Capítulo 1
Desde hace algunos años, Costa Rica ha venido sufriendo una profunda transformación a nivel político, económico, fiscal y social, un proceso que empezó en el año 2000 con el surgimiento del PAC que prometía una feroz y constante lucha a favor de la ética y en contra de la corrupción institucional, anteriormente normalizada por el famoso bipartidismo.
En las elecciones presidenciales del 2006, casi se da una sorpresa, y Ottón Solís no quedó electo sólo porque “algo raro pasó en ese proceso electoral”, según la leyenda popular. Antes de eso, en el año del 2003, sucede lo inaudito: se realiza una reforma interpretativa a la Constitución Política, para permitir la reelección (no consecutiva) del mandatario presidencial, esto se concretó luego con el segundo gobierno de Oscar Arias. Un año después en el 2007, el país se polariza por el famoso TLC, con las promesas de BMW en cada cochera del lado del SÍ, y la quiebra total de la clase media y trabajadora del lado del NO. Ya antes en el año 2000, habían ocurrido protestas sociales con el Combo del ICE.
Es con estos antecedentes que entramos en la segunda década de los 2000, siendo que en el 2010 asumió el poder, por última vez hasta el día de hoy, el Partido Liberación Nacional, la mayor agrupación política de Costa Rica, que fue fundada con las bases socialdemócratas pero que, desde la segunda mitad de los años ochenta, fue cambiando hacia ideologías más coincidentes con los sectores conservadores y políticas económicas neoliberales.
Posteriormente en el año 2014 se rompe el bipartidismo y el PAC finalmente llega al poder. Ese partido tuvo, no una, sino que dos oportunidades seguidas de demostrar al país que era una alternativa totalmente válida y el cambio que el pueblo necesitaba y anhelaba ya desde hace años, sin embargo, resultó ser un gran fiasco (¡literalmente!), tanto en lo social como en lo económico, pues ese tal cambio prometido nunca llegó, y son entonces estos los antecedentes y otras circunstancias particulares las que permitieron que en el año 2022 ganara un outsider y un completo desconocido (aunque había sido ministro de Hacienda en el último Gobierno del PAC), Rodrigo Chaves Robles.
Aquí es cuando se da la total e inequívoca disrupción en la mentalidad e idiosincrasia costarricenses, pues, por primera vez en su ya larga historia de más de 200 años, el pueblo, al que los políticos de los partidos tradicionales sólo recuerdan y necesitan cuándo buscan su voto, se despabiló finalmente y tal como se dice popularmente “no se dejó mangonear más”.
El actual Gobierno de la República de Costa Rica le quedó debiendo al pueblo algunas promesas de campaña, sin embargo, sí hay algo muy importante y poderoso a rescatar, es su gran y principal logro: exponer muchos casos de corrupción, tráfico de influencias y afines, que se venían dando desde hace muchos años.
Hoy en día, con la tecnología actual y con las redes sociales, no estar informado ya no es una excusa y hasta el ciudadano más desinteresado en la política sabe que lo que pasó en el 2022 marcó un antes y un después en la historia política costarricense, y para el 2026 es necesario que siga el proceso de transformación, pero con algunos cambios y ajustes muy importantes, para que se pueda volver otra vez a esa verdadera visión del país, alimentada por personas comunes y corrientes, muchas desencantadas de la política y que tenían más de 20 años sin participar activamente en la misma.
Queda aún mucho por hacer y en el próximo año electoral el pueblo costarricense tiene que demostrar que no desea repetir los mismos errores de siempre ni darles el voto a los que prometían todo y no cumplían nada, a los que colocaron a Costa Rica en el mapa mundial por las razones incorrectas y los que, cada 4 años, vuelven a salir a las calles del país con sus promesas y palabras vacías.
Un conocido político costarricense decía, parafraseando a varios grandes pensadores, que la “Política es el arte de lo posible”, pues bien, habría que ampliar la idea a “La política es el arte de hacer posible lo imposible”, para que dejemos de escuchar de parte de las instituciones “esto no se puede hacer”, “qué difícil” y “¿cómo hacemos…?”, para darle un resultado tangible a la gente y para que la institucionalidad democrática y el estado social de derecho que todos defendemos y anhelamos, puedan usarse realmente como un argumento válido por parte de los diferentes actores políticos, para devolverle su único propósito que es servir al pueblo.
CONTINUARÁ…