11 de abril: De héroes de pólvora a héroes de principios

Cada 11 de abril, Costa Rica conmemora uno de los hitos más significativos de su historia: la Batalla de Rivas de 1856. En ese episodio, se forjó la figura de Juan Santamaría, un joven alajuelense que, según la narrativa patriótica, ofreció su vida para incendiar el Mesón de Guerra y romper con la ocupación filibustera liderada por William Walker, quien pretendía instaurar un régimen esclavista en Centroamérica.

Más allá de los elementos míticos que rodean su historia – construida décadas después por el Estado costarricense como parte de un esfuerzo por consolidar la identidad nacional – lo cierto es que Santamaría se convirtió en símbolo de resistencia frente al poder autoritario y ajeno, y su legado, real o simbólico, habla de una determinación colectiva de no ceder ante quienes pretendían someter al pueblo bajo el yugo del capricho y la codicia.

No hay documentos contemporáneos que permitan afirmar con certeza que Juan actuó desde una convicción libre, plenamente consciente y heroica. La figura del joven tamborilero fue rescatada posteriormente a través de relatos orales y elevada a símbolo nacional. Sin embargo, eso no le resta fuerza al valor que representa su acción colectiva, que fue parte de una respuesta nacional decidida ante una amenaza externa que buscaba apropiarse del país y anular las libertades más básicas.

Hoy, la defensa de la libertad y de la soberanía no se libra en trincheras ni en batallas armadas. Se libra en las ideas, en la gestión pública, en el respeto por el ciudadano y su dignidad. La amenaza ya no viste uniforme extranjero, pero sí toma formas más sutiles: burocracias que crecen sin control, instituciones que olvidan a quién se deben, políticos que hablan de justicia, pero legislan para intereses.

El espíritu que se le atribuye a Santamaría —la determinación de hacer lo correcto frente a lo opresivo, aunque implique sacrificios— debe encenderse nuevamente en nuestra conciencia ciudadana. No para repetir el pasado, sino para corregir el rumbo del presente.

Hoy más que nunca, necesitamos una ciudadanía despierta, crítica y consciente. Que sepa que la libertad no se delega, que los recursos públicos no se dilapidan, que la institucionalidad no se perpetúa por sí misma, y que los símbolos patrios deben ser más que actos cívicos; deben ser recordatorios de un compromiso diario con los principios que nos sostienen.

El 11 de abril no celebra solo una victoria militar. Celebra la capacidad de un pueblo de decir “no” a quien pretendía someterlo. Y esa misma actitud es la que debemos mantener, como ciudadanos libres, frente a cualquier forma de opresión moderna: ya sea estatal, corporativa o ideológica.

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