
Cuánta razón tenía Santa Teresa de Calcuta cuando, el 3 de febrero de 1994, ante dirigentes estadounidenses, entre ellos, el presidente Bill Clinton, expuso de manera contundente, en Washington D.C., lo que es el crimen del aborto.
“La amenaza más grande que sufre la paz hoy en día es el aborto, porque el aborto es hacer la guerra al niño, al niño inocente que muere a manos de su propia madre. Si aceptamos que una madre pueda matar a su propio hijo, ¿cómo podremos decir a otros que no se maten? ¿Cómo persuadir a una mujer de que no se practique un aborto? Como siempre, hay que hacerlo con amor y recordar que amar significa dar hasta que duela”, decía la Santa, conocida como la Madre Teresa de Calcuta.
Y este mal surge una y otra vez, de manera constante, en nuestras sociedades. Si antes creímos que eran cuestiones que se veían en países llamados desarrollados, hoy vemos cómo penetra en naciones como la nuestra, atentando contra valores consagrados en la Constitución Política y en nuestra idiosincrasia.
Pueden llamarle del modo que quieran, pueden decirle aborto terapéutico, pueden disfrazar una ley y otra, la cuestión es que se mata a un inocente en el vientre de una madre, se atenta contra la vida de un ser humano creado por Dios y que científicamente sabemos se forma desde la unión del óvulo con el espermatozoide.
Por más que ideologías externas quieran cambiar la razón del principio de la vida, la ciencia es muy clara sobre el momento en que surge la vida. Por tanto, estamos llamados a protegerla, estamos comprometidos a proteger nuestra vida y la de los demás, porque así nos lo pide Dios, pues él nos llama a vivir el mandamiento del amor.
Claramente, el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice en su numeral 2261: “La Escritura precisa lo que el quinto mandamiento prohíbe: ‘No quites la vida del inocente y justo’ (Ex 23, 7). El homicidio voluntario de un inocente es gravemente contrario a la dignidad del ser humano, a la regla de oro y a la santidad del Creador. La ley que lo proscribe posee una validez universal: obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes”.
Hermanos, no estamos ante un asunto puramente religioso, se trata de un sagrado principio y derecho humano y universal que es la vida. Si este derecho se lo quitamos a unos, ¿quién nos garantiza que no se lo quieran quitar a otros en el futuro?
Desde la Iglesia y como Pastor, hago un llamado a crear conciencia alrededor de la vida, en todas sus etapas. A cuidarla, amarla y respetarla en todo sentido.
Y esta enseñanza no es nada nueva. “Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2271).
Este no es un tema que agotamos en estas líneas. Mucho queda por decir y lo seguiremos haciendo en medio de la sociedad, en contra de políticas que pretenden hacer a unos menos humanos que a otros.
El Señor nos conceda la claridad y valentía para proclamar que la vida es un don divino que no podemos arrebatarle a nadie, sobre todo desde cuando está en el vientre de su madre como un ser débil, inocente e indefenso.
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