A estas alturas, ya no bastan más promesas ni discursos huecos. La reactivación económica de Costa Rica se convirtió en una narrativa desgastada, en un eco vacío que se repite sin resultados tangibles. Mientras tanto, la pobreza avanza, la desigualdad se profundiza y las nuevas generaciones se debaten entre el desencanto y la incertidumbre. ¿Qué fue de aquellos proyectos que prometían cambiar el rumbo del país? ¿Dónde están los resultados de las estrategias para dinamizar la economía? ¿Dónde está la plata?
Las cifras no mienten. Por más maquillaje que le apliquemos a los datos, la realidad es cada vez más evidente: el país se hunde en una parálisis estructural donde la educación no forma para el futuro, el emprendimiento es una palabra bonita sin recursos, y la innovación se queda atrapada en los discursos sin aterrizar en acciones. Lo más grave: nos acostumbramos.
Como profesor universitario, investigador y emprendedor de vida, he dedicado años a analizar cómo la educación configura comportamientos, aspiraciones y posibilidades reales de movilidad social. Pero esa promesa está rota. Seguimos preparando estudiantes para trabajos que ya no existen, usando modelos educativos pensados para una era industrial que murió hace décadas. Y mientras el mundo avanza hacia el Agrotech, la Inteligencia Artificial, la biotecnología, la automatización y el conocimiento como motor económico, nosotros seguimos debatiendo reformas curriculares que nunca llegan, o que no se aplican con contundencia.
Nos vendieron la idea de que “los trabajos del futuro aún no se han inventado”, pero el problema es que ni siquiera estamos creando las condiciones para inventarlos. Costa Rica necesita una verdadera revolución en su sistema educativo y productivo. El emprendimiento debe ser eje transversal, no electivo ni anecdótico. Y más importante aún: necesita financiamiento real, acceso a capital semilla, conexión con el ecosistema tecnológico global y visión de largo plazo.
Otros países han apostado por soluciones integrales. Israel, por ejemplo, se reinventó como potencia de innovación tecnológica gracias a una inversión decidida en investigación, educación técnica y emprendimiento. En América Latina, países como Chile y Colombia han hecho apuestas concretas por los emprendimientos agrotech, la digitalización rural y los ecosistemas de startups. ¿Y nosotros? Seguimos debatiendo si se puede emprender sin formalización, mientras ahogamos en trámites a quienes intentan hacerlo.
Necesitamos entender que el emprendimiento no es una moda, es una herramienta de transformación social y económica. Pero sin infraestructura, sin educación alineada, sin políticas públicas articuladas y sin financiamiento, todo seguirá siendo letra muerta.
Como profesor universitario, investigador y emprendedor de vida, me duele ver cómo el potencial de nuestras juventudes se desperdicia. Me preocupa el cortoplacismo, el conformismo institucional, y, sobre todo, la desconexión entre quienes toman decisiones y quienes viven la realidad en los territorios. El futuro no se decreta; se construye con acciones, inversión y visión estratégica.
Y vuelvo a la pregunta que más me retumba: ¿dónde está la plata? Porque ideas sobran. Lo que falta es voluntad política, redistribución inteligente de los recursos y una verdadera alianza país que entienda que invertir en emprendimiento, en educación del futuro y en tecnología no es un lujo: es una necesidad urgente.
Dejemos de hacer lo mismo esperando resultados distintos. Costa Rica merece más que discursos. Merece decisiones.