2020: Nuestro Cisne Negro

» Por Miren Martínez - Presidenta Woman Leader Centroamerica

Por su influencia explicativa e impulsora podríamos afirmar que el 2020 ha sido el año de Nassim Taleb, famoso matemático, inversor y filósofo libanés que desarrolló la “Teoría del Cisne Negro”, a partir de la cual sostiene que la modernidad es tan compleja que no podemos entenderla del todo y, por tanto, somos vulnerables a acontecimientos tan imprevistos como letales. Es decir, vivimos en un mundo abarrotado de cisnes blancos y, cuando aparece de manera repentina un cisne negro, el mismo es capaz de derrumbar nuestras creencias previas y obligarnos a replantearnos hasta el funcionamiento de nuestras propias vidas.

El 2020 fue el año en el que, sin duda, un cisne negro nos brindó la oportunidad de revelarnos “antifrágiles”. Porque fenómenos acontecidos en los últimos meses, como las cuarentenas masivas, los cierres fronterizos, las restricciones vehiculares o los toques de queda eran tan inopinados en 2019 como imprevisibles. Porque el caos, la tensión y la incertidumbre nos permitieron hacer uso de lo que los esnobs definen como “resiliencia” para sobrevivir y renacer en el desorden, porque los músculos no crecen sin contracción ni impacto, precisamente porque son, según el teórico libanés, “antifrágiles”.

Las crisis, sean sanitarias, económicas, sociales, o todo a la vez, constituyen el entrenamiento imprescindible para el crecimiento, sin el que solo cabría la atrofia. Porque, como bien escribió el filósofo y novelista Albert Camus: “¿Qué quiere decir la peste?: es la vida y nada más”.

Parecía que nuestra generación iba a ser la primera en gozar de una prosperidad incontestable y de un futuro garantizado. Que la gran escala en la enfermedad y la catástrofe económica era algo ya vencido, reducido a un residuo atávico de un pasado peor. Cuál no sería nuestro asombro, cuando 2020 nos demostró no solo hasta qué punto éramos vulnerables, sino también cuánto nos parecíamos a los que nos precedieron en nuestra arrogancia, desinflada hasta la humildad por el pinchazo de la historia. Porque cada generación nace con el orgullo de creerse libre de los males de las anteriores y con el prejuicio de la superioridad moral, que tan eficazmente corrige el tiempo. Ahora ya sabemos bien que no éramos mejores. Pero, ¿somos distintos?

Si hay algo que tienen en común las crisis es que concluyen. Si hay algo que tenga de especial nuestra época es que nunca antes gozamos de tantos recursos, tan eficaces, para mejorar y reconstruir lo dañado. La maza que nos ha postrado también nos ha dado la oportunidad de impulsar una economía que aproveche la tecnología en todo su potencial para la producción, para la venta y para la comunicación; un sistema sanitario robusto (por eficiente, nunca por sobredimensionado), y una mentalidad social, en el marco de una sociedad libre, que comprenda que la libertad individual implica también la responsabilidad colectiva de negarnos temporalmente actitudes satisfactorias en lo personal pero terroríficas en lo social.

Una cualidad básica de la antifragilidad es la adaptación

. El mundo no se ha detenido porque haya cambiado; sigue y seguirá girando. El futuro inmediato es incierto: no podemos preverlo. Pero sí podemos hacer de la incertidumbre una buena razón para no perder nuestra antifragilidad apoyados/as de nuestras mejores armas: la paciencia y el tiempo.

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.

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