Es sorprendente el grado de atención que la prensa mundial le da a China Comunista (República Popular China) y el férreo silencio que mantiene sobre la China Democrática (Taiwán). Si nos guiamos por la información que aparece usualmente, China Comunista es un país exitoso, segunda economía del mundo y un ávido inversionista en los países subdesarrollados. En algunas ocasiones, escasas, por cierto, aparece una declaración de algún político occidental criticándola por problemas de derechos humanos.
La conclusión lógica es que los grandes medios de prensa sienten una inocultable simpatía o admiración hacia ella y evitan investigar, escribir o siquiera comentar sobre la situación real en China Comunista.
Es innegable es que la mayoría del mundo no sabe que el “desarrollo” que ha alcanzado China Comunista está limitado a las llamadas “Zonas Económicas Especiales”, casi todas localizadas a lo largo de la costa este y donde los ciudadanos de otras partes del país no pueden ir a vivir. Para ir a residir (o trabajar) en una Zona Especial se requiere un permiso especial conocido como “Hukou”, que es extremadamente difícil de conseguir. Este tipo de “apartheid”, que prohíbe a los ciudadanos escoger su lugar de residencia en su propio país, ni lo comentan siquiera.
Tampoco dicen que los salarios que reciben los trabajadores en esa Zonas Especiales, diez o quince centavos de dólar por hora, son salarios de explotación extrema. Ni que esos bajísimos salarios son los que atraen a los inversionistas y los que han permitido que China Comunista se haya convertido en la manufacturera del mundo. En resumen, un éxito económico que se fundamenta en la explotación laboral. La criminalidad del gobierno comunista chino ha llegado hasta prohibir a esos trabajadores la creación de sindicatos para defender sus derechos laborales reconocidos internacionalmente. Otro tanto ocurre con el número de horas que tienen que trabajar sin el pago adicional correspondiente por tiempo extra.
Ni una palabra tampoco de los derechos políticos de los ciudadanos. El Partido Comunista es el dueño del poder, de la legislación y de la justicia, a perpetuidad. No se permiten otras ideas. Hay un culto obligado a los líderes comunistas. Socialmente, los ciudadanos viven bajo la opresión y las minorías están marginadas. No hay libertades religiosas. Los cristianos son perseguidos.
La corrupción administrativa del país es rampante y frecuentemente se aplica la pena de muerte para los casos más escandalosos. Las autoridades chinas se apropian de las patentes que usan los inversionistas extranjeros.
Del otro lado está Taiwán, un país democrático, multipartidista, con elecciones libres cada 4 años, libertad de prensa y expresión, con respeto por los derechos de los trabajadores, con independencia entre los poderes del Estado y una vibrante y exitosa economía.
Pero, tal vez más significativos son sus éxitos educacionales y científicos. Basta mencionar que el 45% de las personas mayores de 15 años tienen un título universitario y que Taiwán produce el 75% de todos los circuitos Integrados que se fabrican en el mundo. Los circuitos Integrados constituyen el “corazón” de todos los equipos electrónicos. El año pasado, 2018, más de 51,000 estudiantes del sur de Asia fueron a estudiar a Taiwán para beneficiarse de su excelente sistema educacional.
Taiwán, uno de los llamados “tigres asiáticos” por sus logros económicos y comerciales, es un país moderno y elegante, cuidadoso del medio ambiente y de los derechos de las minorías donde los chinos libres, hoy orgullosamente taiwaneses, han desarrollado a plenitud sus históricos talentos y tienen, como resultado, un país maravilloso. ¡Qué pena que la prensa le preste tan poca atención!
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