estado gobernando Costa Rica en un estado permanente de confrontación, donde la política de polarización y los constantes ataques a otras instituciones parecen ser su principal estrategia. En lugar de centrarse en los problemas reales que aquejan al país, como la economía, la inseguridad y la desigualdad, Chaves parece haber optado por un enfoque que no solo ha debilitado las relaciones interinstitucionales, sino que también ha alimentado un clima de división en la sociedad costarricense. En este contexto, el presidente se encuentra, más que nunca, en un ciclo de confrontación constante, como si estuviera aún en plena campaña electoral, sin asumir plenamente las responsabilidades del cargo que ocupa.
Un aspecto que resalta negativamente de su gestión es su incapacidad para entender y respetar la separación de poderes, un principio básico de cualquier democracia. Los recientes ataques al presidente de la Asamblea Legislativa, Rodrigo Arias, y al presidente del Poder Judicial, Orlando Aguirre, no son incidentes aislados, sino una muestra de un patrón de comportamiento que socava el sistema democrático. En lugar de trabajar de manera colaborativa con las otras ramas del gobierno para resolver los problemas del país, Chaves se ha dedicado a desafiar y cuestionar a las instituciones que, según la Constitución, deberían funcionar de manera independiente. Esta actitud refleja no solo una falta de madurez política, sino también una desconexión con las necesidades urgentes de la población.
Además, la constante agresividad de Chaves se ha visto acompañada de un estilo comunicativo que roza la vulgaridad, especialmente cuando se refiere a grupos vulnerables, como los adultos mayores. En lugar de mostrar respeto y responsabilidad en su trato, ha recurrido a ofensas y descalificaciones, creando un ambiente de desconfianza y descontento. Estas actitudes no solo son un reflejo de una falta de ética política, sino también una forma de desviar la atención de los problemas reales que enfrentan los ciudadanos. Mientras el presidente se dedica a crear un “show” político, el país sigue sumido en una crisis económica, social y política que demanda soluciones concretas.
Es alarmante ver cómo un presidente elegido con la promesa de un cambio ha transformado su mandato en un espectáculo de agresión constante y falta de diálogo. Chaves ha dado muestras repetidas de que, más que gobernar, prefiere mantenerse en una lucha continua por el poder, enfrentándose no solo a sus adversarios políticos, sino a las mismas instituciones que deberían ser el pilar de la democracia. Este enfoque no solo debilita la confianza en su liderazgo, sino que también pone en peligro la estabilidad política del país.
Las estadísticas recientes, como los censos de 2024, reflejan una caída significativa en la popularidad del presidente. En un contexto de creciente insatisfacción ciudadana, donde la mayoría de los costarricenses se sienten cada vez más alejados del gobierno, la figura de Chaves se ha ido desgastando. Según las encuestas, la aprobación de su gestión ha disminuido considerablemente, lo que pone en evidencia la desconexión entre lo que la gente espera de su gobierno y lo que realmente está sucediendo.
A medida que nos acercamos a las elecciones de 2026, este descontento será clave. Los votantes no olvidarán fácilmente la manera en que Chaves ha manejado su poder: con falta de respeto hacia los demás poderes del Estado, con un discurso polarizador y, lo que es más grave, con una indiferencia total hacia los problemas reales del pueblo costarricense. El presidente ha puesto en evidencia su incapacidad para gobernar más allá de los intereses partidarios y las peleas internas, lo que lo ha alejado de la misión que debería ser central en su mandato: mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y garantizar el progreso económico y social del país.
El 2026 será el momento en que el pueblo costarricense tendrá la última palabra sobre el rumbo que debe tomar el país. El voto, como herramienta democrática, será el medio para enviar un mensaje claro a Chaves y a quienes, como él, piensan que gobernar es un espectáculo de ofensas y show mediático. Los costarricenses deben preguntarse si quieren un presidente que continúe alimentando la polarización y el caos, o si es hora de buscar un liderazgo que se enfoque en la construcción de consensos, el respeto a las instituciones y la resolución de los problemas que realmente afectan a la población.
Costa Rica merece mucho más que un presidente atrapado en su propio ego y en la constante confrontación. Merece un liderazgo que trabaje por la unidad nacional, que promueva el diálogo y que, sobre todo, se concentre en las soluciones reales para los grandes desafíos del país. Si Chaves continúa por el camino de la descalificación y el enfrentamiento, es probable que en 2026 el electorado le pase factura, dejando claro que la política del “todo vale” no tiene cabida en una democracia madura y responsable.