La educación en boca de lo mundano resulta profanada, debido al carácter utilitario de quiénes ostentan la dirección de la administración educativa. Ya que, la educación se descentra de la discusión y solamente se asume como elemento accesorio en el marco de discusiones que se dirigen hacia el posicionamiento de posturas ideológicas, de estrategias económicas y de manipulación de opinión pública.
La educación es un desafío que debe ser arrebatado de la boca de los vicarios del totalitarismo político, ni siquiera es conveniente ingresar en el ámbito de discusión de lo absurdo en el que yace estancado debido elemental nivel de comprensión de gaznápiros burócratas, que son incapaces de distinguir entre un servicio sanitario y un aula.
La educación es un fenómeno que refiere a un quién en condición relacional, los educadores son los primeros, los llamados a asumir el afrontamiento de esta manifestación, y librarla de las cadenas de ideológicas que han ocultado la esencia de su acontecimiento. Los educadores como eternos estudiantes están llamados (vocacionalmente) a vivir la educación desde su misterio, como gesto de donación en común-unión (comunión), y por ende a recuperar su discurso.
La educación como fenómeno se escabulle a ser encasillado en un concepto, todo acercamiento a su acontecimiento implica rodear su ser desde diversas capas o escorzos de su realidad, es en la interpretación de sus partes que se puede alcanzar un acercamiento a su incesante significación. El aula es uno de estos nodos que pueden permitir distinguir el tejido arquitectónico de la manifestación educativa.
Mientras los emisarios de los saberes ónticos (conocimientos parciales o urbanizados), pueden reducir la noción de aula a un simple espacio constructivo, los educadores están convocados a develar el sentido que resplandece en este ámbito de manifestación. El aula no es cualquier espacio, es el terreno sagrado de la educación por antonomasia, ya los griegos en la antigüedad nos aportan algunas luces al anunciar el aula como lugar vacío, como hueco, como ámbito de disponibilidad para la erigir, como nos sugiere María Zambrano el aula es “un espacio propiamente humano o más bien humanizado… Un espacio pues, diríamos poético” (Filosofía y Educación, 2007).
El aula es el lugar sagrado de la manifestación educativa, pues nos revela que el centro del acontecimiento mismo esta erigido por la persona humana. El aula como escorzo de la manifestación educativa nos revela un destello del incesante sentido, la educación como relación entre otros, como el “nos” de los “otros”, la educación como el “nosotros” en comunión que nos lleva a la libertad. ¡Educadores de Costa Rica! el aula es ese lugar sagrado y poético que tenemos que recuperar.
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