Decía Platón, en su célebre escrito “La República”, que el demagogo se concibe como un adulador del pueblo que, partiendo de los deseos que la masa comunica en sus reuniones, toma ventaja para presentar como propias ideas, gustos y deseos de la colectividad. En otras palabras, refiere a aquella persona que, incapaz de ofrecer propuestas y soluciones propias (por voluntad o por imposibilidad), toma las que el pueblo demanda públicamente para anunciarlas como suyas y de esta manera ganarse la confianza y el apoyo de la ciudadanía. El autor añade una característica adicional al concepto: la masa o pueblo no es la generalidad, sino un segmento que realiza labores manuales para vivir y por ello no cuenta con la posibilidad de cultivar su intelecto, por lo que se convierten en presa fácil de los demagogos.
Aristóteles, por su parte, añade una vertiente no explorada por Platón al describir a la demagogia como una forma de gobierno que se distingue de la Democracia (entendida esta como “gobierno de muchos”) en que la autoridad concedida por la masa parte de su voluntad y no de la ley. Bajo este precepto es que suelen nacer iniciativas que se apartan de lo normativo para centrar su origen en el deseo del pueblo que, tal y como se indicó anteriormente, cede al demagogo su representación y la ejecución de su voluntad bajo el disfraz de la “soberanía”. Además, señala el filósofo griego la característica de descontrol de la masa, la cual no reacciona como una sola cabeza que decide tal voluntad, sino como la suma de voluntades individuales que se mueve instintivamente hacia una misma dirección, pero de manera enloquecida. Acá conviene recordar, como se mencionó con antelación, que la masa referida no es una colectividad culta o pensante.
Termina Aristóteles describiendo cómo la demagogia tiene lazos comunes con la tiranía, siendo sus principales rasgos la humillación de las personas preparadas, el desprecio por las leyes (se prefieren los decretos) y la exaltación al tirano por parte de quienes le rodean (similar actitud del demagogo hacia el pueblo). Eso sí, la analogía es inversa: mientras con el demagogo el poder reside en él por cuanto se arroga la representación tácita de la voz de la masa como “jefe mayor de la colectividad”, los tiranos dan un paso más y olvidan esa voz para gobernar desde su propio deseo. Todo lo anterior demuestra que la evolución de la demagogia podría convertirse sin mayor esfuerzo en una tiranía.
Hoy en día la demagogia está presente en todas las democracias pero de manera solapada, de tal manera que quien ostenta el poder suele tomar un poco de lo que el pueblo le reclama para sí (desde un plano para nada complejo o profundo) y lo utiliza a su favor a través de políticas públicas de fácil resolver, con el único propósito de mejorar su imagen y aprobación. Esto lo combina con iniciativas más elaboradas y concertadas entre aquellos que basados en la evidencia científica y en la práctica plantean propuestas justas y necesarias para el bien de la colectividad. Entonces, se genera un balance entre lo demagógico y lo democrático a fin de mantener la paz social y el manejo acertado de lo político.
Hoy el demagogo habla a la bilis de las personas; sus manifestaciones no tienen contenido cognoscitivo sino performativo, es decir, se basan en la interpretación que cada persona pueda dar a sus palabras más que a un entendimiento profundo de la situación; y esto les funciona, por cuanto da a “su masa” el poder de asignarle valor a sus palabras más que transmitirles el valor que ha sido dado originalmente. Hoy el demagogo vive de elevar pulsaciones, de generar adrenalina y de provocar éxtasis en sus seguidores, mientras que el buen político hace gala de su conocimiento a partir de argumentaciones y apelando más a la razón que a la pasión de sus receptores. El demagogo de hoy maneja un discurso sencillo, de fácil entendimiento, de incansable repetición y obviedad explícita para que todos, seguidores y detractores, capten sus palabras sin más capacidad cognoscitiva que la que se aprende desde pequeños.
Las salidas a las amenazas demagógicas están dadas por la misma evolución de la democracia en los últimos tiempos, siendo una de sus principales armas la creación de un sistema de pesos y contrapesos que evite que el poder recaiga sobre un solo cuerpo político. De esta manera, la existencia de cámaras de representantes que cuenten con oposiciones sólidas y fuertes, la habilitación de un Poder Judicial independiente y apolítico, así como la presencia de una prensa libre de amenazas y objetiva en sus investigaciones resultan fundamentales en el propósito de eliminar cualquier vestigio de demagogia en el ambiente político de una nación. Es precisamente esto lo que disgusta al demagogo, por eso añora una legislatura complaciente, una justicia politizada y una prensa controlada, a fin de lograr sus propósitos con mayor facilidad. La participación ciudadana como representantes de una sociedad organizada e informada es otra de las armas de mayor valor para las democracias modernas. En la medida en que se dota de espacios de discusión e incidencia a las agrupaciones sociales, se fortalece no solo el ejercicio de la representatividad sino también la transparencia y la legitimidad de las decisiones que emanan desde el Poder Ejecutivo.
Ante el panorama actual es clara la necesidad de un sistema educativo robusto, moderno, actualizado y abierto, que esté dispuesto a reformarse constantemente y que brinde acceso a todas las personas: niños, jóvenes y no tan jóvenes, a contenidos multi-temáticos fáciles de entender pero profundos en su desarrollo, esto con el propósito de eliminar las barreras cognitivas que facilitan el surgimiento de masas descontroladas. También es fundamental el rol de los medios de comunicación por cuanto representan los canales de transmisión informativa más comunes. La creciente y cada vez más desarrollada red digital se ha constituido en el principal acceso directo a lo inmediato, eliminando así las fronteras locales e internacionales. Por ello, procurar que el contenido generado sea veraz y objetivo resulta preponderante en la prevención de la demagogia como forma de gobierno.
Termino indicando que, dado el contexto actual, es necesario reflexionar hacia dónde camina nuestro país: si hacia la democracia moderna o a hacia la demagogia histórica. Ambas opciones son válidas y reales, pero le corresponderá al soberano, por mayoría, decidir su rumbo.
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