Aún si mañana fuera el final, hoy sembraría un árbol, escribiría un libro y educaría. La educación es también una práctica de la esperanza, es un gesto de donación hacia el Otro, es el cordón umbilical de la humanidad.
La educación hunde sus raíces en lo más profundo de nuestra condición humana, primero como un acto que se dirige a la supervivencia de la especie, pero a su vez, lanza redes hacia un sentido trascendente de buen vivir para las generaciones.
Aún en medio de las realidades que se desprenden de las comunidades desestructuradas, hay esperanza si hay educación, porque la educación es un acto de transformación personal, comunitario y global.
Las sociedades construyen propuestas educativas no neutrales, estas responden al modelo social de desarrollo de cada pueblo, si bien, hay dispositivos institucionalizados que se dedican a esta tarea, la educación como proyecto humano no es propiedad privada de nadie.
Por tanto, si bien existe un currículum formal u oficial, derivado del dispositivo institucional, que responde a las políticas de turno, es necesario asumir el desafío histórico y existencial de velar por un currículum dialógico y transformador que brote de la realidad misma del fenómeno educativo.
Educadores y Educadoras, no titubeen ante la posibilidad de construir de manera cooperativa un currículum de la libertad, un currículum para la paz, un currículum de la esperanza. Educar no solamente es enseñar a sumar y deletrear, es llevar al estudiantado a confrontar su realidad de forma creativa con el ejercicio del conocimiento que nace de la alegría y del entusiasmo.
Un nuevo currículum está llamado a ser construido en diálogo, en las manos de las personas que forjan nuestra sociedad en las aulas, una educación para sobrevivir, pero ante todo para el Buen Vivir.