Hablar de educación en Costa Rica es hablar del corazón mismo de nuestro proyecto nacional. Durante décadas, la inversión educativa garantizó cohesión social, movilidad económica y estabilidad democrática. Sin embargo, hoy enfrentamos un reto distinto: ¿cómo lograr que la educación primaria, secundaria y universitaria no solo prepare para el empleo, sino que forme ciudadanos capaces de innovar, emprender y transformar la realidad que les rodea?
Nuestro sistema educativo, aunque históricamente robusto, muestra signos de estancamiento. Persisten deficiencias en áreas clave como matemáticas, ciencias y comprensión lectora, junto con rezagos en habilidades digitales y una preocupante deserción en secundaria. A esto se suma la desconexión entre muchos programas universitarios y las nuevas dinámicas productivas. En otras palabras, seguimos educando a los jóvenes para un mercado laboral del siglo pasado, mientras el presente y el futuro demandan competencias radicalmente distintas.
El camino es claro: debemos reorientar la educación hacia tres grandes dimensiones. Primero, fomentar el pensamiento emprendedor desde la niñez, enseñando a los estudiantes a identificar problemas, crear proyectos y ver oportunidades en lugar de limitaciones. El emprendimiento no puede seguir siendo un curso optativo, sino una visión transversal en toda la formación. Segundo, impulsar la educación financiera como una competencia esencial de vida: en un país con altos índices de endeudamiento, resulta vital que los jóvenes aprendan a administrar recursos, invertir con criterio y tomar decisiones económicas responsables. Y tercero, estimular la innovación y la creatividad aplicada, pasando de la memorización a la experimentación, con laboratorios, proyectos interdisciplinarios y conexión real entre las aulas, las empresas y las comunidades.
El mundo ya ofrece ejemplos inspiradores. Finlandia revolucionó la educación al implementar un modelo basado en fenómenos y proyectos reales, donde los estudiantes integran saberes de distintas disciplinas. Singapur apostó por el desarrollo de habilidades del siglo XXI —pensamiento crítico, resiliencia, colaboración— como eje central de su reforma educativa. Israel, por su parte, convirtió la innovación tecnológica y el emprendimiento en pilares de su sistema, alcanzando el reconocimiento global como “Startup Nation”. Estos casos demuestran que el éxito no depende únicamente del presupuesto, sino de una visión coherente y sostenida en el tiempo.
Costa Rica tiene el potencial de replicar y adaptar estas experiencias. Es indispensable articular una estrategia nacional de educación para la innovación que trascienda gobiernos y coyunturas políticas. Ello implica reformar currículos para integrar emprendimiento, finanzas y tecnología en todos los niveles; formar docentes no solo en contenidos, sino en metodologías activas e inspiradoras; consolidar alianzas entre escuelas, universidades y sector productivo; y diseñar políticas que reconozcan tanto los logros académicos como la creatividad disruptiva de los estudiantes.
La educación no es un terreno para la improvisación ni para intereses cortoplacistas. El desafío de Costa Rica es enorme: pasar de un modelo centrado en preparar empleados a uno que forme creadores, innovadores y emprendedores. Porque el futuro no espera, y la única manera de sostener nuestro desarrollo humano es que los niños y jóvenes aprendan a pensar más allá de buscar empleo: aprendan a generarlo. Enseñar a emprender, innovar y manejar con inteligencia la vida financiera no es un lujo, es una urgencia. Solo así la educación volverá a ser el motor que nos distinga en América Latina, no por la cantidad de títulos otorgados, sino por la capacidad de nuestras nuevas generaciones para transformar el país