Una de las mejores formas de recibir a los visitantes de nuestro país hasta hace algunos años, era el formidable y voluminoso conjunto escultórico de la familia campesina ubicaba frente al aeropuerto y con una semilla dicotiledónea al fondo. Esta magistral obra de Paco Zúñiga, reconocido escultor cuya obra es más conocida en México y el resto del mundo que en nuestro país, con generosidad recibía a turistas y despedía a hijos de esta tierra para que no se olvidaran de donde provienen.
Dicho conjunto escultórico compuesto por un campesino, una campesina y un niño, doblados arando el surco, representan bastante bien a gran parte de nuestra Costa Rica, la de origen campesino, que muestra arraigo con la tierra y con ciertos elementos simbólicos que evocan mucho de lo bueno, de lo que nos caracteriza como pueblo: trabajo tenaz y sencillo, semilla que dará fruto abundante producto del esfuerzo y dedicación de hombres y mujeres, sustento dignamente ganado y una gran fertilidad que viene del amor y el cuidado a través de la familia. Hace más de 500 años nuestros aborígenes obtenían su sustento, de la tierra mayoritariamente y ocasionalmente del mar. El mestizaje del cual somos herederos, ha permitido construir una patria que en pocos meses celebrará el Bicentenario, en el cual ni hombres ni mujeres campesinas parecieran estar invitados.
Tan poco significado tiene el campesinado costarricense, ese que nos da de comer y que ha sido fragua de la democracia costarricense, que dicho monumento fue retirado en diciembre de 2012, habiendo sido presa del vandalismo terrible de unos pocos, la indiferencia de muchos, blanco de orines y heces de perros y otros bichos, lienzo de grafittis y tórrido refugio para fugaces aventuras amorosas nocturnas. Han pasado 9 años de su retiro y muchas promesas rotas que auguraban su restauración pronta. Hasta un alcalde ahora metido a precandidato ofreció recursos para que el retiro de la obra fuera breve.
Para colmo de males, una vez más, estamos en presencia de otra grave y horrorosa omisión por parte del MEP al no incluir dicha celebración en el Calendario Escolar, ello a pesar de que hay una ley de la República que así lo establece (Ley 4096). Dicha ley fue dictada el 11 de mayo de 1968.
Les comparto estas líneas en medio del escenario más espantoso ocasionado por la pandemia, que ha traído muerte, destrucción, dolor, sufrimiento y angustia al pueblo costarricense y al mundo entero. Y ello significa ni más ni menos que el aparato productivo y el empleo decente y de calidad no escapan ante tan atroz panorama. Si los políticos de turno, ayer y hoy ya no les importa el agro costarricense, el agro profundo que nos da arroz, frijoles, maíz, chayotes, yuca, papas, cebollas, frutas y otros; les invito para que ustedes y nosotros sí seamos capaces de reivindicar a nuestros agricultores. La crisis ocasionada por el COVID tiende a profundizarse y la producción de alimentos podría tornarse critica en los próximos meses. Alimentos nutritivos y frescos junto a la leche y otros productos, podrían escasear y con ello experimentar una descomunal escalada de precios y que el fantasma del hambre aparezca grotesco e inmisericorde. Hoy por hoy, producto de políticas agrícolas equivocadas y erráticas, el país tan sólo produce la mitad de lo que consume. Vergonzosamente hay que importar alimentos en un país verde, con un buen régimen de lluvias, tierra feraz y con conocimientos ancestrales. Por eso resulta temerario pensar en cerrar el CNP y eliminar el Programa de Abastecimiento Institucional, que constituyen uno de los últimos refugios del agricultor y campesinado costarricense.
Vean que curioso, el Censo Nacional Agropecuario fue en 2014. Antes de éste, el último fue en 1984. Todos sabemos lo importante que resulta para un país la existencia de censos que muestran datos y estadísticas oficiales y que contribuyen al diseño de políticas públicas y a tomar decisiones. Este año correspondía hacer censo y se ha anunciado por parte de autoridades gubernamentales que no se llevará a cabo, al no presupuestar recursos para su financiamiento.
En cuanto a producción de alimentos si comparamos los datos entre ambos censos (2014 y 1984) la cantidad de terreno dedicada a maíz, frijoles, papa, cebolla, yuca y otros tubérculos ha venido en descenso, a contrapelo de una agricultura de exportación (flores, follajes, naranja, piña, frutas y banano) que compite por ese mismo terreno con la producción agroalimentaria. Eso tiene que llamarnos a reflexión.
El promedio de edad –en 2014- del agricultor costarricense fue de 53,9 años. Ojo costarricenses, pueden cotejarlo con pagina 41 del VI Censo Nacional Agropecuario. De modo que el 38% de la fuerza laboral en el campo, ese que produce alimentos, oscila entre los 43 y 59 años. Hombres y mujeres que ven sacrificada muchas veces su vida por el efecto de las plagas, los malos precios, los efectos del cambio climático y el nefasto contrabando en nuestras fronteras de productos como papa y cebolla, denunciados una y otra vez donde el esfuerzo de autoridades fronterizas y aduaneras, pareciera no ser suficiente y se ven superados por el afán desmedido de ganancias de malos costarricenses y un inescrupuloso espíritu de obtener ganancias a como de lugar. Nuestros campesinos no merecen ser tratados como una corronga y folclórica alegoría de las pinturas de Fausto Pacheco o un lejano recuerdo sumido en virtuosas letras en Juan Varela, el Sitio de las Abras o cuentos de Carlos Salazar Herrera. Son personas de carne y hueso a quienes también debemos de cuidar, de ellos dependerá nuestra sobrevivencia y en un plazo mucho más corto de lo que muchos suponen.
Esta crisis sanitaria y económica ya empieza a mostrar un nuevo rostro y es crisis alimentaria, si no tomamos medidas. Debemos cuidar la producción de nuestros alimentos y además a quienes los producen. El campo ya no puede ser más el gran ausente en los grandes debates nacionales. Antes de la pandemia, en 55 países 183 millones de personas se encontraban en situación de inseguridad alimentaria. Esta cantidad según FAO, puede haber aumentado en un 82%. En varios países caribeños su aparato productivo solo era capaz de cubrir el 40% de sus necesidades alimenticias, lo demás constituían importaciones de alimentos, pagándolas muchas veces mucho más caras.
La pobreza y desempleo en el país han crecido. Si no hacemos lo suficiente estaremos condenando a muchas familias de costarricenses al hambre y a la sub-alimentación, con lo cual estaríamos a las puertas de una desnutrición que hace varias décadas gracias a asertivas políticas de nutrición y educativas, ya habíamos superado. Vivir en el campo y producir alimentos no deben ser sinónimo de pobreza. Ante el aumento de la desigualdad, el funcionamiento de la economía debe evitar ambos, de manera que la prosperidad y los avances sociales sean para todos.
Requerimos pues, inteligencia, valor y sapiencia por parte de nuestras autoridades, partidos políticos y sus representantes. El bien común debe ser el sano motor de la política y de la economía. Hoy más que nunca la solidaridad y la lucidez deben ser las armas con que gobernantes y ciudadanos podamos seguir construyendo una meta y un destino común. La pandemia y su atención han consumido importantes recursos de la producción nacional.
Hemos sido testigos en estos 15 meses, como en lo social y económico se ha acelerado un peligroso y desgarrador proceso de exclusión y desigualdad, generando mayor concentración de la riqueza. Ante la pandemia, en víspera de la celebración del cacareado bicentenario, no a todos nos ha ido igual, negarlo, es ser cómplice de silenciosas y perniciosas injusticias. En el mundo el 1% de la población mundial se ha hecho mucho más rico de lo que era y el 99% restante resulta ser más pobre. Por eso no nos debe sorprender posiciones como las de Biden en EEUU, el FMI, el Banco Mundial recomendando a los países que con carácter transitorio graven los capitales para poder ayudar a los que menos tienen.
La pandemia nos lo está enseñando. “Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior, no puede considerarse progreso” La solidaridad nos dice el papa Francisco, “no debe ser sólo una virtud, sino un modelo operativo de la economía; y que la fraternidad no sea una simple aspiración, sino un criterio de gobernabilidad nacional e internacional”.
La situación del agro costarricense y de nuestro campesinado puede sufrir penosas consecuencias, pues bien dice el papa emérito Benedicto XVI “el estar sin trabajo o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona con graves daños en el plano psicológico y espiritual” 25 Caritas in Veritate
El gobierno no debe perder de vista que el impacto del COVID y su atención, ha ocasionado una caída de 2,2% en el PIB. Estas cifras traducidas en destrucción de empleos, significa que 475 mil costarricenses ya no tienen empleo pues la tasa de desempleo aumentó en algunos momentos hasta un 24,4%. Con estos miles de costarricenses y sus familias son víctimas de una gran indolencia por parte de cúpulas políticas y de grandes empresarios. El tejido social se desgarra y no se está haciendo lo suficiente para evitarlo. Ello, agravado con un 25% de la fuerza productiva afectada con reducción de sus jornadas y en consecuencia.
Todo esto alimenta una terrible sensación de frustración, soledad y desesperación, o sea una peligrosa desmoralización que puede hacer al pueblo presa fácil de quién sabe que insondables intereses.
Como sociedad no debemos caer en una especie de “nostalgia superficial y triste, que lleve a copiar y comprar, en lugar de crear y producir y dar espacio a un autoestima nacional muy baja” 51. Fratelli tutti, advierte el papa Francisco a inicios de octubre del a pasado, ya en plena pandemia. Con sentido de urgencia hay que dignificar a nuestros agricultores con acciones efectivas y no con sórdidos discursos cada 15 de mayo que a nadie convencen.
En los últimos 3 años hemos sido testigos del desmantelamiento del estado de derecho en una forma acelerada. Mucho de los logros históricos de los últimos 100 años, que como pueblo hemos alcanzado, han ido desapareciendo uno a uno tras sendos mazazos. El campo ha sido una de esas víctimas. Nuestros agricultores al igual que Ulises en La Odisea, no deben dejarse atrapar por sonoros cantos de sirena, con que una y otra vez tratan de endulzarlos y disimular de esa manera la incapacidad en la búsqueda de soluciones a los problemas que agobian al agro costarricense.
Aún hay chance para que el presidente y su equipo muestren algo de liderazgo y nos convenzan que en sus manos, verdaderamente la política es una herramienta para mostrar “capacidad y visión para anteponer el interés y bienestar de las personas” tal y como reza su programa de gobierno, ofrecido a la ciudadanía.
El abrazar la Costa Rica del Bicentenario más que un eufemismo, es una nueva oportunidad de oro para –con humildad- escuchar y ver…y gobernar para todos, sobre todo para los que menos tienen. Hay crispación, furia y rabia. Los problemas se han acumulado y golpean a los de siempre. Debemos de entender que no son las guerras ni las enfermedades la principal causa de muerte, sino el hambre y el desamparo.
Hoy, más que estar ante un fracaso económico, estamos ante un saqueo exitoso por parte de algunos cuantos.
El agro merece más que eso. Hoy es un buen momento para que nuestro homenaje sea el de pedir perdón por ese olvido y no reconocerles su aporte a la construcción de la patria y sobre todo de que nuestra salud y nutrición depende de ellos.
Por eso ante el descuido y el olvido, la estulticia de quienes tuercen la historia y hacen una pésima lectura del presente y futuro de la patria, se asemejan a “apretar aguacates, pretendiendo madurarlos” como decía don Pepe.
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