Costa Rica es una nación libre y soberana hace 198 años. Desde entonces, hemos optado por el camino de la democracia, el respeto a nuestros ciudadanos y el respeto hacia otras naciones del orbe.
En un país como el nuestro, con una de las democracias más longevas de Latinoamérica, la libertad de expresión es quizás uno de nuestros valores fundamentales y esencia de esta nación. En este territorio hay libertad de pensamiento, libertad disentir y de cuestionar a nuestros líderes con el fin de crecer como nación.
Lamentablemente, mientras Costa Rica y el mundo se arrolla las mangas para combatir los efectos del Coronavirus, me veo obligado a atender asuntos que son de capital importancia, pero inoportunamente menos urgentes.
Yo como diputado de la República ejerzo mi obligación constitucional del control político dentro y fuera del Plenario Legislativo en una variedad de temas: desde las decisiones económicas que toma el gobierno de turno, la defensa de los valores fundamentales del partido que represento y, también, el derecho que el fuero de mi puesto me otorga, de ejercer ese control en temas de política internacional. La tradición democrática de mi país me permite referirme a estos temas sin límite alguno de censura previa.
La reputación de Costa Rica en el concierto de naciones es de un país respetuoso de la soberanía de otros países, observante del cumplimiento de los derechos humanos fundamentales en todos los rincones del orbe, e interesado en avanzar con el intercambio cultural y económico multilateral donde exista un beneficio mutuo ente nuestro país y el resto de las naciones.
Me parece desafortunado que el embajador Tang Heng, máximo representante diplomático de la República Popular China en Costa Rica, considere procedente buscar al Ministerio de Relaciones Exteriores para poner coto a mis manifestaciones y a mis comentarios sobre hechos incontrovertidos como que el primer brote de COVID-19 se originó en la ciudad de Wuhan, con el fin de que en Costa Rica no se hable de Taiwán (nación con la que mantuvimos una estrecha relación hasta el año 2007 y que compartimos el respeto hacia la democracia).
No es común en la historia de Costa Rica que a sus representantes populares se les limite hablar sobre ciertos temas, y mucho menos por influencia de otra nación. Ni en la época de la guerra fría existían temas tabúes en nuestro país, ni la imposibilidad discutir sobre la política internacional de Estados Unidos, La Unión Soviética, Europa, China, Cuba, Vietnam, Laos, Camboya, Bolivia o las naciones africanas.
No existe en nuestro país la cultura silenciar de previo las ideas de sus ciudadanos. No hay tema que no pueda ser abordado ni discutido, con el debido respeto hacia las partes, para lograr un mejor entendimiento de nuestra realidad.
Negar la existencia de Taiwán, un país de tradición democrática como el nuestro y con una presencia cultural importante en Costa Rica, es cegarse a la realidad del mundo, pues Taiwán es reconocido por varios países en el orbe. Usar canales diplomáticos para evitar que un diputado ejerza su derecho constitucional al control político (artículo 121 de nuestra Constitución Política) es, para usar los mismos términos del embajador Tang, “tocar la línea roja” sobre la influencia exógena de asuntos internos del funcionamiento de la República de Costa Rica.
Confío en que la diplomacia costarricense sepa defender nuestros más altos valores de nuestra Costa Rica. Deseo además que, como representante del primer poder de la República, sea posible tener una discusión civilizada con el embajador Tang sobre el tema, sin necesidad de la intermediación de la Cancillería.
Invoco las sabias palabras del Himno Patriótico del 15 de setiembre: Sepamos ser libres, no siervos menguados. Derechos sagrados la Patria nos da.
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