El cáncer “progre”
Ante el panorama descrito muchos mordieron la manzana podrida de los “progres”, cuya cultura lejos de proveer soluciones a las grandes falencias de la familia, agrava todo. Entre otras cosas este discurso corroe los derechos humanos, y promueve prácticas y discursos que mal forman en vez de solucionar.
¿Por qué los discursos imperantes en ciertos sectores destruyen los derechos humanos? Por toda una serie de reducciones y omisiones. El marcado auge de la violencia infantil se sabía desde hace más de una década. No obstante, nadie marchó en su contra, salvo las jerarcas del Hospital de Niños (no los cacareados movimientos sociales). Más aun, el discurso “progre” contiene un peligrosísimo sesgo: reducir algo tan vasto como los derechos humanos. Pues reduce el concepto ya no solo a los temas de las minorías sexuales, sino que va aun más lejos, limitó todo a los matrimonios diversos; a esto le suman el aborto (bajo debate, diferente de la violencia infantil, en la que hay consenso acerca de su rol destructivo), un par de agendas femeninas por demás muy tendenciosas y radicalizadas, ¡Y sanseacabó! Colmo de colmos, la cultura “progre” no incorporó el combate al racismo sino hasta el asesinato vil y televisado de George Floyd, antes nadie de ese espectro hizo nada. Esa grave mutilación de los derechos humanos es el sueño de los dictadores. En Costa Rica los “progres” gobernaron del 2014 al 2022 sin que realizaran nada sustancial contra la agresión infantil.
Pero la visión tan reducida no acaba ahí. La cultura “progre” se limita a los planos simbólicos y discursivos (además simplificándolos y reduciéndolos a esquemas maniqueos), e ignora las esferas material-concretas de la existencia. Esto decanta en un mundo que se rasga las vestiduras para imponer que se escriba “niñes” (sic), “alumnes” (sic), en vez de las palabras de la RAE, pero que nada hace en solidaridad con Keibril (la manifestación a la cual convocaron unas poquísimas personas fue un fracaso), ni en muchos casos más (los cuales a nadie importaron). El argumento es estúpido, pues afirma que la palabra crea la realidad; más bien los fenómenos sociales tienen múltiples causas.
El que algo critique algo dañino no quiere decir que esa crítica sea buena. Porque hay críticas acertadas y críticas deficientes. Hasta Carlos Marx hablaba de los “críticos críticos”. La critica “progre” a la familia es un adefesio. Primero, el “progre” todo lo reduce a un tema e ignora a las mayorías poblacionales. Y va más allá, pues busca poner bajo su lógica y su visión fenómenos que no son de su terreno (bien decía una amiga limonense llamada Ana M., quien es crítica de estos movimientos, que el “progre” monopoliza los espacios de enunciación).
En segundo lugar, porque polariza y no resuelve los conflictos, así en tópicos de pensiones alimentarias no busca obligar al padre a ser responsable de los gastos de su hijo (como si ocurre en Panamá y Uruguay), sino que da un rol desproporcionado a la mujer, a cuyo deseo se sujeta el fallo judicial sobre los montos y los fondos, esto, en relaciones ya conflictuadas, decanta no en el bienestar del menor, sino en claras vendettas de la ex pareja.
También podría referirse el feminismo radical (ideología de género). Aunque el feminismo anterior a éste defienda causas loables, como aquello de “ni puta ni santa”, el feminismo contemporáneo transita un sendero muy distinto: decir que la sexualidad heterosexual es sinónimo de violencia, y que la población masculina es agresora per se, por lo que idean ingenierías sociales para feminizarla; quemar iglesias y destruir carros son otros de sus “pasatiempos”. Críticas a esta corriente son los videos de Janice Fiamengo y los libros de Christina Hoff-Sommers. Por tanto, esta concepción no genera nada positivo, solo produce guerra cultural.
Y las pocas veces que la cultura “progre” habla “en favor” de la niñez y la adolescencia lo hace para mal formarlas. Disciplinar, si se hace dentro de parámetros científicos y éticos, es hacer un bien y jamás se compara con agredir. Pero las bases filosóficas del discurso “progre” frustran de raíz este proceso. De tal guisa, los “progres” abogan por la difuminación del sujeto individual moderno. Así, recuerdo una entrevista a una exdiputada del PAC, ella se quejaba de que algunas mujeres la ofendían por ser gorda; mas acto seguido las disculpaba, pues según la ex congresista las féminas, automática e inercialmente, reproducían tratos a su vez recibidos por ellas. He allí la antropología “progre”. En tal esquema no hay subjetividades decidiendo cómo actuar, solo meras marionetas de discursos sociales, el ser humano como títere de simples palabras. Un argumento así justifica al ofensor. Así quizás por ello, años atrás un ministro de educación (un santón de este sector), miembro del PLN, debilitó cuanto pudo los reglamentos disciplinarios, ahora hasta los sindicatos reclaman debido a que los docentes no pueden corregir a sus educandos. Por tanto, la cultura de cristal impide imputar a los infractores, produciendo futuros maleantes. Porque niños y adolescentes que crecen sin normas, ni responsabilidad, ni límites, tienden al delito.
Franz Hinkelammert en su libro El sujeto y la ley planteaba que las contradicciones (como las violencias, la explotación y la marginación), si no se abordan, resurgen bajo la forma de conflictividad social (ej. la delincuencia). Los criminales no surgen ex nihilo, tuvieron una escuela, un barrio, y una familia. Las grandes disfunciones de esta última favorecen la criminalidad. La sociedad costarricense no supo ejercer una crítica cultural necesaria y efectiva para cambiar el rumbo, prefirió o hacer lo de los avestruces (conservadores), u optar por una visión incapaz de transformar la familia (“progres”). Sobre los caminos críticos que cuestionen ambos extremos ampliaremos en un futuro escrito.