Para muchos países europeos, el desastre en la Central Nuclear de Chernóbil del 26 de abril de 1986, ocurrido en la Ucrania Soviética, genera una serie de muy malos recuerdos; sin embargo, el actual presidente ruso, Vladimir Putin, de una u otra forma, también lo tiene presente, ya sea como parte de su estrategia y táctica de agresión directa a Ucrania, o como componente de un proceso de intimidación generalizado, siendo una forma de gestionar la actual geopolítica mundial.
Solamente la explosión del reactor número 4 de la central, generó una nube de residuos nucleares en la atmósfera de aproximadamente 162 mil kilómetros cuadrados, que afectó en menor o mayor medida a muchos países de Europa, con influencia indirecta sobre el océano Atlántico en el hemisferio norte, llegando hasta Norteamérica. Los efectos inmediatos fueron terribles y las consecuencias subsisten hasta hoy día, donde la comunidad internacional colaboró con la construcción de un segundo sarcófago, obra concluida en el año 2016, ello para mantener la seguridad radioactiva del reactor destruido.
¿Requiere la estrategia y táctica de Rusia, el disparar un Misil Balístico con ojiva nuclear para mantener inmóviles a los aliados de Ucrania?
Desde una perspectiva práctica, el potencial desastre de un manejo negligente, omiso, improcedente o desafortunado de las centrales nucleares ucranianas, puede que generen el mismo efecto disuasorio que la activación del armamento estratégico ruso. De ahí la importancia de la toma -en un principio de la invasión- de la antigua Central Nuclear de Chernóbil por parte del ejército invasor y agresor ruso, pues al final de cuentas, dicha planta dejó de operar el 15 de diciembre del año 2000, aunque se ha requerido todos estos años, del mantenimiento y supervisión de los niveles de radiación, tanto como producto de la operación en su momento de toda la planta, como del peligro potencial del reactor dañado en 1986. Sin embargo, otra cosa es la Central Nuclear de Zaporizhzhya, que es la central más grande de Europa, misma que fue bombardeada el 04 de marzo del 2022, ocasionando un incendio posterior, instalaciones que fueron ocupadas por el ejército ruso y que mantienen en su poder.
Si la estrategia rusa es desconectar la red eléctrica de Ucrania para entorpecer los esfuerzos en la defensa del país, la toma de Zaporizhzhya tiene especial significado, pero si dentro de la táctica militar, se plantea un bombardeo calculado de esta o cualquier instalación nuclear, donde el daño colateral sea perfectamente aceptable, o bien, el lanzamiento de misiles que sobrevuelen la central nuclear a baja altura, y que la percepción internacional considere que Putin y sus generales, se encuentran dispuestos a todo, ¿acaso no sería suficiente disuasión para que los aliados de Ucrania se mantengan inmóviles?
En definitiva, en un teatro de operaciones militares, las operaciones de “bandera falsa”, las misiones de sabotaje, la destrucción calculada de infraestructura, que puedan ralentizar el avance enemigo, o bien, que puedan privar al ejército de un país, de medios estratégicos para su efectiva defensa, son solamente algunas de las maniobras que se han utilizado en todas las guerras, inclusive en aquellas que han enfrentado a facciones ciudadanas de un mismo estado. De ahí que, ante un desastre nuclear provocado, eventualmente Rusia podrá alegar que fue producto de un sabotaje ucraniano, colocando a las centrales nucleares y a su material radiactivo como “moneda de cambio” o tema de negociación, dentro de la estrategia global de Putin.
Así las cosas, las declaraciones del Ministro de Relaciones exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, cuando al referirse a una eventual guerra entre Rusia y la OTAN, indica que sería una guerra nuclear, cobran pues perfecto sentido y lógica, si ante todo, lo que más espera Rusia como país invasor y agresor, es que los aliados de Ucrania no intervengan directamente en el conflicto; o bien, la implementación de una retórica agresiva y amenazante en contra de los países que ayuden o colaboren militarmente con el país que está siendo ocupado y desangrado, como ha sido el caso de Polonia, Moldavia, Rumanía, Finlandia y Suecia.
Ahora bien, se estarán considerando algunos de los siguientes aspectos: ¿Los ucranianos perdonarán alguna vez al gobierno y al ejército ruso por haberles invadido, ello a pesar de que el Ministerio de Defensa ruso insiste en que no está atacando a civiles o a infraestructura civil? ¿Podrán los rusos doblegar la resistencia ucraniana, aún a pesar de una ocupación parcial y de eventuales crímenes de guerra? Si los rusos provocan un desastre nuclear, usando las plantas nucleares de Ucrania, ¿Cómo podrán gestionar, producir y prosperar en un país contaminado con radiación? ¿Tendrán claro que un desastre nuclear en Ucrania, además de afectar a los países europeos y al resto del mundo, afectará más directamente a Bielorrusia y a la propia Federación Rusa por su lógica cercanía? ¿Cómo manejarían los aliados de Ucrania un eventual desastre nuclear en plantas controladas por el ejército ruso? ¿Será posible evitar un nuevo y exponencial Chernóbil? ¿Está preparada América Latina para un desastre de tal magnitud, sea por efectos directos o indirectos?
Intentar comprender el chantaje de Putin, no puede limitarse exclusivamente al supuesto juego de la táctica y la estrategia; si los aliados de Ucrania padecen de un claro “Pánico Nuclear”, él no necesita lanzar sus misiles balísticos nucleares, para eso están las centrales atómicas ucranianas, pero como todos los seres humanos le tememos a no sobrevivir, y hacemos lo necesario para resguardar nuestras vidas, resulta indispensable recordar que Vladimir Putin también quiere sobrevivir como dictador o como él se perciba, políticamente hablando, y no aparecer como Benito Mussolini, cabeza abajo muerto, en abril de 1945, en Milán, o como otro ejemplo reciente en Libia, producto de la llamada “primavera árabe”.
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El autor es Licenciado en Banca y Finanzas, egresado de un posgrado en dirección Estratégica y persona con discapacidad visual.
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