En unas horas, Estados Unidos tendrá un nuevo presidente, y este será Donald Trump, quien, contra todo pronóstico, ha ganado el favor del pueblo estadounidense con un discurso claro, directo y sin complejos. Muchos alrededor del mundo, incluido yo, ven en su victoria un reflejo de un cambio profundo en la política global, un giro hacia el conservadurismo que pone en el centro la economía, el capitalismo, los valores tradicionales y, sobre todo, la firme voluntad de recuperar la grandeza de una nación que alguna vez fue la potencia indiscutible del planeta.
Sin embargo, mientras Estados Unidos se prepara para recibir un líder que habla sin pelos en la lengua, que tiene visión de futuro y que promueve el desarrollo a través de nuevas tecnologías, alianzas estratégicas y el fomento de la libre empresa, en Costa Rica la situación es otra. Aquí, seguimos atrapados en un ciclo de mediocridad política, en el que los partidos tradicionales parecen no entender que la política ya no debe girar en torno a nombres con apellidos rimbombantes ni a disputas de poder que solo benefician a unos pocos. Es momento de un cambio, de un líder que tenga el coraje de enfrentar la realidad y de tomar decisiones difíciles, sin miedo y sin las ataduras de intereses personales.
Como costarricense, no puedo evitar mirar la situación con cierta envidia del tipo “buena” hacia los estadounidenses. Ellos hoy tienen un presidente que no tiene miedo de decir lo que piensa, que no juega a agradar a todo el mundo, y que pone en el centro de su agenda el desarrollo económico y la restauración del país como una potencia global. La Costa Rica que alguna vez fue un ejemplo de paz, libertad, desarrollo y belleza, ha caído en un mar de inacción. Somos un país que, tristemente, ha perdido el rumbo. Hemos dejado que los discursos populistas y las promesas vacías nos lleven a un punto de no retorno. Hoy, el mundo nos mira con desdén, nos señala como un ejemplo de lo que no se debe hacer.
Y mientras eso sucede, muchos de los que podrían hacer algo al respecto se limitan a mirarlo desde la barrera, como si la política fuera un espectáculo y no una responsabilidad. Yo mismo me atrevo a decir que podría ser presidente de Costa Rica, pero a la hora de la verdad, aquí estamos, observando los toros desde la barrera, mientras el país sigue perdiendo su lugar en el mundo. No podemos seguir esperando que el futuro nos caiga del cielo. Necesitamos un líder que se levante, que deje de lado el miedo y que tenga la capacidad de tomar las riendas de este país.
Hoy, el país necesita algo más que discursos vacíos y promesas sin fundamento. Costa Rica necesita un líder que tenga una visión clara y un plan de acción que nos saque de este atolladero. Un líder que no se deje intimidar por las presiones externas ni por los intereses creados, sino que se enfoque en lo que realmente importa: el bienestar de los costarricenses y el futuro de nuestra nación. Necesitamos un presidente que apueste por el capital humano, por la educación, por la tecnología, por el desarrollo empresarial y, sobre todo, por la seguridad y la paz que tanto nos han caracterizado.
No se trata solo de hablar del pasado, de lo que fuimos. Se trata de pensar en el futuro, en cómo podemos salir de la crisis económica que vivimos, en cómo podemos recuperar la confianza de nuestros ciudadanos y en cómo podemos, finalmente, ocupar el lugar que alguna vez tuvimos en el escenario mundial. Costa Rica ya no debe ser solo una nación de “buenos deseos” o de “buenas intenciones”. Debemos ser una nación de hechos concretos, de liderazgo real, de acción.
Las elecciones de 2026 están a la vuelta de la esquina, y como costarricenses tenemos la responsabilidad de decidir qué tipo de país queremos ser. ¿Seguiremos atrapados en el círculo vicioso de la politiquería y los intereses particulares, o seremos capaces de elegir a un líder con verdadera convicción, sin miedo de decir lo que piensa, y con la capacidad de actuar con firmeza por el bienestar común?
Hoy, el mundo observa con curiosidad cómo se desarrollan las elecciones en Costa Rica, pero también con esperanza. Sabemos que, tarde o temprano, un líder auténtico y decidido surgirá. Ojalá que ese líder llegue en 2026, porque, si seguimos mirando desde la barrera, lo que hoy parece un camino largo y tortuoso para recuperar nuestra posición en el mundo, podría convertirse en una caída libre irreversible.
Costa Rica ya no puede permitirse el lujo de esperar a que los cambios lleguen por sí solos. Necesitamos un liderazgo firme, audaz, capaz de adaptarse a los tiempos que corren. Y, si bien no soy yo quien estará en la boleta electoral de 2026, estoy convencido de que la mayoría de los costarricenses comparten la necesidad de un cambio real. Solo debemos asegurarnos de no seguir observando los toros desde la barrera. El futuro nos está esperando, y es momento de tomarlo en nuestras manos.