El gigante asiático pretende la dominación mundial, pero Estados Unidos devela el verdadero rostro de los chinos y contrarresta su peligroso avance.
No es un secreto que China pretende la dominación mundial y para lograrlo tiene en frente un obstáculo que desde hace largas décadas intenta doblegar: los Estados Unidos, el país donde la democracia es un tesoro, mientras que la represión y el totalitarismo, con un ropaje de crecimiento comercial y económico, son la égida del camino emprendido por el gigante asiático.
Sigilosamente, el Partido Comunista chino se ha infiltrado en la vida de la nación que ve como el duro rival a vencer, evitando a toda costa la confrontación militar directa, pero apelando, en cambio, a estrategias más sutiles en campos como la tecnología, educación, política, comunicaciones y otros. El espionaje ha sido una de sus armas más utilizadas.
Sin embargo, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha supuesto para Pekín una piedra en el zapato y más lo sería si es reelecto en los comicios de noviembre próximo. Quien hoy conduce los destinos de Estados Unidos conoce las intenciones del comunismo chino.
Por tanto, los más cercanos funcionarios del entorno del regente de las políticas de Washington se han dedicado a la tarea de poner en relieve el riesgo que representa China para la estabilidad mundial.
Presionar por un cambio
El secretario de Estado, Mike Pompeo, compara el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y China como una batalla entre el “mundo libre y la tiranía”, y pide una alianza internacional para presionar a Pekín, con el propósito de que cambie su rumbo y comportamiento.
Pompeo advierte que Washington debe rechazar el “compromiso ciego” con Pekín y empoderar al pueblo chino contra el gobernante Partido Comunista.
“Los comunistas casi siempre mienten”, dice Pompeo. “La mayor mentira que dicen es pensar que hablan por 1.400 millones de personas que son vigiladas, oprimidas y tienen miedo de hablar”.
Estas declaraciones recientes de Pompeo se producen en momentos en que las relaciones entre los dos países experimentan un fuerte declive.
“Si el mundo libre no cambia a la China comunista, [seguramente] nos cambiará a nosotros”, apunta.
Un partido marxista-leninista
En tanto, Robert O’Brien, asesor de Seguridad Nacional del presidente Trump, compara al presidente chino, Xi Jinping, con el dictador soviético Josef Stalin, en un discurso en el que critica a China por lo que describe como un “papel malévolo” de ese país en los asuntos mundiales.
O’Brien es tajante: “El partido comunista chino es marxista-leninista”, dice. “El secretario general del partido, Xi Jinping, se ve a sí mismo como el sucesor de Josef Stalin”.
El consejero culpa a ambos partidos políticos estadounidenses (republicano y demócrata) por subestimar la amenaza de China durante décadas y no ver que el Gobierno chino tiene el objetivo de “rehacer el mundo” a su imagen.
En su opinión, los formuladores de políticas estadounidenses se equivocaron al suponer que a medida que China se desarrolle económicamente, eventualmente se “democratizará y buscará la liberalización”.
En cambio, argumenta O’Brien, ocurrió lo contrario: “China solo se ha vuelto más comprometida con su ideología comunista”.
Espionaje y robo
Por su parte, el director del FBI, Christopher Wray, cree que los actos de espionaje y robo por parte del Gobierno de China representan la “mayor amenaza a largo plazo” para el futuro de los Estados Unidos y el mundo.
Wray tiene un concepto claro y al mismo tiempo contundente: “China está comprometida en un esfuerzo de todo el estado para convertirse en la única superpotencia del mundo por cualquier medio necesario”.
Es tan “severa” la interferencia china a través de diferentes modelos de espionaje y chantaje que Wray revela que “cada 10 horas” el FBI está abriendo un nuevo caso de contrainteligencia asociado con la dictadura oriental.
De los casi 5,000 casos de contrainteligencia actualmente en curso en Estados Unidos, casi la mitad guardan relación con China.
Una imagen, una falacia
En las dos últimas décadas, China se ha convertido en uno de los principales prestamistas mundiales, al tiempo que el régimen comunista intensifica sus esfuerzos para ejecutar operaciones de influencia política extranjera, suprimir movimientos disidentes, acopiar información de inteligencia y lograr la transferencia de tecnología de otros países.
La aparición del COVID-19 en su territorio y sus aparentes esfuerzos por destacarse como líder mundial en la lucha contra la pandemia hacen que China figure como víctima y victimario del mundo al mismo tiempo, aunque con el envío de un montón de expertos médicos y suministros como mascarillas y respiradores a países que los necesitaban desesperadamente pretenda proyectar un rostro amigo.
En todo este contexto, con un gobierno chino dispuesto a valerse de cualquier mecanismo para cristalizar sus deseos de superioridad bien valdría la pena preguntarse: ¿El coronavirus es otra de las estrategias de Pekín para avanzar en sus planes de dominación?
Lo cierto es que Estados Unidos tiene puestos sus ojos en cada paso que da Xi Jinping. El presidente Trump sabe que los chinos tienen una agenda propia para alcanzar la supremacía mundial.
La Ley TAIPEI, de origen bipartidista, firmada en marzo pasado por el presidente Trump busca de reducir los ‘compromisos económicos, de seguridad y diplomáticos con las naciones que toman medidas serias o significativas para socavar a Taiwán”.
China y los países que apuntan en dirección contraria a esa legislación ya tienen un rótulo en la frente.
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El autor es periodista, escritor y productor de televisión colomboestadounidense que labora en Diario Las Américas, Miami.
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