Refugiadas sufren agresiones físicas, explotación y acoso sexual en su viaje a través de Europa

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Moabit Hilft es una ONG que proporciona comida, ropa y asistencia sanitaria a las personas refugiadas mientras esperan para registrarse en Berlín. Foto Julia Weiss / Cortesía de Amnistía Internacional.

Redacción, 18 ene (elmundo.cr) – Las investigaciones llevadas a cabo por Amnistía Internacional indican que las mujeres y las niñas refugiadas sufren violencia, agresiones, explotación y acoso sexual en todas las etapas de su viaje, también en territorio europeo.

Los gobiernos y organismos de ayuda humanitaria no proporcionan ni siguiera las garantías básicas de protección a las mujeres refugiadas que viajan desde Siria e Irak.

La organización entrevistó el pasado mes en el norte de Europa a 40 mujeres y niñas refugiadas que habían ido de Turquía a Grecia para después cruzar los Balcanes. Todas ellas dijeron haberse sentido amenazadas e inseguras durante el viaje.

Muchas denunciaron que, en casi todos los países por los que habían pasado, los traficantes, el personal de seguridad u otros refugiados las habían sometido a malos tratos físicos y explotación económica, las habían manoseado o las habían presionado para que tuvieran relaciones sexuales con ellos.

Tirana Hassan, directora del Programa de Respuesta a las Crisis de Amnistía Internacional señaló que “tras vivir los horrores de la guerra en Irak y Siria, estas mujeres lo han arriesgado todo con tal de conseguir seguridad para ellas y para sus hijos. Pero desde el mismo momento en que comienzan su viaje vuelven a verse expuestas a sufrir violencia y explotación, sin recibir apenas apoyo o protección”.

Las mujeres y las niñas que viajan solas y las que lo hacen sólo acompañadas por sus hijos se habían sentido especialmente amenazadas en las zonas de tránsito y los campamentos de Hungría, Croacia y Grecia, donde se habían visto obligadas a dormir junto a cientos de hombres refugiados. Algunas habían salido de las zonas designadas para pernoctar a la intemperie en la playa, porque allí se sentían más seguras.

Las mujeres también dijeron que habían tenido que usar los mismos aseos y duchas que los hombres. Una de ellas dijo a Amnistía Internacional que en un centro de recepción de Alemania algunos refugiados las espiaban cuando iban al baño. Algunas habían adoptado medidas extremas, como no comer ni beber para evitar ir al servicio, donde se sentían inseguras.

Los investigadores de Amnistía Internacional entrevistaron a  siete mujeres embarazadas que hablaron de la falta de comida y de atención médica básica, y también denunciaron que habían sufrido empujones y aplastamientos en las fronteras y los puntos de tránsito del viaje.

Una mujer siria, que estaba embarazada y amamantaba a su hija menor cuando realizó el viaje con su marido, afirmó que en los campamentos de Grecia no lograba dormir sabiendo que estaba rodeada de hombres. También contó que había pasado varios días sin comer.

Una docena de las mujeres entrevistadas dijeron que en los campamentos de tránsito europeos las habían tocado, acariciado o mirado lascivamente. Una mujer iraquí de 22 años dijo a Amnistía Internacional que cuando estaba en Alemania un guardia de seguridad uniformado le había ofrecido ropa a cambio de “estar a solas” con él.

“Para empezar, nadie debería tener que hacer estos peligrosos viajes. La mejor forma de evitar los abusos y la explotación a manos de los traficantes de personas es que los gobiernos europeos permitan que las rutas sean seguras y legales desde el comienzo. Es completamente inaceptable que la travesía por Europa exponga a quienes no tienen elección a más humillaciones, incertidumbres e inseguridades”, ha dicho Tirana Hassan.

Testimonios:

Hala, una mujer de 23 años natural de Alepo

“En el hotel de Turquía, uno de los hombres que trabajaba con el traficante, un sirio, me dijo que si me acostaba con él no pagaría o pagaría menos. Por supuesto que me negué, era algo repugnante. Lo mismo nos pasó a todas en Jordania.”

“Una amiga que vino conmigo desde Siria se quedó sin dinero en Turquía y el ayudante del traficante le ofreció que se acostara con él [a cambio de una plaza en la embarcación]. Ella se negó, claro, y no pudo salir de Turquía, en donde sigue.”

Nahla, una mujer siria de 20 años

“El traficante me acosaba. Intentó tocarme varias veces. Cuando estaba mi primo no se acercaba. Yo estaba muerta de miedo, sobre todo porque habíamos oído historias por el camino de mujeres que no tenían dinero para pagar a los traficantes y les daban la opción de acostarse con ellos a cambio de un descuento en el precio.”

Reem, mujer siria de 20 años que viajaba con su primo de 15 años

“Nunca quise dormir en las instalaciones. Tenía demasiado miedo de que alguien me tocara. Las tiendas eran mixtas y fui testigo de escenas de violencia. Me sentía más segura mientras nos desplazábamos, especialmente en autobús, el único lugar donde podía cerrar los ojos y dormir. En los campamentos hay muchas probabilidades de que te toquen, y las mujeres realmente no pueden quejarse, porque, además, no quieren causar problemas que perturben el viaje.”

Rania, embarazada siria de 19 años

“La policía nos trasladó entonces a otro lugar, aún peor. Estaba lleno de jaulas y no corría el aire. Allí nos encerraron y nos tuvieron dos días. Nos daban de comer dos veces al día. Los aseos eran peores que en los otros campamentos. Yo tenía la sensación de que los mantenían así para hacernos sufrir”.

“En nuestro segundo día allí, la policía golpeó a una mujer siria de Alepo porque suplicó a los agentes que la dejaran salir […] Su hermana, que hablaba inglés, trató de defenderla, y le dijeron que, si no se callaba la golpearían a ella también. Algo parecido le pasó a una iraní al día siguiente por pedir más comida para sus hijos.”

Maryam, mujer siria de 16 años

“[En Grecia] [L]a gente empezó a gritar y la policía nos agredió, golpeando a todo el mundo con palos. A mí me dieron en un brazo. Golpeaban incluso a los niños pequeños. A todo el mundo, incluso en la cabeza. Me mareé y me caí, y la gente me pisoteó. Lloraba y me separé de mi madre. Me llamaron y me reuní con ella. Les enseñé el brazo y un agente que lo vio se rió. Pedí un médico y nos dijeron a mi madre y a mí que nos fuéramos.”

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